CHILE. LA FIESTA DE CADA ENERO
por Pedro Labra
Haciendo un poco de historia, hay que recordar que en Santiago
hace 30 o más años, a ninguna compañía
se le habría ocurrido programar funciones en enero; simplemente
nadie iba al teatro durante las vacaciones de verano. Ese panorama
comenzó a cambiar cuando la Universidad Católica se
arriesgó en 1976 a hacer una temporada al aire libre en el
Parque Bustamante con teatro, ballet y conciertos. En los años
siguientes se abocó únicamente a obras teatrales,
que resultaron los espectáculos de mayor atractivo para el
público, y se convirtió en una verdadera revisión
de la temporada anterior capaz de convocar a millares de espectadores.
El inesperado éxito de esa experiencia durante largos años
inspiró a la productora Romero-Campbell, integrada por Carmen
Romero y Evelyn Campbell, amigas desde sus años de compañeras
de curso en el liceo. Ambas se iniciaron en la producción
con la mítica “La negra Ester” por el Gran Circo
Teatro de Andrés Pérez, y como managers de populares
bandas locales de rock. Cuenta Romero sobre el origen del Festival
Teatro a Mil en enero de 1994: "Nació por puro instinto
de conservación. Entonces trabajábamos con tres compañías
-La Troppa, el Teatro de la Memoria, de Alfredo Castro, y el Teatro
del Silencio, de Mauricio Celedón- y necesitábamos
subsistir en el tiempo. A la UC le iba bien con su temporada y el
año anterior el país se había remecido teatralmente
con el Festival Teatro de las Naciones, que acogió a 30 compañías
de 22 países bajo el alero del Instituto Internacional del
Teatro. Así que pensamos: ¿Por qué no organizar
un ciclo con las obras en repertorio de estos tres importantes grupos,
que además sería como una prolongación de esa
fiesta artística de bienvenida a la democracia que retornaba?"
A las cinco reposiciones que se presentaron en el Centro Cultural
Estación Mapocho, les fue sorprendentemente bien. El segundo
año se dobló el número de obras incorporando
a diferentes compañías, y el público se comportó
de modo igualmente entusiasta. Con el paso de los años la
cartelera siguió creciendo, y la acogida también.
A poco andar Romero-Campbell pasó a integrar la Red Latinoamericana
de Productores Independientes de Arte Contemporáneo, de modo
que el festival empezó tímidamente a incorporar montajes
provenientes del Cono Sur. Más adelante, FITAM decidió
extenderse a otras regiones del país, con réplicas
más reducidas en forma paralela a Santiago y aprovechando
la disponibilidad de algunas producciones tanto nacionales como
visitantes.
ETAPA DE MADUREZ
En su décima edición, en enero del 2003, a FITAM
ya le había quedado chica la Estación Mapocho y copaba
una cadena de 31 escenarios profesionales y de experimentación
a lo largo y ancho de Santiago. Llegó a programar 140 títulos,
que fueron vistos por unos 100.000 espectadores, de los cuales 40.000
correspondieron a montajes "de calle" con entrada libre.
A esas alturas el festival incluía normalmente diez o más
obras venidas desde el extranjero, pero la novedad ese año
fue el atreverse a invitar espectáculos de gran jerarquía
artística, tales como "Artaud recuerda a Hitler en el
Café Románico", del Berliner Ensemble de Alemania;
la compañía francoafricana de danza étnica
de George Momboyé, que ocupó el Teatro Municipal;
la "diva de la ranchera posmoderna" Astrid Hadad, de México,
figura habitual en festivales teatrales del continente; y el actor,
director y dramaturgo Eduardo Pavlovsky, nombre clave del teatro
argentino, con dos de sus obras. Hasta vino de Japón un grupo
de Kyoto que ofreció una curiosa creación experimental
sobre "Sancho Panza".
El X FITAM marcó la consolidación del encuentro como
festival de nivel internacional, pero también enseñó
a los organizadores a no saturar el interés del público
con un exceso de oferta. Ya no era necesario copar masivamente todos
los rincones de la ciudad con teatro en una maratón que se
hiciera notar por su volumen. La undécima versión,
en enero del año pasado, fue deliberadamente más concentrada,
y la selección de participantes, más acotada. Programó
sólo 52 espectáculos: 21 estrenos nacionales, 20 reposiciones
de montajes de la temporada anterior y 11 espectáculos de
gran calidad y atractivo provenientes de Francia, Argentina, Uruguay
y Brasil. Por primera vez tuvo a un país foráneo como
invitado de honor, Francia, que estuvo representada por dos compañías:
Royal de Luxe, el más célebre grupo galo de teatro
en espacios abiertos, ofreciendo el estreno mundial de su última
creación, "Oferta: dos espectáculos por el precio
de uno" (en la cual una compañía, al borde de
la quiebra y a cargo de un productor ignorante que, para atraer
al público, decide representar dos grandes obras al mismo
tiempo, "Hamlet" y "El enfermo imaginario",
usando un escenario giratorio, con los desastres esperables y en
un ritmo vertiginoso); y “Le tas” (“El montón”),
espléndida obra de teatro físico en que dos actores
se relacionan en escena con piedras, arena, fierros y otros materiales
de demolición, logrando imágenes de asombroso lirismo
y resonancias filosóficas.
De Argentina vinieron cinco títulos, tres de ellos de gran
categoría: "Ars Higiénica"; inspirada en
el Manual de Carreño, que lejos de ser una parodia de las
buenas costumbres, organiza un perturbador rito en que ocho jóvenes
efectúan ejercicios cada vez más crueles para aplicar
esa normativa con el fin de anular la espontaneidad en los seres
humanos (a la hora de los balances de fin de año el montaje
del grupo La Fronda fue designado por el Círculo de Críticos
de Arte de Chile como la mejor obra extranjera presentada en Santiago
durante 2004); "Mujeres soñaron caballos", escrita
y dirigida por Daniel Veronese, otra figura esencial en la renovación
del teatro trasandino, que revela el lado más oscuro y violento
de las relaciones de pareja y hogareñas a través de
la reunión aparentemente cordial de tres hermanos y sus mujeres
en un estrecho y claustrofóbico departamento; y "Apócrifo
1. El suicidio", del mismo Veronese pero esta vez a la cabeza
del emblemático colectivo El periférico de objetos,
un escalofriante montaje contemporáneo sin relato ni personajes,
que despliega una serie de imágenes sobre vacas, carne, matadero
y muerte, para hacer una metáfora de la Argentina actual
y dar una espantosa mirada sobre el sinsentido de la existencia.
En su duodécima versión, en enero recién pasado,
el Festival Internacional Teatro a Mil llegó definitivamente
a su madurez. Apostó por la calidad, concentrándose
en menos apuestas pero seleccionadas con rigor, en sólo tres
semanas, y no el mes completo como había sido la tónica
hasta ahora. Hizo un esfuerzo especial por traer diez grandes montajes
ya aclamados en importantes festivales y plazas teatrales del mundo
entero provenientes de Alemania (el invitado de honor este año),
Francia, Bélgica, Canadá, y Brasil, danza de Japón
y Estados Unidos, más otros seis espectáculos de teatro,
danza y música de diferentes países centro y sudamericanos
pertenecientes a la Red Latinoamericana de Arte Independiente. En
la parte nacional por primera vez un jurado de críticos y
especialistas –que integró quien firma estas líneas–
eligió los diez mejores estrenos del 2004, cifra que llegó
a doce títulos, no tanto por la calidad sobresaliente de
las obras en la temporada, sino por la diversidad de las propuestas;
además, la comisión escogió los cinco trabajos
más interesantes de grupos jóvenes emergentes. La
cartelera incluyó sólo seis estrenos, y también
le dio tribuna a las puestas en escena definitivas de cinco de los
textos presentados como semi-montajes en el IV Festival de Dramaturgia
Europea en septiembre último, y a la obra que más
destacó en la X Muestra de Dramaturgia Nacional en octubre.
Las gestoras de FITAM siempre han querido que el festival sea una
fiesta que llegue a todo el mundo, incluyendo espectáculos
para espacios abiertos a los que el público puede acceder
libremente. Esta vez la programación tuvo en la jornada inaugural
a “Al yardí” del conjunto catalán La Sarruga,
que llenó el centro capitalino de hormigas e insectos gigantes,
y en la clausura a Pan Optikum, de Alemania, renombrado como el
más prestigioso colectivo europeo del momento en su género,
cuya última creación, “Il Corso”, impactó
en el Parque Padre Hurtado con sus alucinantes imágenes inspiradas
en “El libro de las preguntas”, de Pablo Neruda, generadas
por 18 actores, acróbatas y músicos, que se desplazan
en enormes estructuras metálicas y en medio de un despliegue
de fuegos artificiales. La programación incluyó también
una decena de obras nacionales “de calle”, que se presentaron
en plazas del Barrio Bellavista.
En la franja nacional estuvieron, entre otras, “Beckett y
Godot” (que el Círculo de Críticos de Arte de
Chile premió como la mejor obra nacional del 2004), espléndida
paráfrasis de Samuel Beckett con texto de Juan Radrigán,
en que el autor Premio Nobel al fin de su vida se topa con el no-personaje
que no llega nunca en su obra mayor; “Ese discreto ego culpable”,
de Benjamín Galemiri dirigido por Alejandro Goic; la obra
póstuma de Sarah Kane “Psicosis 4:48”, con puesta
en escena de Alfredo Castro; la versión local de “Copenhague”,
que dirigió Gustavo Meza; “Electronic City”,
obra de Falk Ricote, cuyo montaje venía de participar y ser
aplaudido en el Festival de Salzburgo; y el unipersonal “Novecento”,
de Alessandro Baricco, en un notable ‘tour de force’
de Héctor Noguera bajo la dirección del inglés
Michael Radford (también director de cine). FITAM había
ocupado antes el Teatro Municipal con visitas del extranjero (George
Momboyé), pero por primera vez programó en ese escenario
un montaje chileno, “Provincia Kapital”, magnífica
adaptación de la ópera de Brecht-Weill “Auge
y caída de la ciudad de Mahagonny”, que dirigió
Rodrigo Pérez a la cabeza de un nutrido elenco de “estrellas”
locales.
Alemania, el invitado de honor, financió la mitad del elevado
costo de traer dos montajes -“Salvajes, o El hombre de ojos
tristes” y “Endstation Amerika”– que se
presentaron en el Teatro Teletón con subtítulos en
castellano. El primero de ellos, sobre un médico que se baja
del tren en un pueblo desconocido donde dos extraños hermanos
lo invitan a su casa que resulta ser un antro de asesinos, participó
y fue elogiada en los Festivales de Berlín y Mülheim,
calificando así como uno de los siete mejores montajes en
habla alemana de la pasada temporada. Por su parte, “Endstation
Amerika” (“Estación final América”)
es la última realización de Frank Castorf, el director
alemán del momento, elegido durante varias temporadas como
“el director del año” por la prestigiosa revista
Theater Heute (Castorf estuvo en Chile en 1990 junto a una innovadora
puesta en escena suya de “Miss Sara Sampson”, de Lessing).
Ahora a la cabeza del Volksbuhne (Teatro del Pueblo), uno de los
teatros más importantes actualmente, esta puesta emprende
una relectura contemporánea y muy política de “Un
tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams, para
hacer una feroz crítica al modo de vida norteamericano.
Otras visitas que se esperaban con expectación por sus inmejorables
antecedentes fueron “Victoria”, unipersonal de origen
canadiense sobre una anciana enferma de Alzheimer, que desde su
debut en Montreal en 1999 no para de ser aplaudida en sus giras
por tres continentes; “Agreste”, distinguida por la
Asociación de Críticos de Sao Paulo como la mejor
obra del 2004, en la que dos actores-narradores cuentan la turbadora
historia de un amor muy singular entre rústicos campesinos
del árido nordeste brasileño; y dos creaciones del
belga Jan Fabre, considerado uno de los talentos más versátiles
de Europa hoy en día, y que ha sido llamado “esteta
de vanguardia”: “Cuando el hombre principal es una mujer”,
hermosa y perturbadora coreografía sobre la tensión
entre lo masculino y lo femenino, en que una bailarina desnuda danza
bañada en litros de aceite, y un programa doble de monólogos
también trasgresores y contemporáneos inspirados en
sendos cuadros de Marcel Duchamp. Por su parte, Francia trajo al
director de Royal de Luxe, Jean-Luc Courcoult, para que conduciendo
una docena de actores chilenos remontara “Roman Photo”,
con cuya puesta original el conjunto debutó en Chile hace
17 años. El espectáculo, que recrea la delirante realización
de una fotonovela, género muy popular en la década
del ‘50, fue la primera experiencia de ese tipo para Royal
de Luxe en su cuarto de siglo de trayectoria, y con ella FITAM ingresó
al terreno de la co-producción.
BALANCE EXTRAORDINARIO
Desde que comenzó y en pocos años, FITAM logró
posicionar a enero como “el mes del teatro” en Chile,
y provocar en cada oportunidad un remezón cultural en torno
a las artes del escenario. En nuestro apagado medio, ello constituye
sin duda un logro de dimensiones titánicas, sobre todo si
se considera que el festival fue y es aún mayormente una
iniciativa privada, que se lleva a cabo por lo demás todos
los años (a diferencia de Buenos Aires, Caracas o Bogotá,
de periodicidad bienal). Se realiza gracias a que “hay un
puñado de locos que aman el teatro”, como dicen sus
impulsoras, Carmen Romero y Evelyn Campbell; ellas majaderean a
sus contactos y golpean las puertas de los institutos binacionales
de cultura, hasta convencerlos de embarcarse en el proyecto. Su
empecinamiento y la seriedad de su gestión provocó
que el Estado hiciera aportes desde hace pocas ediciones pero en
montos crecientes.
En sus doce años de historia, FITAM se ha ido incrementando
y madurando cada vez un poco más. El XII Festival reportó
una asistencia de 130.000 espectadores (30.000 más que el
año pasado), una cifra que a escala chilena es impresionante.
Debido a los espectáculos internacionales de gran jerarquía
que incluyó, significando que más de 270 artistas
extranjeros viajaran a Santiago, fue también la versión
más cara que se ha hecho, a un costo de US $ 1.200.000, el
doble que el onceavo encuentro.
Dados los excelentes antecedentes de las obras extranjeras anunciadas
y el atractivo potencial de la programación, desde el Festival
Teatro de las Naciones, en 1993, ningún otro encuentro logró
despertar tan altas expectativas como el XII FITAM, que amenazaba
con ser de una categoría inigualada. Pero el teatro es y
será siempre un misterio. A fin de cuentas, el último
Festival Teatro a Mil no alcanzó a dejar una huella tan contundente
como el número 11, en enero del 2004, lanzado con muchas
menos campanas y bombos.
Tras ocupar abundante espacio en la prensa y la TV con meses de
adelanto, quizás el anhelante clima previo ayudó a
enfriar la acogida. Las dos obras de Alemania dividieron al público
y la crítica. Ver “Endstation Amerika” y “Salvajes”
fue importante, sin duda. No obstante, en buena medida a causa del
diferente contexto cultural, se mantuvieron muy lejos de un gran
número de espectadores. En la primera de ellas el humor funcionó
apenas parcialmente, y resultó inconsecuente que una propuesta
europea de sentido fuertemente anticapitalista presentada ante un
público tercermundista, incluyera en su desenlace un efecto
técnico tan ostentoso y al mismo tiempo prescindible (mediante
un motor todo el escenario se iba levantando y cerrándose
hacia atrás).
Frank Castorf, director de “Endstation” y figura estrella,
dijo en una entrevista previa que “un festival tiene la obligación
de mostrar algo original y único”. No fue su trabajo,
sin embargo, el que cumplió este aserto, sino el de su colega
belga Jan Fabre. Los dos inclasificables e indescriptibles espectáculos
que se dieron de él, más próximos a la ‘performance’
o a una instalación en movimiento, son de esos que rompen
todos los moldes conocidos, entidades expresivas que sólo
pueden cobrar vida y validez sobre un escenario y están ahí
para remecer el piso del espectador en sus valoraciones estéticas
y morales. “Cuando el hombre principal es una mujer”,
con un fuerte componente dancístico, y el programa de dos
monólogos – “Ella era, es, tal cual” y
“Dadas que…”, interpretadas por la maravillosa
Els Deceukeller - lanzaron a la platea imágenes que quedarán
grabadas a fuego en nuestra conciencia por largo tiempo (el programa
doble tuvo escaso público porque se dio sin subtítulos,
aunque éstos no fueron en rigor necesarios).
Otros puntos para destacar fueron la coproducción franco-chilena
de “Roman Photo”, la gozosa obra callejera de Royal
de Luxe (que estará en Caracas en el 2006); la admirable
“Agreste” venida del Brasil; y el programa de danza
del Japón en que desfilaron trabajos de cuatro compañías
de tendencias diversas, mostrando el alto nivel de desarrollo coreográfico
e interpretativo en el país nipón. En cambio, la canadiense
“Victoria” resultó sólo un divertimento
grato, destinado más bien a una audiencia de cierta edad.
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