URUGUAY. EL ESPACIO DRAMÁTICO VACÍO
por Ricardo Prieto
"Hay que agarrarse a lo que sea", repetía más
de seis veces uno de los personajes de "Vinagre de Jerez",
obra presentada por la Zaranda en la 4ta. Muestra Internacional
de Teatro de Montevideo. Y a agarrarse a lo que fuera: cruces, colores,
damajuanas, sonidos y palabras reiteradas hasta el cansancio se
dedicaba el elenco con uñas y dientes durante una hora y
media de penosa representación.
Al igual que en "Mariameneo", la obra presentada por el
mismo grupo en la Muestra de 1998, el Teatro Inestable de Andalucía
apelaba al trasnochado enfoque que le produjo ingenuos o sospechosos
admiradores locales: la creación de una atmósfera
emparentada con los sueños, decididamente alegórica
y despojada de acción dramática.
Aludo a un elenco notorio para quebrar una lanza por los textos,
ausentes de muchos espectáculos actuales. El arte teatral
es una de las disciplinas artísticas que más atrae
a esnobs y arribistas de diversa índole, quizá porque
se genera en un espacio en que confluyen casi todos los signos (palabras,
volúmenes, sonidos, gestos, colores) y por eso mismo suele
ser un campo fértil para quienes, con el afán de destacarse,
se constituyen en abanderados de alguno de esos signos y omiten
con saña que pretende ser transgresora los signos restantes.
El teatro de imagen, por ejemplo, es el que tiene más cultores
en nuestro país entre jóvenes o veteranos impotentes
para crear sustancias dramáticas, y sólo algunos oportunistas
y escasos y despistados espectadores se deslumbran con esos juegos
de espejitos aparentemente originales que sólo encubren experimentalismo
superfluo y vacío emocional.
Un espectáculo teatral puede desarrollarse en un escenario
despojado de escenografía e iluminación, en una sala
convencional, un galpón o la azotea de un edificio. Son suficientes
una simple cuerda o una caja pintada para suplir a una elaborada
y suntuosa escenografía. Hamlet podría trasladarse
en patines y la reina Gertrudis podría tener puesto un vestido
como el que usaba Marilyn Monroe en "Los caballeros las prefieren
rubias". Toda formulación es lícita, aunque sea
discutible, porque depende de la estética de quienes recrean
los textos. Como ya se sabe, la imaginación es lo que más
abunda en este mundo: todos la tenemos. Lo que escasea es la potencia
dramática que quisieran tener grupos como La Zaranda o directores
como Eugenio Barba, por nombrar sólo a algunos "creadores"
teatrales inoperantes.
Ya sea ascético u opulento, abstracto, naturalista o simbólico,
el ámbito de la representación debe llenarse de conflictos,
y sólo es un simple plano con más o menos sugestión
visual si no contiene a los personajes que encarnan el antagonismo
y no formula la acción dramática que los define y
los transforma.
Es verdad que hay que preferir "lo imposible que es verosímil
a lo posible que no se consigue hacer creíble", como
afirma Aristóteles, pero ni lo posible ni lo imposible tienen
la menor posibilidad de perpetuarse como arte teatral sin un dramaturgo
capaz de crear acción dramática, "ese movimiento
general que hace que entre el principio y el fin de la pieza haya
nacido algo, se haya desarrollado y haya muerto", como ha dicho
Henri Gouhier.
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