LA ESCENA IBEROAMERICANA. MÉXICO
LAS ESCAMAS DEL DRAGÓN
Por Bruno Bert

El teatro mexicano sufre un momento de crisis. Esto podría ser un lugar común ya que se trata de un arte que, como organismo, se alimenta justamente de ellas y se revitaliza usando como antídoto aquello mismo que lo daña. Pero hay momentos de especial vulnerabilidad y creo que éste es uno. Motivos. Tres en especial: debilidad en las áreas de producción; dificultad para generar organizaciones alternativas que superen con ingenio este problema, y una atomización de los teatristas, sobre todo los jóvenes, que desgasta su talento y genera un rendimiento mínimo en espectáculos.

El primero de estos problemas es de vieja data y hace directamente a la enorme incidencia que el Estado ha tenido siempre en las producciones teatrales: no habiendo un verdadero teatro independiente y siendo el comercial una franja muy estrecha dentro de nuestra escena, el único teatro verdaderamente importante es el institucional. Cuando este, a través de las crisis económicas progresivas y ascendentes que han caracterizado la última década, cierra los grifos de distribución de dinero y apoyos, la gente de teatro se encuentra perdida. El fenómeno de globalización y el cambio de partido en el gobierno luego de más de setenta años de monopolización, han acentuado el área de orfandad de una cultura esencialmente protegida y desarrollada a la sombra de los dineros públicos.

El segundo de los problemas es la inexistencia de un teatro independiente, de grupo, o como quiera llamarse a esa vieja tradición latinoamericana que ha dado tan fértiles resultados sobre todo en el cono sur y en los últimos cincuenta años. Esa generosidad del Estado vuelta paternalismo, es la que ha dificultado históricamente ese desarrollo, y hoy tiende a prevalecer esa inercia histórica, aún sobre una realidad de pobreza que va imponiéndose de manera cada vez más obvia. El discurso es contradictorio por parte de los mismos artistas, y a un apoyo verbal a cualquier proposición de trabajo teatral colectivo le siguen luego actitudes disolventes e inmaduras con tendencia a regresar a los viejos esquemas donde todo se le exige al Estado, aun a partir del canibalismo con los colegas.

Por supuesto se trata de una herencia que difícilmente habrán de superar los más viejos. Estos viven de renta si su prestigio se los permite (sobre todo si tienen cincuenta para arriba), o de lo mismo más los sueldos de puestos públicos en la cultura (sobre todo si están entre los 35 y los 50). Y los que no, buscarán las puertas del retiro hacia otras profesiones. Así que la palabra real está entre los que egresan de las escuelas como actores, directores, escenógrafos, etc –alrededor de 25 año – y los que comienzan a ascender en su carrera política, es decir aquellos que, genéricamente, están aproximadamente entre los 25 y 35 años. Y estos son los que interesan realmente porque perfilarán al teatro propositivo y las formas de organización y producción del mismo por lo menos en las próximas dos décadas. Para preguntarnos por su talento, por su imaginación, por su capacidad de transformación, por su habilidad política... Ellos son los que están formando las escamas fuertes del cuerpo del teatro, dragón mítico siempre tan vulnerable en sí mismo. Podemos hacer un recorrido muy breve por algunos, porque siempre es bueno señalar virtudes y dificultades cuando nacen y decir el nombre de quienes las portan.

Si vamos por nombres podríamos mencionar, en el área de dirección a gente como Marco Vieyra, Agustín Meza, Luis Ibar, Jorge Valdez Curi, Ricardo Díaz, Israel Cortés... o autores como Edgar Chias, Iván Olivares, Jorge Kuri, Luis Ayhillón o Elena Guiochins y Carmina Narro, por ejemplo. Incluso con la salvedad de que varios de ellos suelen ejercer roles rotativos o dirigir sus propias obras.

A decir verdad no son demasiados. Incluso calculando el número de egresados de las escuelas oficiales y alternativas. Pero forman (con unos cuantos más) un número interesante, aunque no se perciba entre ellos una conciencia de cuerpo, una vinculación efectiva entre sí a niveles de intercambios. Islas que están emergiendo con mayor o menor incidencia apenas relacionadas por frágiles puentes. ¿Qué caracteriza sus producciones? Lo primero que podríamos responder con seguridad es: la variedad. El no seguir corrientes, el no identificarse como una estructura de continuidad, el jugar con el vacío como posible interlocutor.

Y entonces, dentro de esta variedad distintiva, comenzamos a encontrar preocupaciones específicas. Veamos algunos: Iván Olivares se volcará hacia los títeres y la relación de estos con los actores tanto en teatro como en espacios no convencionales. Como es el caso también de Luis Martín Solís, otro creador en la fértil frontera entre el niño y el adulto, con una imaginación poco común y un tratamiento infrecuente y de gran consistencia. Del primero podemos recordar “Alicia en el país de las alcantarillas”, “Fausto”, etc., materiales de interés aunque en proceso de perfeccionamiento técnico, mientras que del segundo tenemos aún frescas en la memoria producciones como “La legión de los enanos” o también “El pozo de los mil demonios” o la que actualmente se encuentra en temporada: “¿Quién ha visto a mi pequeño niño?”

Por otra parte está Agustín Meza, que se muestra como un director y dramaturgo de muy baja producción –menos de un espectáculo al año– pero con muy interesantes montajes que merecerían temporadas mucho más extensas y mayor cercanía con el público. Un experimentador de lenguajes definiendo un estilo y preocupado no tanto por llegar a la razón sino más bien a la intuición del público (“El pasatiempo de los derrotados”, “Fe de Erratas” y ahora una versión muy estilizada de “Esperando a Godo”, de la que apenas han podido presentarse ocho funciones).

Jorge Valdéz Kuri produce aún menos. De hecho apenas le conozco dos puestas en un lapso de casi cuatro años: “Beckett”, una personalísima versión de la obra de Anouilh integrada a una escalera colonial en piedra en el museo del Convento del Carmen (justo donde años antes Mauricio Gimenez estrenara aquel memorable “Lo que cala son los filos”), y más recientemente “De monstruos y prodigios”, que con la dramaturgia de Jorge Kuri (su homónimo pero no su pariente) nos cuenta la historia de los castrati con una belleza formal y una audacia narrativa que le ha valido recorrer polémicamente diversos festivales tanto americanos como europeos durante el 2001. Ambas son deslumbrantes en logros pero sobre todo en el impulso con que las lanza al escenario, como si fueran redes cargadas, trayendo extraños y a veces horrorosos despojos del fondo del mar. Muestran una identidad laberíntica y solitaria donde la música y el canto se tejen indisolublemente con el entramado teatral. En un par de semanas estrenará una nueva producción, evidentemente se la espera con curiosidad.

Ricardo Díaz sigue la austeridad de los anteriores con apenas dos o tres estrenos en su haber (“Stabat Mater”, de Humberto Leyva, “El veneno que duerme”, basado en “La vida es sueño” de Calderón y “El vuelo sobre el océano”, reinterpretación del texto de Brecht acompañando una conferencia sobre lenguajes teatrales), pero estos plenos de una rara madurez, con una línea reflexiva sobre el valor del teatro y sus componentes sin ningún tipo de concesiones hacia el público. Formado en la ex Yugoslavia en medio de los combates sobre Sarajevo, arrastra consigo una seriedad casi crónica y una clara aprehensión hacia la violencia, junto con la desconfianza sobre las transformaciones sociales. El teatro es como un puente, muchas veces roto, entre los hombres y sus ideas lanzadas al ruedo social.

De Israel Cortés también recuerdo apenas tres obras. Con la primera nació aparejada la organización Circo Raus, un grupo de “circo de cámara”, que incorporaba al lenguaje teatral elementos musicales y circenses. Ese trabajo se llamó “El funámbulo”, basándose en textos de Jean Genet. Una propuesta de inicio cargada de sugestiones. El trabajo siguiente fue “Crónica de fin de circo”. Una creación espléndida que también visitó algunos festivales internacionales y toda una larga temporada con reposiciones siempre a sala llena, a pesar de la amplitud del Teatro de las Artes. Por último nos mostró “Salón de belleza”, también esta una adaptación literaria para el teatro, a mi gusto no muy lograda, pero indudablemente resultado de una búsqueda y caracterizada por un estilo barroco, casi preciosista, que parece definirse como el natural de este joven director.

Pero bueno, tal vez no resulte demasiado interesante librar con algunas líneas cada uno de los nombres que primero mencionamos y algunos otros que podrían estar dentro del mismo cuadro generacional. Lo que vemos en todos ellos (o casi, claro) es una abierta desconfianza a las salidas en comunidad de corriente de acciones y pensamientos. Un interés muy marcado por los lenguajes teatrales y la posible experimentación con los mismos. La elección de estilos que, salvo una que otra excepción, están alejados del naturalismo escénico, el testimonialismo social o el discursivismo ideológico, características que mantuvieron con variables las dos generaciones anteriores con un bache para la “generación X” (los que ahora bordean los cuarenta) un tanto desorientada y ecléctica.

Hay también dificultades para hallar apoyos continuados ya sea en las instituciones del Estado o en instancias de la iniciativa privada y un existir “solitario”, en el sentido artístico, claro, donde se está gestando un nuevo decir en un teatro político que no parece serlo pero que va naciendo como una alternativa distinta al panfletarismo de las décadas pasadas. Un nuevo teatro político en ciernes y sin embargo no una nueva forma de vinculación estable, de alianza creativa a largo plazo para asegurar la continuidad de una idea, una propuesta, una estética... una contradicción que vuelve quebradizo el sitio donde se apoyan.

Lo mismo que en lo político sucede con el tema de la sexualidad. A un teatro gay absolutamente devaluado e intrascendente, se va sucediendo un perfil más serio, una búsqueda más compleja y un tratamiento que no intenta la complicidad con el público a través de la concesión sino a partir de la sonrisa irónica o la introspección en un tema que interesa a muchos cuando empieza a madurar en sus expresiones. Mucho más integradas estas a la sexualidad en su sentido más amplio y no sólo como palabra de una minoría. Madurez que se vuelve punto de apoyo para calibrar la visión del mundo y no sólo excusa para mostrar las nalgas. Aquí caben algunos trabajos de Elena Guiochins, de Israel Cortés, de Martín Acosta o de Boris Schoemann, aunque estos dos últimos sobrepasan un poco la edad que estamos tratando. En el caso de Schoemann incluso ha configurado un grupo (Los endebles) que ha tomado el teatro de La Capilla volviéndose un serio exponente, con intercambios con autores franceses y canadienses, temporadas consistentes (“Los endebles”, “El camino de los pasos cruzados”, “Moliere por ella misma”, etc.) y la recuperación de público para ese ámbito que hace ya mucho años fundara nada menos que Salvador Novo, un creador histórico que bien podría apadrinar una verdadera renovación del teatro gay mexicano.

Creo en definitiva que las perspectivas a mediano plazo nos señalan un futuro en donde parecieran predominar tres elementos. El primero es de carácter alentador porque señala la presencia de un puñado de autores/directores con palabra que decir, acompañada esta por una cierta originalidad y fuerza expresiva. El segundo en cambio, nos habla de una disminución progresiva de los públicos asistentes a los teatros convencionales y posiblemente una clara reducción de los mismos, hasta ahora generalmente sostenidos en lo económico por el Estado (¿Qué pasará finalmente con las 100 salas del Seguro Social dispersas por toda la república y en más que obvio peligro de cierre?). El último es la reagrupación de los espectadores en espacios pequeños y múltiples que progresivamente serán asumidos, forzados por las circunstancias, de manera cada vez más autónoma por los propios creadores mientras los apoyos públicos terminen haciéndose virtuales.

Ir al teatro será entonces un acto íntimo entre cómplices. Bueno... ¿Y por qué no? Es sabido que en los cuentos orientales los dragones a veces caben en pequeñas y preciosas cajas... en espera de nuevos tiempos.