ARGENTINA. EL DRAMATURGO COMO EMERGENTE Y PORTAVOZ
por Eduardo Rovner
Algunos dramaturgos se sienten más cerca del teatro europeo
que del argentino. Esto conlleva, por una parte, a la adhesión
de ese teatro a cánones impuestos culturalmente desde la
globalización sobre el individualismo y la competencia y
el discurso vacío que desconsideran los problemas de identidad
que cada vez son más preocupantes y, por otra, a una falta
de valoración de la tradición teatral y del medio
que ha hecho posible el desarrollo de ellos mismos.
Pero, aunque algunos autores crean que ese es el camino, la huella
social siempre estará presente en el trabajo de todos.
Los dramaturgos, más allá del genio particular de
cada uno, son emergentes y portavoces de las problemáticas
de su época y lugar. Sus obras conllevan las huellas de los
conflictos existentes en esos tiempos y espacios, y también
los deseos y frustraciones del hombre frente a las situaciones y
los cambios sociales vividos. Estudiarlos aisladamente, sin tener
en cuenta que son el producto de una sociedad determinada, que hubo
un medio que les posibilitó desarrollarse, y en algunos casos
trascender en el tiempo a través de su obra es, no sólo
una desconsideración de ese medio en el que se desarrollaron,
sino también una injusticia hacia todos aquellos que formaron
el caldo de cultivo en el que crecieron aquellos que se destacaron.
Sería necesario detener nuestra atención en los testimonios
presentes en los textos dramáticos de un conjunto de autores,
ya que a través de las producciones artísticas de
una cultura perteneciente a una época y espacio determinados,
podríamos realizar la reconstrucción de un mundo de
experiencias propio de un período histórico.
Es decir, una lectura crítica de diversos textos de una misma
cultura, que tenga en cuenta, no sólo las formas de las representaciones
imaginarias que las obras presentan, sino también los deseos
y los conflictos comunes a los diferentes creadores, nos permitiría
indagar, con mayor precisión, en esos conflictos y transformaciones
sociales, y establecer una "historia no oficial", narrada
específicamente desde la dramaturgia.
Creemos que el estudio de los procesos sociales y culturales a partir
de la dramaturgia constituye un trabajo pendiente que en general,
se realizó con otras expresiones artísticas, como
por ejemplo la literatura. Indagar en el teatro y rastrear esas
huellas que las transformaciones sociales dejaron en el hombre,
constituye una visión de la historia que merece ser contada.
Asimismo, permitiría hacer justicia con muchos talentosos
escritores, que quizás no perduraron en el tiempo, pero si
posibilitaron la apertura de un camino para que otros, posteriores
a ellos, trascendieran hasta nuestros días.
Si nos introducimos en la producción dramática de
algunos escritores teniendo en cuenta la tradición teatral
a la que pertenecen y el contexto socio-político, se torna
necesario tomar a algunos de ellos como puntos de partida a la espera
del surgimiento de otras voces, quizás desconocidas para
nuestra época.
En el caso de "los griegos", es inevitable partir de Sófocles,
Esquilo, Eurípides, y Aristófanes; en el de los escritores
del siglo de oro español, Lope de Vega y Calderón
de la Barca surgen como los nombres más representativos,
en el de los norteamericanos de la década del cincuenta,
Eugene O'Neill, Arthur Miller y Tennessee Williams; y en el de los
ingleses de la época isabelina, William Shakespeare, Christopher
Marlowe y Ben Jonson.
Todos estos autores mencionados despiertan gran interés,
pero el caso de los dramaturgos de la época isabelina se
nos presenta como particularmente atractivo. Comúnmente,
manifestamos nuestro gusto por el teatro de la época isabelina,
pero pocas veces podríamos ir más allá de la
presencia de William Shakespeare. Esta presencia fuertemente dominante,
nos impulsa a saber que había atrás de la genialidad
de este escritor: qué otros escritores habrían existido
en ese mismo momento y quizás no perdurado o trascendido
y conocer cómo era el mundo teatral que había posibilitado
la aparición de ese genio.
En diversos estudios realizados sobre el teatro isabelino es inevitable
la remisión a William Shakespeare, quien se establece como
la presencia más notable y dominante de dicho período.
La obra de este autor se constituye, para los estudios e investigaciones
históricas, como sinónimo del teatro isabelino, opacando
la existencia de otros autores. Pero indagando en páginas
web dedicadas específicamente al tema (de origen inglés)
y en publicaciones que datan de comienzos del siglo XIX presentes
en bibliotecas porteñas, nos encontramos con una gran cantidad
de autores prácticamente desconocidos para nuestros días.
Junto a los nombres de Christopher Marlowe y Ben Jonson, autores
más cercanos a nosotros, que pudieron trascender a pesar
de la canonización de la obra shakesperiana, aparecen otros
como: John Lily (1544-1606), George Peeele (1558-1596 aprox.), Robert
Greene (1558-1592 aprox.), Thomas Lodge (1557-1625), Thomas Kyd
(1558-1594) y Edwards (1571).
Es interesante saber que, con respecto al medio teatral, durante
el siglo XVI, el teatro se había convertido en Inglaterra
en una de las mayores atracciones, causa que posibilitó el
surgimiento de esta gran cantidad de autores dramáticos,
que escribían tanto para los teatros públicos como
para los privados. Por estos años se constituye un grupo
de formación intelectual, denominado University Wits (ingenios
universitarios), que estaba integrado por John Lily, Thomas Lodge,
George Peele, Robert Greene, Thomas Nashe, Thomas Kyd y Christopher
Marlowe, que se dedicaron exclusivamente a escribir teatro, y crean
de este modo, la profesión de dramaturgo, que resultaba sumamente
redituable económicamente.
Eran buenos conocedores de la cultura clásica, y según
Ilse Brugger en "Breve Historia del Teatro inglés",
"lograron llevar a cabo la reconciliación entre las
tendencias divergentes": la clásica y la romántica".
Previamente al período isabelino, el repertorio representado
en la Corte, los colegios y las universidades, difería del
que se realizaba en los teatros públicos y en los patios
de las posadas. Con la llegada de la literatura isabelina y específicamente
con la presencia de este grupo de escritores esta dicotomía
comenzó a diluirse: éstos fueron quienes "prepararon
y hasta cierto punto lograron llevar a cabo la reconciliación
entre las tendencias divergentes." Según esta autora,
"los conceptos renacentistas y los estudios humanistas (que
alcanzaron un fuerte desarrollo en Oxford, Cambridge y Londres)
motivaron el surgimiento de una nueva forma dramática, ya
que reanudaron los hilos, durante largos siglos descuidados, que
debían vincular el teatro moderno con el de la Antigüedad
clásica."
Un ejemplo de esto lo constituye la obra dramática del Lily,
cuya contribución más importante reside en "hallar
un nuevo lenguaje en prosa para la comedia, que tendía a
expresarse con vulgaridad y rudeza, de forma que aproxima al público
culto y aristocrático un género que hasta ahora sólo
se había orientado a audiencias populares."
Los estudios realizados por distintos investigadores señalan,
en general, que estos autores, con su conocimiento de la cultura
clásica, contribuyeron al perfeccionamiento de las formas
teatrales y al allanamiento del camino para la aparición
de William Shakespeare. La producción teatral isabelina se
constituye como un fenómeno complejo, de intenso y rápido
desarrollo, cuyo "broche de oro" es el teatro shakespeariano.
En lo que respecta al contexto socio-histórico correspondiente
a este período, nos encontramos con un siglo XV colmado de
hondas perturbaciones políticas, centradas específicamente
en conflictos externos como la Guerra de los Cien años, e
internos como las luchas sangrientas entre las Dos Rosas: la blanca
de la casa de York y la colorada de la casa de Lancaster.
Además, este siglo tuvo otro hecho significativo basado en
la transformación de Inglaterra de pequeña potencia
insular a una nación con aspiraciones universales.
Todo este panorama socio-histórico al que debemos sumarle
la nueva visión aportada por el Romanticismo y el Humanismo,
y la tendencia hacia el individualismo que "se hizo sentir
en el campo religioso con la Reforma", tuvo su reflejo en la
serie estética. Los sucesos históricos y políticos
acontecidos durante el siglo XV tuvieron su repercusión en
la producción dramática y literaria pertenecientes
a la centuria siguiente.
Una de las huellas halladas en los textos como consecuencia de los
cambios vividos es la intención del hombre a descubrirse
a sí mismo, explorando "sus propias riquezas y posibilidades
anímicas, conviniéndose al mismo tiempo en explorador
del mundo circundante y en defensor de su propia individualidad"
(Brugger)
Estas consideraciones constituyen un breve panorama que nos permite
observar que los dramaturgos, más allá del genio particular
de cada uno, son emergentes y portavoces de las problemáticas
de su época y lugar, y detrás de cada uno de ellos,
están presentes otras voces que abrieron caminos para el
desarrollo y trascendencia de éstos.
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