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URUGUAY. LOS JÓVENES, TODAVÍA

Por Jorge Pignataro Calero

 

En una nota anterior publicada en una de las últimas ediciones de esta revista, titulada "La hora de los jóvenes"; y a pretexto de reseñar la temporada 2003 y glosar la respectiva entrega de los premios Florencio que la crítica uruguaya otorga año a año al término de cada temporada, centrábamos nuestro comentario en la importancia, el relieve y el fermental aporte de una nutrida pléyade de jóvenes teatristas cuya edad no superaba la cuarentena. Algunos surgidos pocas temporadas antes, pero la mayoría ubicándose ese año en posiciones destacadas por méritos propios cualquiera fuera su lugar en la producción espectacular: fundamentalmente directores, pero también autores, actores o técnicos.
Sin necesidad de repetir el esquema expositivo de la nota referida, ni siquiera de glosar los Florencios de la temporada 2004 -aunque sin dejarlos de lado-, basta echarle un vistazo a vuelo de pájaro considerada globalmente para constatar que "la hora de los jóvenes" se prolonga en una feliz continuidad de la cual no pueden resultar sino una riqueza creativa y un empeño generacional que permitan mantener al teatro uruguayo en los considerables niveles de calidad y solidez que a lo largo de décadas fundamentaron su prestigio más allá de algunos inevitables descaecimientos circunstanciales como cuando sobre la cultura en general, y sobre el teatro en particular, han pesado factores exógenos como la dictadura militar (1973/84) o la crisis económico-financiera (2002).
Si bien algunos de los nombres más señalados en la nota referida se han mantenido a la cabeza de la tendencia, como Mario Ferreira que volvió a llevarse el Florencio con su multipremiada versión de "Frozen" (Congelados), intenso e inquietante drama de la autora inglesa Briony Lavery; como Alberto Rivero que, aunque volcado a la docencia y absorbido por los avatares de su grupo Trenes y lunas que fue miserablemente despojado de su sala (lo que no les impidió montar "Fulgor y muerte de Joaquín Murieta", de Pablo Neruda, en coproducción con el grupo Rayuela de Valladolid y luego hacer una gira por España) puso en escena una estremecedora y accidentada versión de "Caníbales" de George Tabori con la Comedia Nacional; o como María Dodera explorando el tema de las llamadas tribus urbanas en una propuesta transgresora de otro joven dramaturgo -ya conocido por "Sarajevo esquina Montevideo" que ella misma dirigió el año pasado-, el también periodista y narrador Gabriel Peveroni (n. 1969) titulada "El hueco", presentada como es su costumbre en un espacio no convencional y con el agregado de banda sonora rockera en vivo.
Otros, en cambio, no marcaron presencia por distintos motivos como Mariana Percovich que, no obstante serios problemas de salud y tras polémico concurso, acaba de acceder a la dirección de la Escuela Municipal de Arte Dramático; o como el también crítico Alfredo Goldstein que contra su habitual aparición en carteleras, este año se mantuvo ausente y parecería estar dispuesto a seguir con esa actitud en el tiempo inmediato; o como el varias veces laureado escenógrafo e iluminador Adán Torres que se radicaría en España; o como el talentoso dramaturgo y director Alvaro Ahunchain peligrosamente próximo al teatro comercial.
Pero hay un ingrediente etario que viene a reforzar aquella impresión acerca de la innegable incidencia del factor juvenil en el desenvolvimiento del teatro uruguayo de hoy sobrellevando la responsabilidad de sostener ese prestigio, al tiempo que circunstancialmente salva las debilidades de una temporada irregular (por decir lo menos) como la transcurrida en 2004. Dicho ingrediente marca, de paso, una diferencia con los jóvenes que motivaron nuestra primera nota, pues mientras aquellos estaban a las puertas de la madurez, los que hoy nos ocupan apenas sobrepasan los veinte años; con excepción de Alvaro Dell'Acqua, un abogado treintañero que con su obra iniciática "Pabellón" -ambientada en un manicomio- ganó el peimer premio del concurso Cincuentenario del Teatro Circular.
Ya en 2003 Gabriel Calderón (n. 1982) se había revelado con su pieza "Taurus, el juego" que él mismo dirigió en una salita under; y al año siguiente, partiendo de un real episodio policial, con "Las buenas muertes" obtuvo la única mención especial del citado concurso del Circular, donde él mismo la montó al modo "pavlovskiano" (valga el neologismo). Por esos mismos días ocupó también la segunda sala del Circular estrenando otra pieza suya, "Mi muñequita (La farsa)" codirigida con Ramiro Perdomo, donde en un elenco totalmente integrado por jovencísimos actores a punto de egresar de la Escuela Municipal de Arte Dramático, se destacaron particularmente Cecilia Sánchez y Leandro Núñez, ambos con sendas nominaciones de aspirantes al Florencio Revelación.
Dicho Florencio se lo adjudicó otra veinteañera de raro nombre, Angie Oña, como autora, directora y actriz de su breve texto "El auto feo", demostrando asombrosas dotes gestuales, vocales y de dominio corporal que cultivó en la Escuela Municipal. Pero hubo otros jóvenes que no figuraron en nominaciones ni obtuvieron premios y en algunos casos surgidos de los Encuentros de Teatro Joven que promueve la Intendencia Municipal de Montevideo. En casi todos los casos convocaron buen público con labores atendibles, como "H.D.P." de Gustavo Bouzas (quien además encabezaba el elenco), sobre conflictivas relaciones juveniles; y "Kahlo, viva la vida" del mexicano Humberto Robles, con la actriz protagónica boliviana Paula López (obviamente como Frida) y un elenco uruguayo enmascarado y la dirección de los debutantes Agustín Camacho y Daniel Torres.

 

Recién despuntó el 2005 y ya parece que esta "onda" va a continuar, como lo demostró pocos días atrás el estreno de "Shakespeare comprimido", un extracto de la vasta producción del cisne de Avon compaginado por los californianos Jeff Borgeson, Daniel Singer y Adam Long con fines didácticos pero muy divertido, a cargo de tres jóvenes actores muy bien preparados y no menos adecuados para tan peculiar tarea (Diego Arbelo, Damián Olveira y el nominado Leandro Núñez), que ellos salvan airosamente. Nada detiene a los jóvenes teatristas uruguayos, como se ve. Y no debe atribuirse a mera casualidad que la dirección de este "ersatz" shakespeariano haya sido puesto en escena por Mario Ferreira (quien, dicho sea de paso, acaba de ser contratado para integrar el elenco de la Comedia Nacional). Es que, sin duda, hay una empatía generacional de la que mucho cabe esperar.

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