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LA ESCENA IBEROAMERICANA.
CHILE “DIGO SIEMPRE ADIÓS, Y ME QUEDO” Vicente Huidobro, creador de su mito y de su propia vida Por Pedro Labra En lo que va corrido de la temporada 2002, la cartelera teatral
santiaguina se ha mostrado muy activa; lamentablemente del medio centenar
de títulos, sólo un puñado de montajes ha alcanzado
real interés. Entre ellos brillan con luz propia las dos producciones
del Teatro de la Uni El Teatro de la UC acariciaba hacía tiempo el proyecto
de hacer una obra sobre el fundador del creacionismo, el poeta Vicente
Huidobro, que rescatara su figura relegada a un inexplicable olvido en
el último tiempo, y que permitiera además reflexionar sobre
un período de la historia de Chile, aquel en que el país
se empezó a consolidar como una nación moderna. Tras una
investigación exhaustiva de las fuentes literarias e históricas,
se encargó la escritura de un texto a Juan Radrigán, sin
duda el más importante autor teatral nuestro de la década
del 80, cuya obra cabe además dentro de la poesía dramática.
En una veintena de piezas, entre las cuales destacan "Hechos consumados",
"El loco y la triste", "Las brutas" y "El pueblo
del mal amor", Radrigán se ha destacado por restituir la humanidad
del mundo VIDA NOVELESCA Como ese loco romance era imposible, Huidobro vuelve a Santiago y la esposa ofendida lo perdona. El matrimonio y sus hijos parten a Europa en 1916 con pasaporte diplomático; en España, donde ya se conocía su trabajo literario, dice un cronista, "le esperaban como a un meteoro fabuloso". Luego se instala en París, donde se hace amigo de Picasso, Juan Gris y Jacques Lipchitz, y se codea con lo mejor de la vanguardia europea. En su casa de Montmartre recibe habitualmente a Miró, Breton, Tzara, Apollinaire, Miguel de Unamuno, Diego Rivera, Luis Buñuel, Cocteau, Léger, Le Corbusier. Se autoproclama padre de un nuevo movimiento poético, el creacionismo, que pretende "hacer un poema como la naturaleza hace a un árbol", "que el verso sea una llave que abra mil puertas". "El poeta es un pequeño Dios", afirma. En 1924 la prensa mundial consigna que Huidobro, agregado de la legación chilena en Francia, ha desaparecido. Al tercer día reaparece en pijama y declara que un comando inglés lo raptó por ser el autor de "Finis Britanniae", libro en que ataca el colonialismo del Imperio Británico y, además, por pertenecer a una sociedad secreta irlandesa. Al año siguiente se presenta como candidato a la Presidencia de Chile, y pierde la elección. Luego se enamora de una muchacha aristocrática de 17 años, Ximena Amunátegui. Para eludir el nuevo escándalo, viaja a Nueva York, allí conoce a Chaplin, Douglas Fairbanks y seductoras actrices, pero la pasión por Ximena lo hace volver a Chile. Ella se fuga del colegio de monjas en que está internada, y la pareja cruza la cordillera, llega a Buenos Aires y continúa a París. Como su matrimonio con Manuela Portales es católico, se casa con Ximena en un rito musulmán. "Soy un revolucionario, un rebelde hasta la médula de los huesos", declara Vicente. Su padre lo ha repudiado por sus escándalos y sobre todo, porque decidió eliminar el García de su apellido paterno compuesto. Su madre lo critica por haberse inscrito en 1930 en el Partido Comunista francés, al que renunció una década después. Como se avecina la Segunda Guerra Mundial, propone crear una nación de artistas en Angola y reparte panfletos promoviendo la emigración hacia ese país. Antes se ha opuesto a la penetración de Estados Unidos en América Latina, y ha reformulado el sueño de Bolívar impulsando la fundación de la República de Andesia, integrada por Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay. Terminada su relación con Ximena, en 1943 trabaja como periodista en Francia, ingresa a Berlín con las tropas aliadas, cuenta que fue herido dos veces y que el teléfono negro usado personalmente por Hitler está en su poder. En Londres conoce a Raquel Señoret, ambos están solos y se unen. Sufre una hemorragia y, sabiendo que no le queda mucho de vida, vuelve a Chile. Toma posesión de unas tierras que heredó en el balneario de Cartagena, próxima a Santiago. Allí, tras un derrame, fallece en 1948, a los 55 años. Su tumba, en lo alto de un cerro, tiene un epitafio de su pluma: "Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba, al fondo de esta tumba está el mar". PREPARACIÓN POLÉMICA Durante el proceso de escritura, Radrigán llegó
a declarar que el poeta usaba una 'fórmula' para componer sus obras,
y que consideraba "una soberana estupidez" haber bautizado a
su corriente como 'creacionismo' cuando "todos los artistas crean".
Más adelante, el director Rodrigo Pérez - uno de los renovadores
de la puesta en escena en el medio teatral chileno, también actor
(encarnó a la Madre en el notable estreno de "Eva Perón",
de Copi, el año pasado) - dejó en claro que el montaje que
preparaba no sería una apología de Huidobro. Su elección
para el rol protagónico fue Willy Semler, un actor - también
director - moreno, con por lo menos 20 centímetros más de
estatura que el autor de "Altazor" y de personalidad poco carismática.
Ello ratificó que el proyecto tampoco pretendía hacer un
retrato fiel de su original. El texto hace que el propio poeta califique sus supuestos actos heroicos, incluso la fundación del movimiento creacionista, de meras 'supercherías'; lo muestra como un niño rico que nunca fue capaz de amar a nadie, salvo a sí mismo, un individuo pretencioso y egocéntrico, pedante e histriónico, ansioso de figuración y reconocimiento en Europa a cualquier precio. La puesta lo presenta dándole un incestuoso beso en la boca a su madre, para ilustrar la desmesura de su obsesión edípica. A más de dos meses del estreno, no se ha sabido de demanda alguna y las aguas parecen haberse calmado. De más está decir que la obra, al fin y al cabo, dejó descontentos a los huidobrianos más recalcitrantes. EL MONTAJE Mejor todavía. La producción pudo tener un objetivo, digamos, funcional, pero autor y director se apropiaron de él y lo vuelven expresión personal. Convierten al sujeto histórico en un personaje dramático cautivante por su grandeza como creador y sus vacilaciones y debilidades humanas. En definitiva, construyen un excepcional montaje contemporáneo, de una teatralidad de ineludible fuerza poética y sugestiva plástica. La dramaturgia está construida sobre la base de textos del poeta, aportes del autor e interpretación y paráfrasis que éste hace de declaraciones u otros escritos de Huidobro. Él se hace presente sobre la escena para desplegar frente a nosotros un artificio, la representación organizada frente a nosotros del delirio de su agonía. En esa recreación que hace de su propio universo personal, el artista mira por fin cara a cara la vida que se inventó para sí mismo, como un pequeño Dios, e invoca a sus seres más queridos para ajustar cuentas con los fantasmas y culpas que lo acosan. Todo ocurre en un espacio onírico que es el subconsciente del poeta, una suerte de playa de arenas azulosas con la trastienda del escenario a la vista. Ajeno a la acción fingida, también al mundo de la creación poética y a los tormentos del protagonista, circula a ratos por el escenario un joven tramoyista, que a último momento toma la voz del hombre sencillo, el pueblo. Es, claro, una propuesta que no se entrega fácil al espectador, y se demora en establecer sus coordenadas. Cuando lo hace (con la aparición del padre), se revela como la única vía posible para intentar tocar el alma de un personaje tan complejo e inasible por sus aristas contradictorias y ficticias. Entonces se abre en múltiples capas superpuestas de significación, incluyendo un comentario sobre la época y los privilegios de una casta. Más que una desmitificación de Huidobro, la obra intenta tocar al hombre detrás de la figura pública, concentrándose en dos puntos. Por un lado, las contradicciones y dudas que debe enfrentar todo ser humano en el trance de la muerte, y por otro, la pasión extrema por su obra creativa, que lleva al artista a abandonar y herir a quienes más lo quieren. De este modo Huidobro-personaje se convierte aquí en un paradigma trágico de la profunda soledad del creador, incierto del afecto de los que le rodean y del verdadero valor de su producción; más solo aún que el resto de los hombres. Por completo fuera de 'rol físico', Willy Semler logra asimilarse entrañablemente con su modelo; estupendas actuaciones también las de Gaby Hernández y Manuel Peña, como los padres. Rodrigo Pérez se ratifica como gran director nuestro en el ámbito de la nueva expresión teatral, y el desbordante talento del diseñador Rodrigo Basaez define la puesta con su aporte visual, tal como lo ha hecho en trabajos anteriores. |
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