De Carlos Somigliana. Dirección: Facundo Ramírez. 2 de julio al 12 de noviembre
En la Roma antigua, un joven patricio, Cayo Graco, decide honrar la memoria de su hermano asesinado levantando las banderas de su lucha.
Resignando su entorno familiar, se presenta a elecciones como candidato a tribuno en favor del pueblo, y al ser elegido, lleva adelante una profunda reforma política que incluye la concesión del voto para todos sus habitantes, un nuevo poder judicial representado en partes iguales por ciudadanos y por nobles y la implementación de la reforma agraria.
Pero a medida que consigue que se aprueben las leyes que favorecen al pueblo, sus políticas son resistidas por los poderes que se oponían a su implementación: la nobleza romana comienza a ver en Cayo Graco a su peor enemigo.
La tragedia política se desata y el enfrentamiento es inevitable.
Víctima de un golpe de Estado, Cayo Graco no puede escapar a su trágico destino, que al igual que al de su hermano, finalmente le costará la vida.
Concebida como una tragedia política, la obra es una amarga reflexión sobre la traición, el poder y la lucha de clases.
“Amarillo” conjuga a través del lirismo de sus versos, un universo en el que conviven las relaciones humanas, el amor, la violencia y la contradicción entre el deber y el ser.
De Carlos Somigliana
Con Patricia Becker, Gustavo Chantada, Manuel Fernández Otacehe, Pablo Finamore, Matías Garnica, Luciano Linardi, Mario Mahler, Manuel Martinez Sobrado, Mario Petrosini, Facundo Ramírez, Luciana Ulrich, Manuel Vignau
Escenografía y vestuario: Pía Drugueri (sobre bocetos de Facundo Ramirez)
Realización de escenografía: Diego Antonietta
Realización de vestuario: Pía Drugueri, Estudio Cabuli-Suarez
Maquillaje: Dora Angélica Roldan
Fotos y diseño gráfico: Fernando Lendoiro
Iluminación: Roberto Traferri
Asistentes de dirección: Manuel Fernández Otacehe, Jazmín Rios
Producción: Manuel Fernández Otacehe, Facundo Ramírez
Producción ejecutiva: Rosalía Celentano
Adaptación y dirección Facundo Ramírez
Duracion: 90 minutos
CELCIT. Temporada 2017
Cuando en 1959 el reconocido dramaturgo Carlos Somigliana escribió su primera obra, Amarillo, la situó en la antigua Roma de 123 a.C. para poder visibilizar los problemas humanos y su perdurabilidad a través de los siglos. La estrenó pocos años después y se convirtió junto con sus contemporáneos Halac, Cossa, Dragún, De Cecco, Rozenmacher y Walsh en un gran exponente de lo que se llamó la generación del 60, una camada de autores notables que incorporó temas y refrescó el panorama un poco aquietado.
Gran parte de este grupo fundó una línea dramática realista reflexiva, que incluía a la poética de Arthur Miller fusionada con la textualidad propia de estos lugares como el costumbrismo y el realismo heredado de Florencio Sánchez. El resultado: unas cuantas obras en relación necesaria con la realidad de su época y su objetivo de probar una tesis social.
Facundo Ramírez hace la prueba y la trae a nuestros tiempos. La tarea es ardua e implica a un espectador interesado. Es que aquí el conflicto y la tragedia serán políticos y el héroe tendrá la misión de salvar a su pueblo. Pero, claro, como en todo conflicto tiene que haber un oponente; los villanos en esta historia son los Patricios que representan ni más ni menos que la clase influyente y establecida en el poder desde hace tiempo en aquella Roma.
Cayo Graco (Manuel Vignau) es un joven con sed de justicia y libertad para su pueblo. Su hermano ha perdido la vida por la misma causa pero aun así su deber lo manda. Se presenta entonces a elecciones, pero sus reformas son tan profundas que rápidamente los nobles romanos encuentran en él al peor enemigo. Y el pueblo (representado por tres ciudadanos) parece oírlo al comienzo, pero luego inclinarse por el poder establecido aunque sus intereses los destruyan por completo.
El diseño espacial circular aprovecha muy bien la planta escénica del Celcit, que tiene plateas en dos de sus costados. Los espectadores aquí, además de ser público, sentirán la proximidad del debate político que se abre frente a ellos. Un espacio que remite al foro romano, o al ágora griega, capaz de contener a los diferentes sectores y donde se dan los debates y la discusión política e ideológica. Pero, tal como lo describía el investigador teatral Osvaldo Pelletieri, el personaje antihéroe (acá Cayo Graco) sucumbirá frente a su accionar y perderá. Sus villanos serán invencibles.
La tragedia es política y se resignifica, aquel color que tituló la pieza hace casi 60 años y que hacía referencia al color del oro y de la envidia ("la peor de las pasiones porque es el crimen de los mediocres" se oye decir en la pieza) hoy necesariamente tiene otro impacto. Y, en este sentido, sigue vinculada a la realidad de su propia época.
Las actuaciones acompañan a un texto que es extenso y por momentos tirano. Interesante sí pero protagonista, situación que obliga a poner a todos los demás componentes escénicos a su servicio. El uso del tú, tal como lo propuso Somigliana, genera una distancia que, en definitiva, no hace más que profundizar la posibilidad de repensarnos y ver cómo continuamos siendo, tristemente, los mismos.
Con la impecable puesta en escena de Facundo Ramírez llega al Celcit una nueva adaptación de "Amarillo" la clásica obra de Carlos Somigliana.
Argumento y tema.
Esta pieza teatral está centrada en la historia de Roma y en la figura de Cayo Graco, quien alcanzando el cargo de Tribuno de la plebe procura introducir amplias reformas para aliviar las tensiones sociales que amenazan la continuidad del sistema político y económico de aquella época: la República.
Aunque varias situaciones y personajes se corresponden con los de la realidad, no estamos frente a una obra histórica sino ante una reflexión escénica sobre el poder político y económico y el conflicto entre quienes pretenden distribuirlo con mayor equidad y quienes defienden sus privilegios. Intrigas y traiciones entre los poderosos, ignorancia y vulnerabilidad entre la plebe, amenazan los intentos de reforma.
Datos y antecedentes.
Amarillo fue escrito en 1959 por Carlos Somigliana (1932-1987) en un contexto mundial convulsionado: en medio del estallido del sueño cubano y la proscripción del peronismo.
Como tragedia, Amarillo le rinde a su vez un homenaje a las tragedias escritas por W. Shakespeare: las citas a “Ricardo III”, “Macbeth” y “Hamlet” ponen de manifiesto la admiración de Carlos Somigliana por la obra del genial “Bardo de Avon”.
El autor elije un formato clásico -tragedia en tres actos- para trabajar temas que nunca dejarán de ser pensados, tales como el poder o la corrupción. Con maestría shakesperiana dota a su obra de una universalidad tan palpable que sus postulados resultan aplicables a toda coyuntura política y consigue disparar la pregunta inevitable de la política: ¿hasta qué punto es posible el cambio sin entrar en conflicto con lo que siempre fue innegociable?
La obra de Somigliana enfrenta el pasado con el presente como método necesario para cuestionar y solucionar el futuro.
Fue representada por primera vez en 1965 bajo la dirección de Ariel Allende; en 2014 se registra su segunda aparición en el Teatro del Pueblo con la adaptación y dirección a cargo de Andrés Bazzalo.
Amarillo -Tragedia política / Facundo Ramírez- El alquimista.
El 9 de Julio día de la Independencia argentina, Facundo Ramírez estrena Amarillo. ¿Casualidad? Toda esta puesta en escena a cargo del talentosísimo Facundo Ramírez, hace que no haga falta haber leído a Amarillo, ni tampoco conocer la historia de Cayo Graco para disfrutarla y entenderla.
Ni bien se ingresa a la sala hay una presencia escénica: tres personajes de espaldas al público sobre un nivel de altura que enseguida sospechamos pueden ser las gradas del Coliseo. Esta disposición no es casual, porque, nada aquí, será un cabo suelto. ¿No es acaso esa parte anatómica de un cuerpo la que representa como imagen (mejor que cualquiera) la indiferencia?
Al iniciar la obra nos encontramos con un personaje doble, Lucio Septimuleio: suerte de asesino a sueldo que reflexiona sobre el pasado y el futuro como si alcanzara a ver en forma simultánea las dos caras de Jano Bifronte (Dios de las puertas, los comienzos y los finales).
De este modo el personaje se transforma en una especie de presentador de cada acto (con frac y sombrero con ala) que conoce y devela poco a poco el desenlace argumental de la obra a los espectadores, trayendo el mundo trágico a una contemporaneidad más emparentada con el teatro de Bertolt Brecht .
“Amarillo es el oro, y el oro es la cloaca donde confluyen todas las ambiciones innobles. Amarillo es la cólera de los cobardes, que chapotean en un océano de bilis. Y finalmente amarillo es la envidia, que es la peor de las personas, porque es el crimen de los mediocres. ¡Huid del amarillo!”
Facundo Ramírez ha ahondado en el revés de la trama, ha desandado cada hilo y ha vuelto a coser reforzando con detalles. Y lo hace como un alquimista. El resultado: una pócima exquisita de sensualidad y potencia. Un trabajo intenso y minucioso del texto es recompensado con un público empático y atento.
Los recursos de la puesta de Ramírez son feroces e insaciables, todos apuntan sin piedad a quienes estamos en las butacas. Hay un látigo: en la imagen y la disposición de los cuerpos; en los detalles de vestuario y escenografía; en el sonido; en la dicción precisa; en el tono a veces irónico, a veces severo.
El vestuario y la caracterización de cada uno de los personajes hacen que rápidamente reconozcamos, con mínimos detalles, una antítesis social. Hay quienes usan guantes y otros llevan sus manos desnudas; algunos necesitarán de anteojos negros para mantenerse a cierto resguardo de la situación que se desencadene; paraguas, elemento del que ningún equilibrista puede prescindir, para lograr mantenerse a metros de altura del rellano: en el poder. El resto quedará totalmente desamparado de objetos y así vulnerable.
Los Patricios lucen con impunidad sus riquezas (además del oro y la tierra): sus cabezas calvas donde anidan el saber como patrimonio indiscutible de su estirpe.
Botas bucaneras acordonadas, tapados largos con estola de piel, medias red, corset y maquillaje terminan de corporizar a estos patricios como los verdaderos domadores de este circo burlesque.
Es aquí que hay un contrapunto sumamente interesante, que el director lejos de pasar por alto enfatiza hasta las últimas posibilidades: lo dramático y lo trágico. La obra arriesga y la obra gana, porque este contrapunto, es la cuerda del circo sobre la que toda la puesta escénica hace sólidamente equilibrio.
Ramírez ofrece un banquete espinoso que solo puede ser digerido si oficia como un buen Chef. El director salpimienta: a veces ridiculizando lo socialmente inaceptable; otras denigrando lo socialmente dignificado. Es así que nos lleva en un rafting de emociones y podemos partir de una risa y terminar en una playa completamente apenados y desiertos para luego volver al kajak seducidos nuevamente por el talento del director.
Se muestra sin ningún tapujo el entramado del poder: sus tácticas de persuasión y soborno. Imágenes de un alto voltaje erótico que por más explícitas y potentes que resulten nunca pierden el sello de Ramírez: el refinamiento.
Los personajes provistos de todo este andamiaje construido por su director viven el espacio escénico con soltura y fluidez.
Toda la obra circula en la arena del circo, sobre una alfombra, y este es otro de los elementos alegóricos: es el Coliseo o quizás el Campo de Marte, pero también es el espacio orbital por donde la lucha de clases ha marchado incansable en la historia de la humanidad, por dónde sin lugar a dudas, fue y sigue siendo difícil huir del amarillo.
La generosidad de Ramírez no se agota en el espacio que ofrece para que cada actor pueda brillar en la suerte de cada personaje, sino también en el gesto que guarda para el final: convoca a todos los asistentes de detrás de escena para que también ellos se llenen de una platea que aplaude de pie.
Amarillo es un Clásico del Teatro Argentino que es imperdonable dejar pasar: por el texto, el tema, su lamentable actualidad y por la invitación a pensar; pero también es imperdible por el vértigo artístico y visceral con el que la obra está dirigida y soberbiamente actuada.
Crónica cultural sobre Amarillo de Carlos Somigliana
Me llega la noticia: el Teatro del Pueblo se muda pronto al barrio de Almagro. Ese primer teatro independiente de latinoamérica, surgido en los años ‘30, dejará su sede de Diagonal Norte 943 porque finaliza el convenio entre el teatro y el propietario del edificio. SOMI es la fundación que está gestionando apoyos económicos para su habilitación en Lavalle 3636. SOMI lleva ese nombre debido a Carlos Somigliana, dramaturgo argentino que, junto con Roberto Cossa, Pepe Bove, Rubens Correa, Osvaldo Dragún y Raúl Serrano, fundó el Teatro de la Campana en el sótano del histórico Teatro del Pueblo.
Esto me lleva a pensar en la actualidad de una pieza que reflexiona sobre el poder político y económico, y el conflicto entre quienes pretenden distribuirlo con mayor equidad y quienes defienden sus privilegios a cualquier costo.
Amarillo fue la primera obra escrita por Somigliana, en 1959, y tuvo su estreno en 1965. La obra se centra en la figura de Cayo Graco en la a Roma del año 123 a.C., su ascenso como representante de la plebe y las conspiraciones en su contra. Sus intentos reformistas se toparán con serias dificultades y trabas, que su carácter heroico e idealista no podrán vencer. Ante tanta injusticia, sobreviene el caos y la rebelión del pueblo, y el final trágico se avecina, como no podía ser de otra manera en este texto deudor de las tragedias griegas por su temática y estructura, y admirador de Shakespeare por la inclusión del factor amoroso y afectivo en la trama representado por la esposa y la madre de Graco.
Es una obra en tres actos, compleja a nivel textual y con numerosos actores en escena. La propuesta del director Facundo Ramirez resuelve la complejidad utilizando los recursos espaciales que brinda la sala del Teatro Celcit. Aprovecha la forma semicircular del escenario, la puesta se despliega permitiendo que los espectadores desde todas las gradas (una frontal y dos laterales) puedan ver el espectáculo, esta disposición genera múltiples puntos de vista, un rito en donde todos están implicados emocional y físicamente en la representación. Reminiscencia del origen ritual del teatro y la forma circular en la que se inspiraron los creadores griegos. La figura del presentador para introducir los diferentes actos y aclarar o resumir los momentos de la trama, ameniza las transiciones del viaje teatral.
Amarillo comienza con tres ciudadanos en escena, que representan a todo el pueblo. Debaten si asistir o no a los comicios, de acuerdo a lo que aporten los patricios para comprar sus votos. Como ya están acostumbrados a esta forma de hacer política, sólo les interesa llenar sus estómagos, sin saber siquiera si votan a un corrupto o a un asesino. Pero aparece en escena Cayo Graco, noble ciudadano de Roma, que se presenta a los comicios para honrar la memoria de su hermano muerto Tiberio. Casi nadie sabe que está de vuelta en la ciudad y que recorre las calles sólo en la noche para solicitar los votos de la plebe. No entrega a cambio dinero ni favores, ofrece su voluntad de ser un fiel representante del pueblo. A pesar de la oposición y miedo de su esposa y su madre, se presenta en la elección y, acompañado por su amigo Livio, ambos logran sus puestos de tribunos. Pero Livio se siente menospreciado por el pueblo y cree que sólo ganó por ser amigo de, y no por sus convincentes discursos. A partir de ese momento comenzará la verdadera tragedia.
Es fundamental la figura de Livio. La corrupción va anidando en el corazón de este insignificante hombre que se siente despreciado y opacado por Cayo. Si él no accediera a negociar con los patricios en su favor y en contra de su amigo, la persecución de Graco no sucedería. Así se pone en dimensión la influencia de un solo hombre en la cadena de un sistema corrupto, cómo todos los representantes del pueblo pueden ser parte, con sus malas acciones o por la falta de acción, de jugadas políticas deshonestas. La corrupción existe porque hay un conjunto de personas que así lo posibilitan, permiten o niegan.
El tema del poder político romano sirve como excusa para indagar el presente a través del pasado. Somigliana desarrolló su dramaturgia con especial dedicación en los temas históricos y las figuras heroicas y destinadas al fracaso, como se puede ver en otros textos como El nuevo mundo, Ricardo III e Historia de una estatua “.”. En todos los casos, pero particularmente en el personaje de Cayo Graco, noto una suerte de contradicción entre la misión a la que la sociedad lo empuja y las dificultades que luego la misma sociedad le impone. La realidad se manifiesta como el obstáculo para cumplir con su objetivo — lograr el bienestar para su pueblo a través de la ley agraria para repartir equitativamente las tierras—, y sobreviene la frustración y la impotencia.
La escenografía es preciosa y cumple un rol fundamental para expresar las dificultades que afrontan el protagonista y el pueblo. Sobre una tarima elevada en tres niveles distintos, reposan sentados los patricios, que se mantienen de espaldas al público cuando no intervienen en la acción. Con vestuarios exóticos, mezcla de personajes de cabaret y diplomáticos, se dedican a sobornar al presentador y manipular a Livio para perpetuarse en el poder. Los tres actores se destacan con una actuación visceral y comprometida, y pocos pero precisos movimientos por el espacio acompañados de una amplia variedad de gestos que dan a entender aquello que no se menciona. Su caracterización se completa con maquillaje exagerado y payasesco. Mientras tanto, los tres ciudadanos aparecen y desaparecen de escena a través de un pequeño túnel con rejas construido debajo de la tarima. Clara representación del orden establecido e inamovible de los miembros de la sociedad: quien detenta el poder está por encima de los menos favorecidos, que se arrastran a sus pies. En el espacio central durante la mayor parte de la obra se ubican Graco y su familia, lugar intermedio entre los de arriba y los de abajo. Completan el espacio tres bancos que delimitan el lugar de representación y sirven como foco de atención para diferentes escenas.
El texto, luego de su estreno en la década del ’60, tuvo pocas apariciones en los escenarios porteños, a pesar de ser una de las obras más complejas y ricas en referencias de toda la producción de Somigliana. El contexto político y económico en que vio la luz no es un factor menor a la hora de pensar la actualidad de la puesta. En esos años en Argentina, el auge de la sociedad de consumo convivía con los condicionamientos que enfrentaron los dos breves gobiernos democráticos del período, sumado a los vientos de cambio que traía la experiencia revolucionaria en Cuba y a la mayor organización y concientización de los trabajadores respecto de sus condiciones de trabajo. Con la distancia que permiten los años, me resulta interesante pensar en fue Víctor Proncete quien hizo la música original de la puesta en escena que se estrenó en el ’65. Este director musical, guionista y autor luego escribiría el texto La víctima, que sirvió como base argumental para la realización del film Los Traidores, única obra de ficción del desaparecido periodista y documentalista Raymundo Gleyzer. Por cuestiones de falta de presupuesto, Proncet además terminó asumiendo el rol protagónico en el film, que narra cómo un líder sindical que debe representar los intereses de los trabajadores, se va transformando en un burócrata aliado a los intereses de los capitalistas.
Estas asociaciones se presentaron buscando información sobre Somigliana. Otro dato:. antes de vincularse con el teatro fue empleado judicial. Esos conocimientos lo llevarían a formar parte del equipo del fiscal Strassera en el juicio a las juntas militares de la última dictadura. Su impronta está presente en los históricos alegatos de la fiscalía. No creo que la vigencia de Amarillo sea producto del azar, se trata de una obra cruda, poética y reflexiva, que analiza la condición humana en relación con el poder. En definitiva: todos los caminos conducen a Roma.
Nadie está exento de padecer
los reveses de la fortuna
y de ser sustraído al afecto de sus amigos.
Si no volviéramos a vernos ciudadanos,
desconfiad del amarillo.
Amarillo es el oro,
y el oro es la cloaca donde confluyen
todas las ambiciones innobles.
Amarilla es la cólera de los cobardes,
que chapotea en un océano de bilis.
Y finalmente, amarilla es la envidia,
que es la peor de las pasiones,
porque es el crimen de los mediocres.
¡Huid del amarillo!
Muy Buena
Primera obra escrita por el dramaturgo argentino Carlos Somigliana, en 1959, Amarillo utilizaba el escenario de la Roma antigua y un texto indudablemente ligada a la dinámica shakespereana, para crear un relato que funcionaba como una metáfora de las pujas por (y desde) el poder en la Argentina y otras partes del mundo, en un momento de profunda inestabilidad sociopolítica. Sin embargo, esa alegoría, a pesar de haber transcurrido más de medio siglo de su presentación, continúa teniendo vigencia.
La persistencia de esa actualidad se puede apreciar casi desde el comienzo de la adaptación a cargo de Facundo Ramírez, quien establece desde la puesta en forma un escenario de tipo circular, pequeño pero con vías de entrada y salida, y escaleras que establecen desniveles. Esas configuraciones espaciales establecen un adentro y un afuera en permanente conflicto; mientras las escaleras explican las relaciones antagónicas y de reciprocidad negativa entre las clases y estamentos sociales; y delinean un marco casi asfixiante para la historia de Cayo Graco, un joven patricio que decide honrar la memoria de su hermano asesinado, revitalizando sus planteos ideológicos y presentándose como candidato a tribuno. Su triunfo –y las reformas que vendrán con él- será un punto a favor de los sectores más despojados y marginados, pero también el inicio de una progresiva confrontación con la nobleza romana, en un proceso que irá escalando hasta un desenlace obviamente trágico.
Como toda tragedia, Amarillo ya insinúa en su arranque ese final donde el individuo que se enfrenta a los poderes establecidos termina cayendo casi irremediablemente. Y aprovecha esa certeza de lo trágico como destino señalado para profundizar su reflexión sobre la política como un terreno donde prevalecen la traición y el hambre de poder al nivel más básico y horroroso. El pesimismo que atraviesa al texto se justifica en las acciones y reacciones que despliega, en cómo hasta los gestos más nobles o deseos más lógicos –obtener el favor del pueblo, por ejemplo- pueden ser justificaciones para las decisiones más ladinas.
Aún en los momentos en que se permite introducir una ácida sátira sobre los intereses, miserias y egoísmos de los poderosos, mostrando que funcionan como meros escudos de sus miedos y debilidades, Amarillo no cae en un pesimismo facilista o un cinismo vacuo. Lo que sí se permite es exhibir las contradicciones y dilemas internos de los protagonistas –condicionados permanentemente por imaginarios, tradiciones y convicciones-, siempre de la mano de un ritmo endiablado y un dinamismo sin pausa, hilvanando un relato en el que, tras las disputas dialécticas y las intrigas políticas, las luchas finales son desde el cuerpo y por la mera supervivencia. En el cierre, lo único que quedará es la corporeidad, la carne de cañón, los despojos que dejan las tragedias, con la más extrema violencia como símbolo y marca estructural.
Amarillo es la primera obra de Carlos Somigliana. La obra considerada una de las mejores del autor ha sido, paradójicamente, poco representada. Basada en los sucesos históricos del la República de Roma de alrededor del año 100 a.c., conocidos como la Reforma de los Gracos, la obra reflexiona sobre la siempre vigente lucha entre las clases privilegiadas y los desposeídos y los métodos de que los primeros se sirven para mantenerse en el poder. El texto es directo y sin medias tintas, no hay ambigüedades entre los propósitos y las palabras de los protagonistas: Cayo Sempronio Graco, tribuno de la plebe, aunque de familia patricia, defiende los derechos del pueblo. La clase patricia busca mantener su predominio y no repara en los métodos a utilizar. En ese sentido, la obra transita por la estética que predominaba por la época en que fue escrita, 1959.
La puesta ofrecida en el CELCIT por el polifacético Facundo Ramírez (dirige, actúa e intervino en el diseño de vestuario, escenografía y producción, amén de haber realizado la adaptación) está bien lograda. Un elenco numeroso y comprometido con el sentido de la obra encara con convicción y entrega un texto no siempre fácil, con actuaciones parejas de todos los protagonistas, logrando una buena performance que el público premió con sostenidos aplausos. Bien resueltos por el director los movimientos del elenco en un espacio teatral reducido ayudado por una escenografía ingeniosa y una correcta iluminación y sonido.
Párrafo aparte merecen el excelente maquillaje de Dora Roldàn y el vestuario de Pía Drugueri & Co.
Vale la pena acercarse a esta obra de Somigliana, siempre vigente.
RECOMENDADA
con Alejandra Chamorro
1º de junio al 30 de julio
Miércoles de 19 a 21
con Malena Graciosi y Josefina de Cara
2 de mayo
9:30 (hora Argentina)
con Gustavo Schraier
1º de agosto al 30 de noviembre
Lunes de 9 a 10:30
con Debora Astrosky
Sábado 24 de febrero
19 h (hora Argentina)