LA ESCENA IBEROAMERICANA. BOLIVIA
LA MADUREZ DEL FITAZ 2004
Roberto Perinelli
Entre el 24 de marzo y el 3 de abril se desarrolló en La
Paz, Bolivia, el IV FITAZ, festival internacional de teatro que,
como siempre, contó con el impulso y la dirección
de su creadora, la actriz Maritza Wilde. Hasta aquí el título,
solo eso. Las reflexiones sobre el acontecimiento, ahora que me
siento a escribir, se escapan necesariamente del estrecho marco
del festival porque en la Bolivia actual nada de lo que se haga
en cualquier campo puede aislarse de un estado de situación
que con apariencia de inalterable -ilusoria imagen del altiplano-,
parece a punto de estallar y, por ejemplo, hacer trizas la transición
política que sobrelleva el presidente Mesa apenas meses después
de la pueblada que expulsó al Goñi Sánchez
de Lozada.
La llegada a La Paz en este mi décimo viaje me devuelve como
siempre una primera impresión: nada ha cambiado. No voy a
describir esta ciudad enigmática y misteriosa para ojos tan
poco acostumbrados a la presencia indígena, simplemente porque
no encontraría maneras de hacerlo. Apenas puedo decir, como
dije, que es un volver a sitios conocidos que aun en sus baldosas
rotas, las mismas que hace dos años, que hace cuatro, me
hace sentir que en La Paz el tiempo no pasa o pasa según
la cosmología aymara -la etnia con más presencia en
la ciudad- , muy distinta a la que manejamos los occidentales. Esta
primera impresión se refuerza con la desaparición
del centro de La Paz de la sucursal de McDonald's, comentario de
todos durante el FITAZ del 2002 y hoy abatida por el desdeño
de los paceños, desinteresados por las hamburguesas y siempre
fieles a las "salteñas", deliciosas empanadas que
deben consumirse de dos grandes bocados, mitad y mitad para cada
uno, rito necesario para no chorrearse y mancharse la chamarra o
el terno (la campera o el saco).
Pero la inmutabilidad es solo sensación, impresión
de viajero nada más. Hay una tensa espera luego de los acontecimientos
de octubre de 2003, cuando cayó el gobierno del Goñi
y los aborígenes alzados dieron plazos a un gobierno transicional
con una enorme cantidad de problemas por resolver, algunos de los
cuales hicieron dramática presencia durante el FITAZ, con
la inmolación de un desesperado minero que, como muchos de
sus compañeros, fueron excluidos del sistema con la aplicación
de medidas neoliberales que afectaron esta actividad paradigmática
de la vida obrera de Bolivia.
Después de esto, ocurrido cuando el festival estaba todavía
a medio camino, parecía que continuar con la fiesta teatral
significaba rozar los límites de la herejía o de la
insensibilidad. No sé con exactitud si ese martes negro -el
30 de marzo- alguno de los organizadores pensó en suspender
las actividades, tampoco me animo a decir que hubiera sido una medida
atinada, solo entiendo que ese anochecer -para colmo lluvioso y
destemplado- salimos del hotel sin la alegría de atravesar
La Paz rumbo al teatro, cruzando una ciudad aun más ensombrecida
por la derrota del equipo de fútbol ante los chilenos, inocentes
deportistas que cargaron con el rol de representantes de aquellos
que les robaron el mar y que en la cancha convirtieron dos goles
contra ninguno de los bolivianos, dando por tierra con las fiestas
que, patrioterismo y triunfalismo mediante, los paceños habían
organizado para después del match.
Pero el festival prosiguió. Había comenzado con los
mejores auspicios, la presencia del primer mandatario en un palco
fue signo del respaldo oficial, algo que el FITAZ intentó
obtener desde sus comienzos y que parece concretarse a través
de este presidente que a tono con el perfil que domina a los mandatarios
del sur de Latinoamérica, denota practicidad, sencillez y
verdadero interés por las cosas de todos los días,
entre ellas un festival de teatro. Porque la suya no fue una presencia
protocolar acorde con los actos de inauguración, volvió
otra vez a la sala del Teatro Municipal de La Paz mientras que su
esposa, con seguridad más liberada de compromisos, fue una
frecuente espectadora e invitada especial en la jornada de cierre.
Parece haberse hecho cierto lo que tantas veces oímos en
los discursos oficiales en los comienzos y finales de todos los
FITAZ, el apoyo oficial ha dejado de declamarse y ahora se hace
efectivo lo que indica, al menos, que podemos tranquilizarnos y
dejar de desesperar por su continuidad.
La prensa escrita, oral y televisiva también ofreció
un apoyo decidido. Sin escatimar el rigor de las críticas,
desde donde desautorizaron la presencia en el festival de algunos
espectáculos de endeble categoría, la prensa ofreció
una cobertura inédita en ediciones anteriores. Precisamente
La Prensa, uno de los periódicos de mayor circulación
de La Paz, editó diariamente una separata dedicada al FITAZ,
de eficaz auxilio para el lector que tuviera intenciones de concurrir
a algún acto, ya que además de la programación
cotidiana se ofrecía la información acerca de los
actos paralelos -foros, coloquios, conferencias, presentaciones
de libros, etc.
Este FITAZ 2004 presentó una valiosa innovación respecto
al esquema de otros años, tuvo una importante y nutrida sección
paralela dedicada al teatro para niños, que se ofreció
no solo en las salas oficiales en los horarios tempranos, sino que
todos sus espectáculos salieron a las calles y a las barriadas,
entre ellas el famoso El Alto, hasta hace poco una ciudad satélite
de La Paz, de medio millón de habitantes indígenas,
y que ahora goza de autonomía administrativa. La intención
pedagógica de esta iniciativa fue evidente y recupera uno
de los primeros objetivos del FITAZ, que fue la creación
de nuevos públicos, ya que el ciudadano común carecía,
y aún carece, del hábito por el teatro. Claro que
buena parte de la responsabilidad le cabe a la actividad teatral,
ya que no prestaba (aun hoy no presta) alguna continuidad escénica
sino esfuerzos, ponderables pero aislados.
Este FITAZ renovó, asimismo, su interés por mostrar
la producción nacional que festival tras festival va dejando
de ocupar un lugar secundario respecto a la calidad y crece, sobre
todo a ojos extranjeros que tienen la posibilidad de tomar distancias
y hacer cotejo. Como siempre el Teatro de los Andes volvió
a deslumbrar con su calidad, incólume a pesar de acercarse
al resbaladizo terreno de lo político y panfletario con "En
un sol amarillo", feroz denuncia de la corrupción política,
instrumentada por el hábil César Brie con maneras
del 50 pero sustentada en su enorme capacidad de teatrista moderno.
El espectáculo alcanza tamaño de documento incuestionable
por el recurso de llevar a la escena las declaraciones de los damnificados
por un terremoto, desvalijados, después, por la estructura
política que se apropió de la asistencia que la caridad
nacional e internacional brindó a las víctimas. Con
seguridad el presidente Mesa habrá tomado nota de estas prácticas
politiqueras, ya que esa noche ocupó su palco del mismo modo
que lo había hecho la noche inaugural pero para tolerar una
tediosa y demagógica representación australiana que
no merece ningún comentario.
Pero el Teatro de los Andes tuvo presencia doble. "Frágil"
fue el otro título que narra el despertar de una niña
a la vida madura y que cuenta, además de la eficacia interpretativa
que siempre ofrecen los actores del conjunto, con una descomunal
María Teresa del Pero, también autora del texto junto
con César Brie, Que luce sus excepcionales dotes de actriz.
Renglón aparte merece el espectáculo de David Mondacca,
rara avis en el teatro de arte boliviano. Lo suyo, un espectáculo
que tituló "De madera hermano de madera", guarda
el recato de una cita con amigos (contribuye a la complicidad la
pequeñez del Teatro de Cámara municipal), con los
cuales conversa acerca de sus atribulados pero también maravillosos
treinta años de actor en un país que ni siquiera reconoce
el oficio, pero del cual él pudo vivir pese a todo. Desopilante
es el relato de un Mondacca tratando de obtener el pasaporte, cuando
el funcionario se niega a escribir la palabra actor en el renglón
que corresponde a la profesión y la quiere reemplazar por
la de empleado. El trabajo que mostró Mondacca encierra,
también, el carácter nostálgico de una despedida,
como si estuviera actuando en el umbral de un nuevo camino que lo
llevará a otra parte, distinta a la que transitó por
treinta años. No le faltan armas ni convocatoria para arriesgarse,
Mondacca tiene carisma y recursos profesionales para estar a la
altura de cualquier desafío escénico.
Acaso se le deba dar razón a la entusiasta Maritza Wilde,
quien en uno de los coloquios que organizó el festival declaró
que en Bolivia se terminó la época de la queja, ahora
sólo hay que hacer. Lo demuestra ella con su cuarto FITAZ
y lo sigue demostrando uno de los grupos más interesantes
de Bolivia, aposentado en Cochabamba, que es el Kikin Teatro. Fieles
a un estilo que los distingue de todos los demás, arriesgaron
con una historia de amores locos e incesto que para hacer más
literal llamaron "Ese cuento de amor". Los fundadores
del Kikin Claudia Eid y Diego Aramburu son autores e interpretes
de la pieza, asistidos desde la técnica por Jhonny Anaya,
que también forma parte del grupo desde sus inicios. Vale
aplaudir la fidelidad del Kikin a una manera escénica donde
el texto, tratado de una forma no convencional, alcanza niveles
de infrecuente poesía.
Cabe concluir la mención de la participación boliviana,
con los trabajos de Marta Monzón acerca del aluvión
que arrasó La Paz en febrero de 2002, "Nuestro último
refugio", de original concepción escénica; "Encueros",
dirigida por un exTeatro de los Andes, Cristian Mercado, y que curiosamente
también se enfrenta a la reflexión acerca del oficio
del actor, como si esta profesión hubiera dejado, por fin,
de ser una excéntrica pretensión y convertido por
la fuerza de la prepotencia de trabajo en una elección de
vida para tantos jóvenes bolivianos interesados en el teatro.
Por fin, se cita la atractiva y didáctica versión
que de "Fuenteovejuna" hicieron Maritza Wilde y Ninón
Dávalos, acercando con inteligencia la belleza de uno de
los clásicos castellanos más frecuentados.
La representación extranjera en este FITAZ 2004 brilló
a través de dos trabajos memorables: el argentino, "Mabel
y Edgardo", y el francés, "Las reglas del buen
vivir en la sociedad moderna".
Respecto a la pieza argentina, resulta curioso que nuestro país
haya concurrido con un trabajo del interior, pues tanto los sólidos
actores Claudia Cantero y Matías Martinez como el director
Marcelo Díaz trabajan y residen en Rosario, provincia de
Santa Fe. Un mérito de ellos fue estar a la altura de los
requerimientos (su éxito exigió agregar funciones
a las previstas originalmente), y de la perspicacia de Maritza Wilde
para seleccionar fuera del ámbito casi considerado natural,
como es la ciudad de Buenos Aires.
La actriz Mireille Herbstmeyer cargó sobre sus hombros con
un monólogo de cerca de dos horas actuado en su lengua de
origen, con subtitulado simultáneo. Ni siquiera esta dificultad
-leer en castellano por encima de la cabeza de la actriz lo que
en realidad ella estaba diciendo en
francés-, mermó el interés de un público
que en menos de tres minutos fue captado por esta actriz excepcional,
de una elegancia interpretativa infrecuente y sobresaliente entre
tantas actuaciones importantes que tuvo este festival.
Como cualquier evento de este tipo se padeció también
del tedio y de lo pretencioso (con los mejicanos y los ya mencionados
australianos a la cabeza), y de representaciones que no lucieron
como las mencionadas pero mantuvieron el decoro, tal como los españoles
del Teatro Meridional, que ofrecieron una antibélica (¿algo
más oportuno para los españoles?) pieza titulada "Dionisio
Guerra".
Brasil, país homenajeado por el FITAZ y al cual se le dedicó
esta edición, cerró el festival con un recital de
la cantante Cida Moreira, eficaz intérprete de las canciones
de Brecht y Kurt Weill.
Con esta cuarta versión el FITAZ ha alcanzado su madurez
y como el entrañable Mondacca, también se encuentra
en un umbral. Si las condiciones del contexto se mantienen, y los
recursos llegan tal como se han prometido, podrá arriesgar
y superar los límites a los que ha llegado y que resultan
encomiables de por sí. . El tesón de Maritza Wilde
parece incólume, mucho más hoy porque en esta ocasión
parece haber encontrado apropiados compañeros de ruta, que
formaron parte de una organización casi perfecta, que hizo
cómoda y agradable la estadía de elencos e invitados
especiales en la turbulenta y mágica ciudad de La Paz.
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