VENEZUELA. TEATRO Y SABIDURÍA
por Juan Carlos De Petre
En el teatro como en la vida, estamos sometidos a esa inexorable
lucha entre caos y orden. La creación de una obra (personajes,
escenas, movimientos, imágenes), los sucesos cotidianos (impresiones,
hechos, vivencias, obligaciones), obligan a organizarnos. Aún
decidiendo la anarquía, el desconcierto, adoptamos un tipo
de estructura con definidos radios de acción.
Imposible escapar a la conciencia y su esencial procedimiento de
sistematización según categorías jerárquicas,
de acuerdo a la particular discriminación valorativa.
Conciencia en el sentido correcto, es conocimiento. Y conocimiento
en su auténtico significado: sabiduría. Un teatro
trascendente, significativo, perpetuo, necesariamente será
sabio.
El desarrollo consciente de un creador producirá sin duda
un teatro desarrollado. Un hombre evolucionado conscientemente hará
de su vida un tránsito de comprensión.
El verdadero conocimiento es experimental comprobó Einstein.
Aquí es donde teatro y vida se analogizan: los estudios dramáticos
en escuelas, seminarios o talleres, a pesar de métodos y
fórmulas, terminarán basándose en ejercicios
y prácticas específicas, donde el aprendiz irá
descubriendo su camino expresivo. Si la intención de una
persona es conocer, saber realmente, igualmente explorará
a través de formas y maneras concretas aquello que le ayude
a aprender.
Y así como el caos es caótico, el orden es preciso,
el principio de incertidumbre se incluye en la teoría del
campo unificado. La revelación, tiene en cuenta el desconocimiento,
confirmando que el principio de la luz son las tinieblas.
Clásico: dicho de un autor o de una obra que se tiene por
modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia. Definición
válida para el teatro. Aquellos obras o montajes que alcanzan
esta categoría tienen seguramente una dosis de sabiduría
que los conservan indelebles, durables, atemporales. Por supuesto
no hablamos del clasicismo oficial, sino de aquellas muestras hasta
excluidas o desterradas, pero que depuradas en la alquimia del tiempo
sobrevivieron a su efecto corrosivo, soportando además pruebas
de ignorancia, modas o maquinaciones, sentando a pesar de todo,
una presencia indiscutible en la historia teatral.
Sin embargo jamás nadie puede proponerse la sabiduría,
como quien se plantea ser ingeniero. El universo no es inerme, se
expande; la conciencia dentro de su mecanismo, igualmente pide crecer.
Conocer es la tendencia original del hombre, detener este natural
impulso es condenarse a padecer en situación inhumana de
enanismo mental. Minimizando la posibilidad evolutiva, disminuye
la capacidad creadora. Todo rango de sabiduría es producto
del respeto a este proceso de ampliación, de continuidad
con el impulso interior de búsqueda y encuentro.
Sin embargo, la gran dificultad del conocimiento no es tanto alcanzarlo
como saber que se hace después con él. Sabio no es
quien dice la verdad, sino el que la lleva a cabo. Aquí radica
uno de los más importantes secretos de la sabiduría
y el mayor guardián de su fortuna. Hacer en la vida lo aprendido,
traducir vivientemente en el teatro las evidencias, requieren coraje,
responsabilidad, compromiso y fe.
Coraje: porque toda revelación es inicialmente descreída,
negada.
Responsabilidad: para no traicionarla y sostenerla.
Compromiso: avalando con hechos la certeza.
Fe: recordando que lo real, al fin se impone a toda forma de oscurantismo.
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