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URUGUAY. EL TEATRO COMO LUGAR DE CONSTRUCCIÓN DE "LO REAL"

Por Raquel Diana

 

Dice John Holloway que somos moscas atrapadas en una telaraña y que tenemos que pensar a partir de un desorden enmarañado porque no hay otro lugar desde el cual comenzar. Cualquier estudio de la telaraña que no comience por el hecho de que la mosca está atrapada en ella es una mentira. Me declaro entonces mosca atrapada en el sistema teatral, las vicisitudes de la escritura dramática y el mundo en general y pido disculpas por el poco alcance que seguramente tengan mis pensamientos.
Tampoco pretendo ni remotamente resolver el problema iniciado en la caverna de Platón, mejor dicho en la alegoría de, sobre la naturaleza de lo real. Aunque debo confesar que más bien me inscribía en la línea aristotélica que establece la preeminencia de la materia a la hora de hablar de realidad. Ahora no estoy tan segura.
Por ejemplo, en el mercado, lo material ha dejado de ser importante: se consumen actos de consumo que se consumen antes de que uno pueda consumir el objeto, por lo que uno se ve compelido a consumir otro acto de consumo, y así... Se ha mercantilizado la experiencia misma: compramos cada vez menos productos materiales para poseer experiencias vitales (placer sexual, audacia, libertad, seguridad, descanso, pasión); terminamos entonces comprando nuestra propia vida. Y si se trata de objetos es deseable disfrutarlos privados de su sustancia: café sin cafeína, cerveza sin alcohol, sexo sin contacto físico. (Žižek)
Para completar la satisfacción es imprescindible consumir experiencias estéticas, artísticas (por ejemplo, "un joven príncipe se encuentra con el fantasma de su padre que le dice que ha sido asesinado por su tío, al las 20 en HBO"). Es recomendable también consumir un poco de confort moral cada tanto ("veo en la tele niños desnutridos con moscas en los ojos, ¡qué horror!, alguien debería hacer algo, la ONU, por ejemplo, apago, prendo otro día, los mismo niños con los cascos azules que reparten alimentos, qué alivio, fin de la historia, zapping").
¿Adónde se fue lo real? ¿Cómo podría el teatro ser su espejo? ¿Cómo funcionaría la mímesis de un asunto tan escurridizo?
"Nike es la cultura" dice una canción del Indio Solari. ¿Y que es Nike? Nada. Apenas la experiencia cultural de pertenecer a cierto estilo de vida. Dice Žižek: "en el capitalismo cultural, la relación entre un objeto y su símbolo-imagen se ha invertido: la imagen no representa al producto, sino, más bien, el producto representa a la imagen". ¡Qué diría Platón! Los muchachos pobres de todo el mundo calzan Nike, robados o comprados con dineros de algún plan de emergencia, ¿por qué no?, es lo que el mundo ofrece, ¿qué otra cosa hay?, ¿qué otro sueño se puede tener? Alguien sueña por nosotros o nos sueña a nosotros.
¿El teatro podría hacer algo al respecto? ¿Ofrecer otros sueños, por ejemplo?
Según Lipovetsky vivimos obsesionados por la información y la expresión:
Democratización sin precedentes de la palabra: cada uno es incitado a telefonear a una centralita, cada uno quiere decir algo a partir de su experiencia íntima, todos podemos hacer de locutor y ser oídos. Pero es lo mismo que las pintadas en las paredes de la escuela o los innumerables grupos artísticos; cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto. Paradoja reforzada aún más por el hecho de que nadie está en el fondo interesado por esa profusión de expresión, con una excepción importante: el emisor o el propio creador. Eso es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia de los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor.

Aquí termino de citar a Lipovetsky y me pregunto si no se estaría refiriendo al teatro que hacemos aquí, a veces. (No, el tipo es francés.)
Conste que no he dicho nada sobre la globalización para referirme al dudoso paradero de la realidad.
"El globo" se llamaba el teatro de Shakespeare, en la misma época en que Calderón de la Barca escribía "El gran teatro del mundo". Caramba, qué coincidencia.
Simulacro. Espectacularización. Farsa general.
¿Qué queda para el teatro?
Hasta la fábula nos ha sido robada. Volvamos a Aristóteles, y a aquello de que la fábula es una estructuración de lo hechos que hace por ejemplo, el dramaturgo.
Todos conocemos el asunto de Edipo: la historia, los hechos acaecidos en la realidad, ordenados cronológicamente y con una estructura lógicocausal, son: Layo y Yocasta hablan con el oráculo, que les dice que su hijo Edipo traerá la tragedia a la familia, abandonan al niño, que después mata a su padre sin saberlo y se vuelve rey de Tebas y se casa con su madre sin saberlo y cuando manda investigar quien mató a Layo descubre que fue él. Hasta ahí los hechos. Pero Sófocles, autor de "Edipo rey", "estructura" los acontecimientos, convirtiéndolos en una fábula mucho más interesante y "teatral": Edipo es rey de Tebas y está casado con su madre Yocasta sin saberlo; inicia una investigación respecto al asesino de Layo y descubre que fue él mismo (o sea, el asesino es el detective). Pregunto: ¿no es lo que hacen todos los días lo medios de comunicación - "estructurar" los acontecimientos en función del rating o de algún otro interés? ¿Alguien puede asegurar que alguna noticia no esté construida a modo de fábula?
Así está el mundo, amigos, dice un periodista uruguayo al terminar el noticiero de la tele y es mentira.
Se me ocurre la peregrina idea de que el teatro, paradójicamente, puede ser un lugar de construcción de lo real.
Un corte en la carne, como se hacen los muchachos para sentir algo, para sentirse vivos.
El otro día, proseando sobre el asunto de la identidad con el escritor Mario Delgado Aparaín, él decía que es como un espejo roto: cada uno tiene un pedacito en el que apenas se puede ver a sí mismo, no hay forma de ver al otro y mucho menos la totalidad.
Podríamos tratar de juntar pedazos: no lograríamos el espejo que decía Shakespeare, ni el de Valle Inclán, que aunque deformara era uno solo, pero se podría ver algo. Algo más allá de la pura singularidad de cada uno. Hasta un "nosotros", quién sabe.
¿Construir lo real? ¿El pasado por ejemplo? El pasado es lo único que se puede cambiar: el presente es lo que es y el futuro no ha llegado. ¿Pero por qué construir pasado? Para construir sentido y no quedarnos en el vacío, en la pura ausencia del mundo, o atrapados en la telaraña de las fábulas que construyen otros. Construir pasado es contarlo y contarlo aunque no lleguemos a un relato común, porque si no lo contamos, si no tenemos conciencia de la memoria histórica, todo es principio y nada y caos y desolación. Recordar es entender. Aunque el mundo no se organice en forma cartesiana, aunque a veces los efectos sean anteriores a las causas, debemos "crear" nuestro país contando los cuentos del pasado. (Paréntesis: me puse un poco indicativa, disculpen, así lo siento.)
Pero ¿qué tipo de realidad es la que podemos construir desde el teatro? ¿La gente no va al teatro buscando ficción?
El teatro es un lugar donde estar con el cuerpo de uno, y con cuerpos de otros, lo que no es poca cosa en tiempos de realidad ausente o virtual. Es un lugar ceremonial, sí, de encuentro, sí, de los pocos lugares donde la gente va a escuchar, escuchar, sí, y como dice José Monleón, podría ser un lugar que recobrara su sentido de educador del ciudadano como en la antigua Grecia, pero es fundamentalmente un lugar en el que se establece una relación peculiar entre las personas. Unas buscan ficción, otras, realidad, pero ¿quién busca qué? ¿Y cuál es el límite?
Creo que una de las cosas más interesantes para investigar es la frontera, en el sentido de Sanchis Sinisterra, el espacio que separa el actor del espectador, la realidad de la ficción, o que no separa. O que por momentos sí y no. O a lo mejor es un continuo, una cinta de Moebius, que parece tener dos caras pero tiene una sola. Eso, una cinta de Moebius.
Recuerdo aquello de Dürrenmatt que dice que dos personas tomando café en un escenario, no es teatro. Pero dos personas tomando café en un escenario y el espectador sabe que una de las tazas está envenenada, es teatro. (No hay nada más emocionante en un teleteatro que cuando ella y él se están por besar y la doña sabe que son hermanos y ellos no.) El público no quiere conocer, quiere reconocer, participar de la emoción en modo activo. Esto es de lo más difícil que hay para un dramaturgo: incluir al espectador. Pero cuando se logra establecer ese lazo, se produce la magia del acto compartido, y eso es "real", sucede aquí y ahora. Un corte en la carne.
Hay una frase de Tantanián, un poco complicada pero que intuyo que está bastante cerca de lo que quiero decir: "Tal vez el teatro deba dejar de posar su mirada sobre lo real que construye ficción, para posarla sobre la ficción que construye realidad." No puedo explicarla mejor, recuerden que soy una mosca.

 

(Este artículo no hubiera sido posible sin la participación estelar de Aristóteles, Lipovetsky, Holloway, Beatriz Sarlo y el filósofo del que estoy enamorada por estos días, el esloveno Slavoj Žižek.)

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