HACER TEATRO HOY. VENEZUELA
TEATRO Y REDENCIÓN
Juan Carlos De Petre
La redención es el ofrecimiento
más asombroso, extraordinario y sorprendente que se le pueda
haber hecho al hombre y la mujer.
Desconocerla, ignorarla, negarla,
es renunciar al triunfo sobre la muerte, perdiendo la oportunidad
de romper los eslabones del sufrimiento humano.
La redención no es un
enigma de fe común. En todo caso lo es de la fe real, aquella
que es comprobación y certeza de la palabra dada, de la promesa
hecha. Nunca una simple creencia, jamás una ilusoria esperanza.
La redención trata de
un prodigio que debe ser comprendido si se pretende vivirlo, de
un fenómeno cuyas leyes demandan ser conocidas si se está
dispuesto a penetrar su secreto. Aunque (es importante aclararlo)
no se trata del entendimiento común, de la inteligencia ordinaria,
el intelecto llega hasta un punto, exactamente hasta donde comienza
el misterio, potestad inalienable del espíritu y su gracia
para obrar. Sólo en sus manos estará la decisión
de fundar el territorio que acogerá al alma en la ascensión.
El pensamiento ayuda a dirigir
los pasos, si es correcto los llevará por caminos seguros,
hacia un destino querido. Al contrario, si es equivocado, los hará
transitar por terrenos resbaladizos, con el peligro de los abismos.
Un pensamiento educado en el respeto a la mirada, que evita los
antojos o caprichos personales, que es riguroso en sus resúmenes,
que se nutre de cualquier fuente valiosa sin oponer esquemas, puede
conducir a la comprensión.
Pero comprender no es discernir,
conocer no es obtener datos o informaciones; ambas son percepciones
de unidad, iluminaciones de certeza que acaba con dudas, contradicciones,
dialécticas. Se recibe la verdad en todo el cuerpo, el de
afuera y el de adentro.
Para que la redención
suceda debe ser una certidumbre tan evidente, tan manifiesta, como
la misma conciencia que nos confirma la elemental realidad de saber
que estamos vivos. Tan elemental realidad, como la de saber que
igualmente moriremos.
El ejemplo de estas obvias realidades
no es azaroso, la redención tiene que ver exactamente con
la vida, la muerte y la vida sin más muerte.
En una época como esta,
pasto del mercadeo, la redención cae en el embudo de las
distorsiones; hoy es muy difícil, casi imposible, distinguir.
Si algo verificable está sucediendo es justamente la indiferencia:
la clonación hace tiempo está en marcha. La redención,
disfrazada de cualquier perfil, es convertida en oferta para un
sinnúmero de terapias curativas y de salvación.
¿De una u otra manera,
en todas las épocas, el teatro tratado como arte, no ha intentado
y no intenta redimir? Hasta la dramaturgia más escalofriante,
ácida, corrosiva o destructiva; hasta los montajes más
alarmantes, sombríos, trágicos, herejes o apocalípticos,
exhuman al fin la posibilidad de rescate. El teatro en definitiva
devendrá visión, y ver es estar capacitado para leer
la realidad esencial: realidad básica que es movimiento,
movimiento que siempre cumplirá el ciclo natural de nacimiento,
desarrollo y muerte, tránsito que dará generación
-a su vez- al nuevo movimiento. Todo fin es un principio y cualquier
comienzo un término futuro.
Hacer teatro es practicar en
su ejercicio la propia redención, al mismo tiempo dar testimonio
a los otros, de esa probabilidad. Por eso el auténtico y
verdadero teatro es en proyección redentor, tanto para quienes
lo ejecutan como para quienes lo reciben. Pero como toda instrucción,
será efectiva siempre y cuando el aprendiz esté genuinamente
dispuesto a llevar a su vida la educación, en este caso a
hacer carne lo visto en el procedimiento creador teatral.
De esto se trata, si hacer teatro
entraña crear, el destino ineludiblemente llevará
progresivamente a formas de vida más desarrolladas, realizadas
en cuanto a identidad y misión. Volvemos a decirlo: el teatro
se convierte así en una oportunidad de redención individual
y en una muestra pública de esta posibilidad.
La sacralidad premia a quienes
la asumen con el milagro alquímico de la transmutación,
la redención es una forma de ella. El teatro venerable, una
ruta de acceso. |