Bizarrerías desde Buenos Aires - El estreno alemán de El pánico, de Rafael Spregelburd, en el teatro Kammerspiele de Munich
Por Egbert Tholl*
Al dramaturgo argentino Rafael Spregelburd le interesan mucho los colapsos. Cuando a principios de este milenio su país natal pasaba de una crisis bizarra a la siguiente, creó Bizarra, una epopeya teatral en diez capítulos de casi treinta horas de duración. Aunque, en el fondo, la palabra "epopeya" no es la acertada, ya que a Spregelburd, nacido en 1970, le es ajena toda idea de obra literaria. Las discusiones inmanentes al teatro solamente le interesan en cuanto el escenario pueda convertirse en foro político o lugar de la realidad transformada. Tal vez Spregelburd es el René Pollesch porteño (conoció sus trabajos cuando era "author in residence" en el Schauspielhaus de Hamburgo), pero eso significaría que se puede hacer compatible el teatro argentino contemporáneo con los discursos de la estética teatral centroeuropea. Que eso no es fácil lo ha tenido que experimentar el teatro "Muenchner Kammerspiele", con motivo del estreno de El pánico de Spregelburd en Munich.
El pánico se puede entender a partir de Bizarra, pero también se puede entender completamente mal. Es la quinta parte de una heptalogía inspirada en la rueda de los siete pecados capitales de El Bosco. Tres de las obras de la heptalogía ya se estrenaron en alemán, en Hamburgo y Berlín. Son dramas autónomos, con mucho texto, que investigan el impacto de los cambios sociales en lo privado, pero no por ello son ostensiblemente políticos, sino que descubren el malestar de una sociedad en sus componentes más pequeños.
Bizarra, escrita en 2003, funciona al revés. Se trata de una telenovela teatral montada colectivamente que refleja el absurdo de la política argentina con una locura desenfrenada. En tiempos de crisis las telenovelas sirven para embrutecer al pueblo. Spregelburd mantenía la estructura tradicional de este género conservador, violando tan solo una o dos de sus reglas sempiternas, y se lanzaba con sus cincuenta actores a un casi improvisado tour de force de comicidad anárquica. En Argentina esta sátira real tuvo un éxito enorme. En la víspera del estreno alemán de El pánico Spregelburd presentó fragmentos de la saga apoyado por cuatro actores del Kammerspiele. Y resultó que "la cosa" es una aplicación de los análisis marxistas a una economía que se hunde, es trash, es camp (eso sí, evitando el menor toque de esteticismo), es porno (en el tratamiento de los personajes, no en el sentido fisiológico) y, además, es sumamente seductora. Y el director alemán Patrick Wengenroth cae en la trampa/se deja seducir.
Como traductor de Spregelburd, Wengenroth conoce muy bien la obra de aquel, y como inventor de Planet Porno, estrenada en el teatro berlinés Hebbel am Ufer, sabe manejar muy bien los formatos de show. Eso lo predestinaría para un montaje de Bizarra, pero para la puesta de El pánico carece de la necesaria serenidad exegética. La obra es una acumulación barroca de lenguaje cotidiano, no tanto una farsa como el análisis algo desencajado de la ausencia de fundamento espiritual en nuestras sociedades modernas y de sus catastróficas consecuencias. Es una especie de Almodóvar a lo Strindberg: Emilio está muerto, pero no acepta su muerte y no para de trasguear; su viuda, que primero lo había adoptado y más tarde, tras la muerte de su marido, se casa con él, quiere apropiarse de su caja de seguridad bancaria; sus dos hijos (los antiguos hermanos de Emilio) son unos imbéciles y sexualmente desequilibrados. También hay una terapeuta, una amante, una médium, unas mujeres de negocios y un par de bailarinas. Y todos tienen miedo de no funcionar, sexual, mercantil o socialmente.
En la pequeña sala de Kammerspiele Wengenroth nos cuenta todo con una mirada que se proyecta del reino de los muertos a unos vivos sin vida. Quiere exorcizar la comedia de sus personajes lemures y se precipita en una tosca farsa. Allí, sin embargo, hay un enorme potencial, ya que los en parte maravillosos actores de Kammerspiele insisten en los abismos de sus personajes. La vida siempre ha sido más estúpida que la muerte, solo es cuestión de admitirlo.
* Sueddeutsche Zeitung, 15 de enero de 2007.