URUGUAY. HORACIO BUSCAGLIA, UN IMPRESCINDIBLE
Por Jorge Pignataro Calero
La famosa categorización pergeñada por Bertolt Brecht que dividía a los hombres en escala ascendente en útiles, necesarios e imprescindibles, según fuera su gravitación en la sociedad humana y su empuje en el desarrollo de la misma, encuentra en Horacio Buscaglia (1943/2006) un ejemplar paradigmático del más alto nivel. Y aunque el destino quiso que su partida definitiva de este mundo ocurriera tempranamente, su presencia y su accionar se caracterizaron siempre por una dinámica arrolladora y una creatividad sin límites que impusieron un sello acendradamente personal a todo lo mucho y variado que realizó en y para la cultura uruguaya.
Había nacido en Montevideo un 23 de marzo de 1943 y su nombre completo era Horacio Ricardo Buscaglia Vidal, aunque todo el medio artístico, periodístico y popular lo conocía sencillamente como "El Corto" Buscaglia, remoquete que - aludiendo a su baja estatura - le impusieran sus condiscípulos del secundario y que le acompañaría toda su vida.
En tren de evocar conceptos que le cabrían a su múltiple personalidad, nada mejor que parafrasear una sentencia famosa diciendo que "nada del mundo del espectáculo le era ajeno"; y aún más allá de él, pues también fue músico, publicista, periodista, carnavalero, raramente actor en sus comienzos. Pero, sobre todo, fue un ardiente y comprometido polemista capaz de pelear por sus ideas desde las "Columnas amarillas" del diario La República, hasta redondear una furibunda diatriba sobre los males de la mala televisión (valga la aparente redundancia que alude en especial a la proveniente de allende el Plata) cuando su turno de orador abrió un reciente coloquio paralelo al Primer Festival del Teatro El Galpón. Su fervor y su ira disimulaban que ya venía malherido por el cáncer que poco tardaría en llevarlo a la tumba. Solo quienes lo conocíamos de cerca sabíamos de su penoso transcurso admirando, al mismo tiempo, su temple ante la inminencia del final y el carácter testamentario de su discurso pleno de sus banderas de siempre: la lucha por la verdad y la justicia, y un profundo y generoso sentido de la solidaridad.
Ya desde su adolescencia se destacaba como baterista de un conjunto de jazz que no por casualidad llevaría el nombre de un clásico del género, "Blue Moon", y que animaba los bailes estudiantiles. Hasta que un día de 1969 el músico y actor uruguayo Enrique Almada - que fuera uno de los pilares del recordado "Telecataplum" - lo invitó a colaborar con él en el desaparecido Club de Teatro. Allí entró en íntimo contacto con el montaje teatral (sonido, luces, movimiento escénico), que le atrapó, y unido a su acendrada afición carnavalera y al canto popular (que cortando grueso podría definirse como la veta urbana del folklore), fueron en 1975 la simiente del éxito duradero y recurrente para chicos y grandes, por más de diez años, de "Canciones para no dormir la siesta". Nacido en dicho Club, el espectáculo recorrería en adelante diversos escenarios montevideanos y del interior, hasta que el "Corto" echó raíces en el teatro Circular. Tres años más tarde allí rindió tributo a su admiración por los Beatles y, uniéndola a sus devotas lecturas de Lewis Carroll, nació su segundo espectáculo: "Eleanor Rigby".
De ahí en más, tan solo una veintena de títulos jalonaron sus andanzas por los escenarios teatrales uruguayos, ya fuera como director, autor o libretista y adaptador, sin dejar por ello de hacer aportes para el carnaval en las categorías concursables de murgas y parodistas. Sus antenas intelectuales y sensibles fueron receptoras de las cosas más variadas que, a menudo, consistieron en versiones especialmente preparadas o adaptadas por él y que, en todo caso, fueron manifestaciones de su rica veta creadora que constituía su modus vivendi como publicitario, tarea en la que también resultaría factor fundamental en las campañas electorales del Frente Amplio con su personaje del "profesor Paradójico", que aparecía a cada momento en la pantalla chica. La breve lista de su teatro incluye, entre otras cosas, una adaptación del Ray Bradbury de "Fahrenheit 451" (1981); una comprometida recopilación de varios autores sobre "Nicaragua, una historia de todos" (1984); la reposición en el teatro Solís, en 1985, de lo que fue prácticamente el único caso (hermoso y recordable) en la historia de la Comedia Nacional en que se representó una obra para niños, "La princesa Clarissa" del autor uruguayo Rolando Speranza, que había sido estrenada en 1961 por el teatro El Galpón; la veta de su humor personal generosamente expuesta revisando la trajinada "Tía de Carlos" de Brandon Thomas (1993) o acompañando las picardías del popular Don Verídico en "Cien pájaros volando" de Julio César Castro (Juceca), en 1999; componiendo mordaces y muy actuales collages como "Benedetti, nuestro prójimo" y "Memoria para armar" (2002), y "Cabaret electoral" (2004), especialmente exitoso este último, como era de imaginar; y enfrentándose a autores universales en adaptaciones sobre los que tenía muy claras ideas, ya fuera en clásicos como "Romeo y Julieta" (1992) y "Antígona" (1998), o más modernos como "Ubú rey" de Jarry, "Terror y miserias del III Reich" de Brecht, "Traición" de Pinter, "Memorias de un loco" de Gogol, y la más reciente de "Historias de cronopios y de famas" de Cortázar.
En cuanto a sus ideas como adaptador, las explicitó in extenso en una larga entrevista que aquí no cabe reproducir - en la revista del sistema "Socio Espectacular" existente en Uruguay -, a propósito del estreno de "Antígona" de Sófocles y su indudable referencia a los temas de los desaparecidos donde, tras definir "Antígona para mí no es una heroína, es una mujer, es un ser humano que tiene ciertos principios que le nacen del corazón y no de la cabeza y que por no traicionarlos, termina defendiendo principios que nacen de la cabeza", llevó el tema a un plano general declarando:
Yo creo que se le hace bien a los clásicos al recuperar la razón por la que son clásicos, que no es por la forma, por hacer una cosa de museo, sino por lo que dicen, por su planteo, por su lenguaje... No sólo me interesaba desde el punto de vista estético, sino que lo que escribió Sófocles hace dos mil cuatrocientos años sigue siendo vigente. Habla muy mal de nosotros esto; es muy triste para el hombre [...] Más que lo político, me preocupa lo ético, la pelea tiene que ser por lo ético más que por lo político partidario [...] y pese a que muchas cosas se hayan derrumbado, la ética no cambió, y me parece muy tramposo cierto planteo de este fin de siglo donde a través de una filosofía muy frívola se postula el "todo vale"... Hay una ética, una moral concreta, y eso es lo que me importó destacar en la obra de Sófocles.
Releyendo estas declaraciones, nos parece escuchar la voz del viejo maestro Atahualpa del Cioppo y su permanente apelación a la ética sin desmedro de la estética, pues como bien decía nuestro también malogrado director César Campodónico, "como casi todos, aun aquellos que no hayan pasado por El Galpón" son sus discípulos. Con su personal estilo, su desatado humor, su versatilidad en el manejo de los recursos teatrales, también "el Corto" Buscaglia lo fue, repitiéndose en su caso la despedida de Gorgias.
Los espíritus de Atahualpa y del "Chino" Campodónico deben haber sobrevolado la sala principal del teatro El Galpón el pasado jueves 23 de marzo, día en que Horacio Buscaglia hubiera cumplido 63 años; y en que, ante una sala desbordante de teatristas, amigos, admiradores, autoridades y periodistas se evocó su figura al ritmo de una banda que lideraban sus hijos Martín y Paolo, con la llamativa presencia solidaria de Rubén Rada desde las tumbadoras y los micrófonos, una pantalla que reprodujo instancias fundamentales de su vida, y actores que recrearon breves secuencias de sus realizaciones teatrales. A él le hubiera gustado, sin duda, que no se le evocara con lacrimógena emotividad, sino con música, humor y una pujante afirmación de que "el espectáculo debe continuar".
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