Sumario

Editorial

Hacer teatro hoy

La escena
iberoamericana


Separata

Investigar el teatro

ARGENTINA. AUMENTO ESCANDALOSO
DE LA TASA DE TEATRALIDAD PORTEÑA

Por Magaly Muguercia

 

Agradecida a Carlos Fos, Chata y Silvia

 

Es un lugar común, pero quiero comentar la cantidad de teatro que se hace en la ciudad de Buenos Aires. Y decir que, con las limitaciones y ventajas de mi mirada extranjera, esto me ha hecho pensar en una categoría de análisis a la que llamaré la "tasa de teatralidad".
Si querías ir al teatro en Buenos Aires el sábado 12 de noviembre de 2005) y disponías, como media, de unos 12 pesos (4 dólares), 164 ofertas te hacían guiños desde la cartelera de Clarín. En la ópera o en producciones del circuito comercial de la calle Corrientes el precio de la entrada se eleva por encima de los 20 dólares, lo que es muy caro para el público porteño; sin embargo, en seis meses que llevo visitando los teatros de la ciudad, nunca he visto un espectáculo que no se haya dado a teatro lleno. Pueden existir, pero yo no los he visto.
En esa cifra de los 164 espectáculos no tomo en cuenta la danza, ni el teatro para niños, ni un semillero de cafés-concerts, shows de variedades en restaurantes y otras decenas de eventos teatrales y escondrijos no reseñados en la prensa, pero que pegan propaganda en las paredes, la reparten al transeúnte o salen a la calle en traje de teatro a convocar.
Otra curiosidad a consignar: el 88 por ciento de esos espectáculos eran de "autor" nacional (incluidos unipersonales de actores-autores, divertimentos de improvisación, creación colectiva y los "libros" de las comedias musicales). De los escritores extranjeros (sólo un 12 por ciento de la cartelera) ninguno de los presentados en el circuito de "teatro de arte" estaba vivo, salvo Darío Fo y dos (solo dos) eran latinoamericanos.1 Aunque en mi criterio cualquier trabajo escénico, concebido y ejecutado por argentinos, es dramaturgia argentina (pongo como prueba al canto La voz humana, interpretada por Tortonese), es cierta la absoluta supremacía que tiene en el teatro porteño el autor nacional.
Recorrer la lista de esos autores es una delicia. Significa codearse con todos los clásicos del siglo XX, desde Discépolo, hasta dos obras de Gorostiza y tres de Griselda Gambaro. Cossa, Pavlovsky, Griffero, O'Donnell, Raznovich, Monti, Copi y Briski (que lo pienso como actor-autor) junto a gente más joven e igualmente consagrada como Kartun, Rovner, Bartís, Veronese y Los Macocos. Pero atención: ¡tres espectáculos de Javier Daulte en un mismo día! (el único de los emergentes de los años 90 que emula hoy con la popularidad de la Gambaro); y, finalmente, en la cartelera de este sábado, a lo menos pude identificar una docena de jóvenes interesantes con llamada de atención sobre Ciro Zorzoli, que acaba de estrenar un experimento: El niño en cuestión. No quiero acabar el tour sin escribir aquí el nombre de Gerardo Sofovich, en el que se sintetiza el Corrientes comercial, musical y euforizante: dramaturgia bien hecha con lentejuela vernácula y divinas de pasarela.2
Esta semana, una sola puesta de director extranjero invitado: el georgiano Robert Sturua. Pero está fresco el recuerdo del Festival Internacional, en septiembre, quinta edición en un país que apenas está remontando una debacle social y económica que estuvo a punto de borrarlo de la geografía. Allí, de nuevo, las salas se colmaron para admirar producciones de Bélgica, Inglaterra, Rusia, Alemania, Francia, Estados Unidos, Brasil... Versiones de autores clásicos posmodernizados y supertecnologizados. Dramaturgias notables aunque controvertibles, algunas orgánicas y verdaderas a mis ojos y otras no, pero todas botones de excelencia en un plano tecnicoestético. Último de los impactos llegados desde fuera: la ópera Medea del compositor francés Pascal Dusapin basada en el texto de Heiner Müller, y con el desempeño de Piia Komsi soprano finesa de excepcional atrevimiento actoral.
Después de lo dicho, proclamo que Buenos Aires es, hoy por hoy, la ciudad con más alta tasa de teatralidad del mundo.3
Lo es, en primer lugar, por el per cápita de funciones por habitante.
Pero yo me digo lo siguiente: a una ciudad a la que le ocurre todo este volumen de teatro día a día y mes tras mes; en donde los más de cien espacios escénicos habilitados no dan abasto y los sábados se hace doble función y tanda de trasnoche a teatro lleno; a una ciudad así, tiene que pasarle algo, y tiene que querer y necesitar algo que no concierne solo al arte teatral. Es obvio que actúa en Buenos Aires alguna suerte de tradición, de gusto y hábito teatral, que están vivos en su gente y su cultura, y que tienta a la imaginación del investigador. Pero también (digo yo, quizá) el fenómeno de la alta tasa de teatralidad pudiera remitir a algún síndrome porteño que produce amplificación del impulso celebratorio e identitario, que se apresura a fabricar espacios para la ostensión del cuerpo, el encuentro, y la acción física grupal con propósitos de... Estoy a punto de pronunciar la palabra resistencia: sobrevivir, sí, resistiendo con chispas de cuerpos movidos al filo de alguna situación de opresión o hegemonía.
Intento sugerir en estas líneas - motivada por el caso porteño, al que espero seguir observando - que tener alta tasa de teatralidad apunta hacia potenciales políticos y trasciende los escenarios del arte. Me resulta insuficiente la noción de teatralidad propuesta, por ejemplo, por Josette Féral,4 que privilegia la función del espectador y remite la teatralidad a un fenómeno de recepción y de construcción de sentido.
Necesito, para hablar del caso porteño, de un concepto de teatralidad centrado en aquellas movidas donde no es posible separar conceptualmente actor de espectador. No quiero pensar en la teatralidad como algo que está en los ojos de un público que construye sentido, sino como estrategia colectiva que compromete acción física para transformar la convivencia. Desde este enfoque, la tasa de teatralidad porteña tendría que ver con protagonismos del cuerpo social cuya explicación no se agota ni en la teoría de la comunicación ni en la ciencia de los signos.
¿Existe en las ciencias sociales una disciplina llamada la socioenergética? Hasta donde yo sé, no. Pero podríamos inventarla. Tendría mucho que ver con la política y con la performance, incluido el teatro. Algunos la usaríamos para alentar la producción de subjetividad distinta y libertaria. Para cuando esa disciplina sea fundada, los científicos se girarán hacia el teatro para estudiar en él cómo se organiza y qué cosa es la energía social. La socionenergética mediría otras teatralidades que me acosan en esta ciudad:
La labor nocturna y como sigilosa de los cartoneros, protagonistas de algún drama que va vestido de negro; los varones pidiendo limosna con el chiquillo en brazos, las mujeres con caras de mater dolorosa haciendo lo mismo, el fárrago de bailarines de tango, niños bandoneonistas y canciones de los Beatles en la calle Florida, invadida por el turista. Los piquetes. Los cordones de la policía. Los accesos cortados, el desvío del tráfico, la verja negra que oculta la casa rosada, los contingentes fascinantes de beduinos que ocultan el rostro con la remera y se infiltran con palos en las manifestaciones sin que la policía haga nada. Los suspenses del último escándalo político o criminal en versión dramatizada por los medios. Las notoriedades públicas con sus ceremonias, desde la Noche del Diez y el divino Maradona (al que tanto quiero), hasta el superproducido estilo oratorio e indumentario de la primera dama; y finalmente el fútbol, que es un capítulo entero de la tasa de teatralidad porteña.
A las ciudades hay que estudiarles sus pasiones y sus compulsiones y sus rituales de intenso compromiso físico y afectivo. Y en ese marco puede aparecer bajo una nueva luz mucha existencia concreta y cotidiana que nos pasa por el lado sin que la percibamos como una reserva energética crucial. Por todo esto me pareció interesante imaginar el indicador de la "tasa de teatralidad" e imaginar a un Buenos Aires declarado por la UNESCO Reserva Socioenergética de la Humanidad. No quiero sonar a sorna. Pero estoy convencida de que, cuando en el futuro algo se quiebre sin remedio en la cultura del planeta y desaparezcan los referentes que toda comunidad necesita para reconocer su sí mismo y su diferencia, todavía en Buenos Aires se escuchará algún chasquido insolente, y será la tasa de teatralidad frotando la yesca, tratando de redescubrir el fuego, inventando un retorno a la vitalidad. Amén.
Buenos Aires, 19 de noviembre de 2005

 

NOTAS

1 August Strindberg, Ben Jonson, Bertolt Brecht, Jean Cocteau, Luigi Pirandello, Molière, Oscar Wilde, David Lodge, Darío Fo, Josep Pere Payró, Jordi Galcerán (europeos), Casey Kurtti, Jeff Bacon y Mel Brooks (estadounidenses). Latinoamericanos contemporáneos: Arístides Vargas (ecuatoriano) y Ricardo Prieto (uruguayo); y el clásico de La zorra y las uvas, el brasileño Guilhermo Figueiredo. Volver
2 Entre los directores de esta cartelera conviven también "históricos" con "emergentes": Francisco Javier, Julio Chávez, Hugo Urquijo, Yusem, Lito Cruz, Alfredo Zemma, Adhemar Bianchi, Alicia Zanca, Daniel Marcove, Szuchmacher, Vivi Tellas, Tantanián y Ana Alvarado, Carlos Ianni, Suardi, y desde luego Bartís, Veronese y Daulte. Volver
3 Me he interesado en preguntar a gente de teatro proveniente de tres continentes y todos coinciden con mi apreciación. Volver
4 Féral, Josette, Teatro, teoría y práctica: más allá de las fronteras. Buenos Aires, Galerna, 2004. Volver

Volver arriba