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MÉXICO. RUMBO A PEOR
por Bruno Bert
No es cierto. El título, tomado ostensiblemente del último
texto de Beckett, es lasensación un poco generalizada de
los caminos que lleva nuestra política. Y dentro de ella
la parte cultural, y en su interior ese territorio de combate que
llamamos "teatro". Pero no necesariamente debe ser así,
y para esto hablemos un poco de lo que resulta hoy en nuestro panorama
escénico.
En primer instancia hay que constatar que poco a poco parece que
hemos llegado a la mitad de las producciones que la ciudad de México
tenía hace diez años: de unas 400 obras hemos pasado
a alrededor de 170. Aclaro que no son datos estadísticos
exactos porque parece que no hay quien se tome ese trabajo, pero
creo que podemos tomarlo como un aproximado más o menos confiable.
Esto es terriblemente grave, porque la población teatral
ha crecido y al menos dos nuevas generaciones se han incorporado
a la desocupación organizada. Menos salas, menos presupuestos
y también menos esperanzas. En contraparte se han multiplicado
las micro ayudas. Algo así como esos grandes cines que a
fines de los ochenta se subdividieron en infinitas microsalas. Pero
con los presupuestos. Y entonces menudean los apoyos sobre todo
en el área de egresados, jóvenes creadores y en el
espacio de la dramaturgia. No digo que esté mal, todo lo
contrario, sólo que los montos, todos reunidos, nos demuestran
el reino de la escasez con cierta cara de abundancia. Y obviamente
no se perspectivan horizontes halagüeños, porque estamos
en los dos últimos años del sexenio, acelerados aún
por una evidente y políticamente inmadura carrera de destapes
hacia la presidencia. Es tradicional que en un país donde
esta prohibida la reelección, el año postrero sea
de inexistencia presupuestal. Aquí, en medio del caos político,
la improvisación y los recortes presupuestales en todos los
rubros de su hacer, el fenómeno se adelanta y nos muestra
un panorama que da razón al título de la nota.
Pero bueno, hablemos de los materiales del 2004. Podemos empezar
por mencionar a los que consideramos los tres trabajos más
propositivos. El primero corresponde a un creador de identidad bien
peculiar del que sólo hemos podido ver tres o cuatro obras
en los últimos diez años. Pero ese es su ritmo de
trabajo y la calidad del mismo ya tiene un reconocimiento tanto
nacional como en el exterior. Estoy hablando de Claudio Valdés
Kuri ("De monstruos y prodigios", "El automóvil
gris", etc.), que este año estrenó "¿Dónde
estaré esta noche?", un interesante trabajo que tiene
por centro a la imagen de Juana de Arco acompañada de un
sentido del deber-hacer que bien recuerda a las organizaciones artístico
políticas de los setenta y ochenta con su parte no despreciable
de mesianismo. Esto también puede traducirse como una coherencia
hacia los propios ideales que incluso trascienden los posibles riesgos
de vida, y la capacidad de encenderse y arder por aquellas "visiones"
que nos son personales, que son nuestro "llamado", estilo
tan en boga en la ideología de los jóvenes de aquellos
años.
Una de las características del grupo de Valdés Kuri
(Teatro de Ciertos Habitantes) es la coherencia con que sigue sus
postulados en el ámbito de la investigación y la creación,
dando a cada espectáculo un amplio nicho para contenerlo,
tanto antes del estreno como ya en temporada. Y en esto el trabajo
interdisciplinario y las relaciones de intercambio resultan fundamentales.
En "¿Dónde estaré esta noche?" están
incorporados como actores invitados dos elementos -Maria Teresa
dal Pero y Cristian Mercado- del Teatro de los Andes, grupo boliviano
dirigido por César Brie, que se encuentra entre los más
sólidos exponentes del teatro latinoamericano contemporáneo.
Y esto ha determinado que el conjunto trabajara un poco "a
la manera" de aquel grupo andino, rastreando lenguajes y puntos
de contacto. De esa forma, resulta especialmente atractivo ver un
espectáculo donde se siente presente un diálogo de
lenguajes, con reminiscencias muy latinoamericanas y cierto sabor
a décadas pasadas, que seguramente incluye mucho más
que lo que en un principio se propusieron los mismos creadores.
Hay una sola actriz y es justamente esta invitada italo-boliviana
que asume a Susana de Arco con una fuerte personalidad y una tierna
empatía. Los demás, tal vez con breves excepciones,
se manejan con una tosquedad casi extra profesional, incluyendo
a un actor de capacidades diferentes que asume al Delfín
de Francia. Sin embargo, dentro del contexto expresivo de la obra
parece más bien un elemento estilístico, que se prolonga
de alguna manera en el manejo de los objetos, el texto (de procedencia
y adecuaciones varias) y el espacio, en un juego que incorpora al
público con referencias o acciones que incluso tal vez resultan
excesivas.
El espectáculo está constantemente bajo el sigo del
riesgo, y tal vez esa sea una de sus mayores virtudes, a niveles
tanto estéticos como ideológicos, donde a pesar de
las reminiscencias del teatro del pasado inmediato, ya no es portador
del mensaje clarividente de las viejas vanguardias. De hecho, la
obra tiene la forma de una pregunta, que toca la frontera entre
lo social, grupal y personal, en una búsqueda auténtica
que expresa un rigor lejano de la omnipotencia y el dogmatismo.
Hay una fuerte consistencia escénica y una identidad capaz
de asomarse a otras fronteras sin perder el rumbo. Y también
un espacio para proponer, dudar y experimentar sin hipocresía.
Un segundo montaje del 04 a tener en cuenta fue "Estaba yo
en casa y esperaba que lloviera":
Generalmente el teatro es acción. Es la acción que
transcurre en el escenario y entre los actores. Es decir que habitualmente
el teatro está en tiempo presente, porque es allí
donde únicamente la acción puede suceder. Así
sea una imagen actualizada por el recuerdo, o una fantasía
que nos obsesiona y que concretamos para nuestro placer o desgracia.
Siempre la acción sucede en el presente... o de lo contrario
no hay acciones, lo que pone en cuestionamiento el funcionar mismo
del teatro. Cuando salimos de esto -y ciertos grandes se han dedicado
a ello en la segunda mitad del siglo XX- entramos en el terreno
de la irritación del espectador.
Y todo esto viene a cuento con esta segunda obra que mencionamos:
"Estaba yo en casa y esperando que lloviera", de Jean-Luc
Lagarce (Francia 1957-1995), que Germán Castillo llevó
a escena en la pasada temporada, con reposición -igual que
"¿Dónde estaré esta noche?"- en este
2005, así que los posibles viajeros están aún
en posibilidades de ver ambos trabajos. Bueno, allí, cinco
mujeres, madre y hermanas, esperan a un hombre que se ha ido hace
años, expulsado violentamente por el padre que ya ha muerto.
En realidad acaba de regresar, pero sin decir una palabra y agonizante.
Y ahora esperan que muera y saltan entre un pasado inexistente,
porque detuvieron su vivir en la partida, a un futuro nebuloso.
Y hablan, hablan todo el tiempo. Y eso es todo.
Eso no quiere decir que no sea suficiente, sino simplemente que
exige un esfuerzo suplementario por parte del espectador. La natural
pereza que lleva a acabalgarnos en las acciones para ser conducidos
a través de la obra, aquí reclama su derecho ante
el esfuerzo de detenernos en lo que contienen las palabras. Y para
peor éstas, talladas sólo en bruto, nunca forman estructuras
completan es sí mismas. Sólo diseñan formas
inacabadas y yuxtapuestas las unas a las otras, como montones de
cantos rodados, sugestivos pero incompletos. Es decir, que las palabras
son esenciales pero no suficientes.
Germán Castillo (escenografía e iluminación,
además de la dirección general) diseña un espacio
que más tiene de pictórico que de cotidiano: un cuadrado
con piso de aserrín sobre el que hay dispuesta una mesa,
tal vez early american o similar, con sus seis sillas en color crudo,
variación del tono del piso. Sobre ella una frutera de madera
igual, con muy rojas manzanas. Todas las mujeres visten de negro
riguroso. En realidad bien podría ser una pintura de la primera
mitad del siglo XIX.
Y Germán Castillo maneja con absoluta retención los
distintos monólogos que se van sumando y enlazando, casi
como si existiera algo parecido al diálogo. Tensos párrafos
que cada una dice casi como en confesión mientras las otras
escuchan expectantes, para a su vez atacar con su propia versión.
Pareciera no haber un eje, e incluso algunas identidades -como la
de "la vieja", no están claras, mientras la presencia-ausencia
del hombre o de los hombres -para hablar de los vivos y los muertos-
lo llena todo con voces de maldiciones con acentos bíblicos.
Excelente trabajo a mano de Adriana Roel, en un papel con una exigencia
sin fisuras; Marta Verduzco, como la madre, siempre al borde del
abismo, y Angeles Cruz, Jana Raluy y Mireille Anaya como las hijas-hermanas,
cada una como un retrato a la vera de un camino que nadie se atreve
a emprender aunque todas lo desean.
Es cierto, hay que realizar un esfuerzo para aprehenderla y gustarla,
pero eso es una virtud que exige el diálogo y la madurez.
Vale la pena.
Y bueno, por último, podemos recordar una puesta de características
similares a la que acabamos de mencionar: "De bestias, criaturas
y perras". Va el comentario crítico.
Hay en nuestro medio algunos escritores jóvenes (pero que
ya han pasado la que adolescencia intelectual) que realmente merecen
no solamente recibir premios sino también y sobre todo, tener
una mayor difusión de su obra. Uno de ellos indudablemente
es Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, que presentó
de la mano de Alberto Villareal (otro talentoso representante de
la misma generación, pero especialmente en el área
de dirección) esa extraña propuesta textual que recién
acabamos de mencionar como "De bestias, criaturas y perras".
Me tocó ver una lectura dramatizada de este material hace
más o menos un año, en provincia, durante la presentación
de una asociación de jóvenes dramaturgos, y me pareció
entonces que en realidad se trataba de un montaje sintético
especialmente apropiado, así que me alegré de volver
a encontrarlo ahora en el pequeño foro de La Gruta prácticamente
intacto, con sólo pequeñas modificaciones en la tensión
que calibran los actores en ese agudo contacto que es la obra.
Sólo hay un espacio vacío, apenas partido por un hilo
de nylon que separa al hombre de la mujer, los dos únicos
intérpretes, bajo un haz de luz que al calor del texto va
adquiriendo la densidad de un muro infranqueable. Y los cuerpos,
como arcos disparando o a punto de hacerlo. Naturalmente, la palabra
se vuelve cuerpo y viceversa en un juego a la vez perverso e ingenuo,
medio thriller, medio video irritante de una mala novela de ciencia
ficción.
Él y ella son los únicos visibles, pero también
hay, apenas detrás de lo inmediato, una criatura, un "producto",
como el hombre insiste en calificar, como una especie de monstruo
mutante hurgándose constantemente el ano con los dedos. Como
un mandril, también se acotará por ahí.
La relación entre ambos es ambigua, entre la pareja y la
vinculación de clientela de una prostituta. Pero sobre todo
es un juego de poder, una no tan extraña historia de amor
y una condena a la soledad en el centro de un espacio social que
cuando es mencionado tangencialmente aparece sugerido como detritus,
quizás de una guerra nuclear, tal vez como resultado de una
total contaminación de la naturaleza, de los sentimientos
y de las ideas de lo que podría significar "humanidad".
Muy interesante la labor de Jorge Ávalos y Beatriz Luna,
creando constantes fronteras que sólo ganan o pierden centímetros,
pero que son micro espacios capaces de contener los restos de esa
humanidad destruida. Y naturalmente la labor de la dirección,
que comprende perfectamente que en el buen teatro es mucho más
lo que imagina el espectador que lo que muestran los hacedores.
La puerta de ese teatro es la habilidad del creador: operar la llave
que abre al otro lado, pero no mostrarlo sino a través de
los impulsos que contiene.
Naturalmente hay una infinita tristeza detrás de lo retenido,
y una sensación de muerte que tal vez hubiera sido posible
evitar. Pero no hay compasión ni condescendencia, sólo
la instrumentación de un lenguaje que tiene largas raíces
en el pasado, pero que es absolutamente pertinente para compartir
en el presente. Así sean las negativas que ese presente contiene.
Un trabajo con una luz crepuscular y áspera, sin dejarnos
ver si está amaneciendo o si se acerca un anochecer definitivo.
Creo que ya me extendí un poco con los materiales de estas
tres obras, retomar los temas del principio sería llevar
la nota en varias páginas más. Si comenzamos un poco
pesimistas demos más bien esperanzas nuevas a este 2005 y
que sea el hacer de los creadores los que compensen las torpezas
políticas y los recortes económicos. Nos vemos en
la próxima.
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