RTC 31

LA ESCENA IBEROAMERICANA. CUBA

STOCKMAN Y LA VERDAD INALIENABLE

Por Vivian Martínez Tabares

El eterno tema de la verdad - derecho y deber de los hombres, responsabilidad social ineludible - es el centro de Stockman, la excelente puesta de Carlos Celdrán y Argos Teatro que cumplió una temporada en el Noveno Piso del Teatro Nacional. Nuevamente la confrontación individuo-sociedad, tan cara a la esencia del teatro mismo, opera como eje conceptual que moviliza situaciones y acciones dramáticas llenas de vida.
Más que montar un texto ajeno, Celdrán y Argos Teatro se propusieron un diálogo triangular con el noruego Henrik Ibsen - el más grande autor occidental de fines del XIX, que elevara el nivel artístico e ideológico del teatro hasta alturas inéditas para reflexionar sobre la sociedad de su época, autor de Un enemigo del pueblo en 1882 - y con Arthur Miller, ferviente seguidor del realismo ibseniano y responsable de una versión de Un enemigo... escrita durante el macartismo, en 1950, y estrenada en el Lincoln Center en 1971.
En Stockman se han eliminado personajes - entre ellos la criada, que comprometía a la familia con un orden burgués; uno de los hijos varones, sintetizado en el otro, y el padre de Catalina y suegro del protagonista, que encauzaba el conflicto hacia otros derroteros. Para concentrar más las acciones, se han modificado circunstancias, como el objeto social del balneario, ahora un centro eminentemente turístico, y se han actualizado y tropicalizado hábitos, para concentrarse mucho más en la naturaleza ética de las contradicciones desde una sintonía contemporánea, cercana, reconocible en los tiempos que vivimos.
Se ponen en cuestión ideas tales como que el individuo debe someterse a la colectividad. Este tipo de ideas, enunciadas desde un poder autoritario e inmovilista, argumenta que el pueblo no necesita de las nuevas ideas, y negocia la verdad a partir de desconocer la fuerza y el valor de las convicciones; o bien contrapone sin rubor la verdad científica a la verdad social, entendida esta última como oportuna, conveniente, ligada al sentido común, útil para preservar el orden y la bonanza, aún a riesgo de poner en juego la vida misma por apoyarse sobre bases absolutamente inmorales. Se plantea también la dicotomía verdad-dominación, de cercanas resonancias en discursos imperiales de ahora mismo.
La puesta subraya el tan visible y manipulador poder de los medios, y lo logra no solo en la esfera conceptual sino también en el plano técnico y vivencial, cuando elige un muy eficaz empleo del video simultáneo a la acción, como recurso que contrapuntea con la teatralidad y la amplifica. La escena de la frustrada conferencia que convoca Thomas Stockman para hacer saber a la mayoría la contaminación del balneario se convierte en una suerte de talk show político que termina convertido en una manifestación de mayor alcance. La mediación de la cámara, que proyecta tras el actor su propia imagen en primer plano, magnificada, establece una curiosa relación virtual en la cual, al lograrse una mirada al lente que es, a la vez, dirigida a dialogar con cada uno en un plano "personal", opera en el espectador simultáneamente como propia, directa y desconcertante exigencia de toma de partido.
El poder mediático es también omnipresencia en buena medida incontrolable, gracias al empleo del video, y consigue combinarse con una perspectiva distanciadora que enuncia, para comentar, referentes de la trama concreta que tiene lugar ante sí. El medio técnico sirve también para enfatizar la perspectiva que insta a leer el drama desde nosotros mismos, por medio de la conexión espacial inequívoca con esa familiar imagen del Vedado en la que el sol reverbera o las luces comienzan a titilar al atardecer.
A lo largo de puestas en escena como El alma buena de Se Chuán, Roberto Zucco o Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, Celdrán ha demostrado cómo le interesa más la fuerza de una buena historia, defendida por actores que revelen en qué medida puede tener que ver con cada uno de nosotros. Su lenguaje opta por una limpieza y una austeridad en el espacio que a veces raya en la asepsia, para que la forma se subordine a la fuerza de las ideas que rezuman las contradicciones en juego. Como aquellas, con un sintético diseño escenográfico de Alain Ortiz, Stockman defiende que sea el actor, con su cuerpo y su mente, con su modo peculiar de enunciar la palabra y con la pasión que pueda poner en ello, quien explore en el comportamiento de los seres humanos, complejos, contradictorios, arduamente heroicos de esta época.
Hay algunas escenas en las que los arreglos se resienten a mi juicio: una, cuando Petra, la hija de Stockman, está de visita en la redacción del periódico La Voz del Pueblo y Hovstad trata de retenerla. El actor da un paso atrás para acomodarse sobre un buró y su acción física, de repliegue y acomodamiento, contradice la intencionalidad de su comportamiento, en el que, a pesar de revelar que su apoyo al médico está condicionado, se propone confesar a la joven su interés por ella. La otra es la escena final, apoyada en una imagen de aliento épico que no logra despojarse del lugar común, en el que asoma cierta ironía contraproducente, y resulta sostenidamente estática. Salvo esas, cada uno de las composiciones escénicas logra llenar el espacio con la pulsión del debate entre verdad y cinismo, entre dialéctica y metafísica.
La austeridad escénica apuntada, a veces resulta reto crítico para alguno de los intérpretes, que aún no han transitado el modo más convincente para traducir al plano físico la verdad de su debate interior, ni han encontrado equivalentes por medio del gesto y el movimiento para el apoyo corpóreo que haga visibles sus tensiones. Es el caso de los personajes femeninos, interpretados por Beatriz Viña y la novel Yailín Coppola, resueltos con ademanes y posturas cotidianas y que pierden efectividad por la reiteración. A Fidel Betancourt, como el voluble y oportunista Billing, le falla a veces el tono vocal, lo que debilita su presencia.
En una cuerda de admirable equilibrio, Alexis Díaz de Villegas y Pancho García consiguen un memorable contrapunto en el que cada cual descubre un enorme registro de sentimientos y emociones desde la verosimilitud más entrañable. Frente a frente, en desacuerdo sutil o en duelo de feroz confrontación, o de cara a la cámara, con una raigal conciencia del personaje y sus motivaciones, convencen y estremecen desde cada mínimo cambio de la expresión.
Teatralidad de la carne y el compromiso, de la poesía efímera del teatro, que es también la de la vida, Stockman conquista el espacio inalienable de la verdad.

 

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