COSTA RICA.CAMERINO
por Ana Istarú
He aquí la antesala del mundo.
De estos pomos de pintura, del polvo translúcido que sella
la máscara viva del maquillaje, emergerá ese personaje
que en secreto nos habita y que hará del escenario el mapamundi
de los sueños.
He aquí la antesala del sueño.
El territorio de la metamorfosis, el espacio vedado a los profanos,
el sitio en el que actor y bailarín se preparan al rito del
sudor, al aturdimiento de la maravilla. Abandonan sus pertenencias,
sus personales sufrimientos, depositan su nombre y su alegría
en una caja de lata, dibujan sobre el rostro el rostro de otro,
son ese otro, son el prójimo y cambian por lo tanto de cuerpo,
de risa, de cojera. Fuman, maldicen, chismorrean, intercambian desventuras,
trasiegan confidencias, son amigos o enemigos entrañables,
quieren besarse, molerse a palos y al final lloran igual por el
dolor ajeno. De todas formas, son de la misma sangre sobre la escena:
sacerdotes altivos prodigando, como una verde hostia, la esperanza.
He aquí la antesala de la esperanza.
Donde el torneado músculo se prepara para el vuelo, donde
el hueso y la
carne están a punto de ser formas giratorias, pedazos cristalinos
que se arrancan a la oscuridad. Donde la raza humana accede a la
poesía, toca otros mundos posibles, aspira a otro destino
distante, quiere tocar, como a un rayo, la belleza.
He aquí la antesala de la belleza.
Miren a los artistas. La olfatean y están temblando, a punto
de caer al
escenario como en un horno, como en una panza de lobo, como sólo
se cae al paraíso. Con reverencia, con envidia, con audacia
miren el carromato de su camerino, donde un pigmento roto y un terciopelo
muerto, por alquimia serán el vellocino de oro de los héroes,
y una criatura frágil, la esperanza del mundo.
He aquí, pues, la antesala del mundo.
Bienvenidos.
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