"Pocas cosas tan vulnerables como un actor, un ser que quiere actuar y que suele poner en esa necesidad la totalidad de su líbido. El siglo nos da ejemplos numerosos de esa vulnerabilidad: el macartismo desencadenó una ola de catástrofes profesionales, provocando suicidios y depresiones de muerte, con sólo despertar el terror en las empresas productoras, que no se atrevían a contratar actores incluidos en aquellas siniestras listas negras; nuestra última dictadura asesinó actores díscolos, o los obligó al exilio o a la muerte profesional dentro del país; en períodos democráticos anteriores, las listas negras también circularon e hicieron serios daños. No se trata sólo de la imposibilidad de ganarse la vida sino de algo más grave: la pérdida del sentido de una vida que no puede hacerse, como la del escritor o el pintor, en soledad; los actores, para ser, necesitan un colectivo dentro del cual puedan significar, y si eso no se les da, la imagen de la muerte los visita con obsesiva frecuencia. En medio de tales convulsionados movimientos, el teatro sigue su propio camino, porque en su medida humana, sigue despertando la atención de pequeñas asambleas de público que cada día, en todas partes, se reúnen para celebrar el rito de la vida. Y ese es el cambio social que el teatro ha logrado hacer, en eso ha consistido su gran revolución: en preservar la medida humana cuando la espiral de deshumanización se hace más vertiginosa y más y más poderosa". Juan Carlos Gené
Autoría: Juan Carlos Gené
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