HACER TEATRO HOY. ARGENTINA
DIEZ MINUTOS PARA EXPLICAR EN EUROPA QUÉ ES LA REALIDAD
Por Rafael Spregelburd

A pedido de Marie Zimmermann, directora de programación y eventos especiales del Festival Wiener Festwochen, de Viena, accedí a presentar una ponencia en un foro de discusión durante dicho festival, un foro que no venía barajado nada fácil. Se trató de un encuentro con autores teatrales de países en crisis, y la idea era darnos sólo diez minutos para responder una sola pregunta: “¿Qué es la realidad?”
Tres autores aceptamos el desafío: Jewgenij Grischkowez (de Kaliningrad), Ron Pinkovitch (de Tel Aviv), y yo. Se había invitado también a un autor palestino, que prefirió declinar la invitación. Su país está en guerra, dijo.
Lo que sigue es un intento desesperado de responder a la pregunta. El texto de base se parece mucho al que adjunto aquí, sólo que fue leído en alemán, e interrumpido alguna que otra vez para pensar algún ejemplo o para aclarar alguna cosa. Sé que leer esto en la Argentina tiene una significación relativa; fue escrito para tratar de informar a amigos extranjeros.
Sólo me resta agradecer, no sólo a Marie Zimmermann, sino a todos los asistentes al foro, por la insistencia en tratar de sacar algo legible, algo comunicable, del desbarranco de nuestro pobre país.

Estos encuentros se abren con la pregunta: ¿qué es la realidad?

La pregunta no es sencilla. Y menos aun cuando va dirigida a artistas provenientes de países que atraviesan profundas crisis.

Mis amigos en Argentina me preguntan si es cierto que voy a volar veinte horas para ir a Viena, hablar unos minutos, y volver a volar las veinte horas de regreso. Me preguntan de qué voy a hablar en Viena. Les explico que tengo diez minutos para explicar qué es la realidad. Agrego que formo parte de un foro con representantes de países complicados. Explico que habrá un israelí, un ruso, tal vez un yugoslavo. Y un argentino. Que soy yo. Mis amigos se ríen, me miran con desconfianza, hacen alguna broma, después se quedan serios. Los argentinos todavía no creemos lo que está pasando, pero todo parece indicar que lo que está pasando es “real”.

¿Y qué es lo real?

Yo espero que la pregunta no presuponga además que uno está fuera de lo real, y por lo tanto puede hablar sobre ello con objetividad. Yo formo parte de la realidad. Así que es probable que me equivoque si creo que puedo ser objetivo. Sólo puedo agregar en mi defensa que por eso me dedico al teatro, que es un sitio donde las definiciones categóricas son despreciadas sin que nadie te condene por ello. Y lo otro que quiero agregar en mi defensa es que no represento legítimamente a los argentinos cuando me siento aquí a hablar: ninguno me ha votado para que yo oficie de representante.

No voy a explicar aquí las características de la crisis argentina. Pero me gustaría tratar de empezar con un ejemplo, que en realidad es sólo una imagen, una de las tantas que se han podido recolectar en nuestro país en los últimos meses.

Parece ser que un camión que transportaba vacas chocó en algún lugar de la ruta en la provincia de Santa Fe, muy cerca de un poblado. Y parece ser que un grupo de hombres y mujeres de este poblado aprovechándose de la avería del camión lo tomaron por asalto. Con cuchillos y distintas herramientas carnearon vivas a las vacas y huyeron a sus casas con los pedazos de carne sanguinolenta. El camión chocado, las vacas vivas, los pedazos de carne aún caliente en las manos de las familias hambrientas. La imagen es dantesca, y tuvo lugar en mi país, una vez el mayor proveedor de alimentos del mundo.

Podría dar más ejemplos, como el del jubilado que fue al banco con una granada de mano para poder cobrar sus propios ahorros, etc., pero éste de las vacas me interesa en particular y después voy a volver a él y explicaré por qué.

Toda pregunta acerca de la realidad en un país que atraviesa una crisis es no ya una pregunta meramente filosófica sino una pregunta “seria”, una pregunta que nadie se atreve a contestar en broma. Salvo en las ficciones teatrales. Y si esa pregunta, además, se formula en la Argentina, se torna en “forzosamente” una pregunta acerca de la “vida política” de nuestro país.

La política es -justamente- la “modificación de lo real”.

Pero lo hemos olvidado. Porque quienes la ejercen como profesión, los políticos, ya se han adaptado a un trabajo que ya no es la modificación de lo real, sino simplemente la “administración” de lo que hay.

Diríamos entonces, con dolor, que hoy la política quedó reducida básicamente a “la administración pública de las imágenes”.

Si le preguntan a cualquier argentino “¿qué es la realidad?” será inevitable que trate de responder acerca de lo que él “cree” que está pasando “en realidad”, es decir, por debajo de la apariencia. Y por supuesto, en el ámbito de la política.

Aquí está la primera clave: tendemos a pensar que la realidad es algo que ocurre, pero que ha quedado oculto bajo una “apariencia”. Una simulación. La idea de la simulación es inherente al ser argentino. Y quienes construyen esa simulación son los poderosos.

Luego de que los medios cubrieran la noticia del camión de vacas en Santa Fe (noticia que rápidamente tuvo que ir dando lugar a otras, y a otras, y a otras), los rumores empezaron a correr. Al parecer, todo esto habría sido una “puesta en escena”. Se dice que tanto el camión como los carneadores profesionales los envió Duhalde, el presidente de la nación. Un presidente que, como ustedes quizás sepan, luego de una larga parodia en diciembre del año pasado, ocupa el cargo sin haber sido votado por el pueblo.

Pues bien, Duhalde habría montado esta escena para desprestigiar al gobernador de la provincia de Santa Fe, Carlos Reutemann, [...] aparentemente un posible contrincante fuerte en las futuras elecciones presidenciales. Los rumores agregan que otro camión similar habría sido enviado a Córdoba para hacer lo propio con el candidato local, De la Sota. Se supone que De la Sota, alertado por el incidente en Santa Fe, fue capaz de interceptar el camión antes de que la farsa matarife tuviera lugar.

Nosotros nunca sabremos si esto pasó en serio o no. Quiero llamar la atención sobre la condición permanente de la “incertidumbre”, en nuestro país. La duda nos lleva a preguntar cuál es la conveniencia política de una u otra cosa. Si ocurrió en serio, quizás al gobierno le convenga hacer creer que no, porque la imagen es escandalosa y resume (con el poder mágico e inexorable de las imágenes) el estado lamentable de nuestro pobre país.

En primer lugar, la escena no es elegida al azar: si Duhalde, o cualquier político, inventó este “guión”, es muy lícito pensar que lo han hecho porque detrás de éste hay un fundamento verosímil: muy posiblemente esto haya pasado antes en las provincias; muy posiblemente esto pase todo el tiempo. Por eso existe dentro del imaginario político, y se puede echar mano de esta escena.

En segundo lugar, si nada de esto es verdad, al menos el hecho de que el rumor se extiende como reguero de pólvora ya habla de algo que sí es real: ante cada “suceso” argentino, todos tenderemos a pensar que es una “construcción”. Una construcción no inocente. Una manipulación de las cosas, de lo real.

Y a la larga lo real, lo verdaderamente real, en nuestro país pasa a ser una versión más entre tantas otras. Una construcción de lenguaje. ¡Pero no! ¡Lo real no puede ser eso, por su propia definición! Lo real no puede ser “lo contruido”. Porque lo real es lo contrario.

Ya sabemos de qué manera los medios masivos (que son grandes empresas, con enormes intereses financieros) “construyeron” los cacerolazos de diciembre. Como si fuera poco, Venezuela viene días después a confirmar la fórmula diseñada para América Latina. En la Argentina se derrocó a un presidente (a dos), es cierto, y la fuerza del pueblo que lo derrocó es real, pero no menos real es la manipulación que se hizo de ello, y es muy simple –si se quiere- descubrir quiénes estuvieron detrás. Basta con ver quiénes se beneficiaron con todo esto. Basta entender de qué manera un mismo canal de TV, el Canal 13, propietario además del periódico más leído del país, llamaba a la gente a salir a las calles cuando eso le convenía, y en otras ocasiones mostraba la sangrienta represión policial y los disturbios (completamente construidos) cuando le convenía más bien que esa gente se quedara en su casa. La supuesta presión popular, manipulada por estos medios, no sólo puso al frente del país a un presidente cualquiera al servicio de los grandes grupos económicos (que son los que gobiernan) sino que les significó además ventajas inmediatas: la pesificación de sus deudas en dólares, con el consiguiente deterioro del peso argentino, por ejemplo. La Argentina sigue estatizando la deuda privada, como ha hecho siempre, para que la paguemos todos y cada uno de los argentinos y nuestros hijos y nietos. Ya no es ninguna sorpresa afirmar que la enorme deuda externa argentina es ilegítima.

Uno ve el giro de los acontecimientos políticos en los últimos meses y se pregunta: “Pero entonces, nuestros cacerolazos, ¿son “reales”?”

Tiendo a pensar que una parte sí, y otra es construida como valor agregado, como apariencia.

Y parecería que la función del intelectual consiste en separar una de la otra.

Separar la realidad de la “apariencia” es difícil.

Porque la “apariencia” parece tener más contundencia, y opera más en la vida de los pueblos que lo verdaderamente real.

Quiero citar la definición del filósofo argentino Eduardo Del Estal, definición con la que estoy completamente de acuerdo. En un texto formidable, él sugiere que “La realidad es la resistencia de las cosas a todo orden simbólico”. Es decir, “La resistencia de las cosas a lo que se dice de ellas”. Y mal que me pese, siempre termino hablando de “lenguaje”.

Lo real sería entonces para mí la parte del acontecimiento que el lenguaje no puede capturar.

La apariencia –en cambio- es sólo una construcción del lenguaje, un aparato lingüístico determinado. Todo sistema lingüístico, todo idioma, es en sí mismo –en su origen- un cuerpo totalmente “arbitrario” de leyes y excepciones. Pero en cuanto se presenta y es usado como lenguaje, su convención es inexorable, y opera con peso de ley.

Por otra parte, percibimos y entendemos haciendo uso de lenguajes.

Por lo tanto, lo real, lo verdaderamente real, ¿sería impercetible?

No lo sé, pero es algo que tiene una suerte de “voluntad”. Cuando Del Estal afirma que “La realidad es la resistencia de las cosas a lo que se dice de ellas”, me gusta imaginar que las cosas se resisten, tienen una voluntad militante, una voluntad de resistencia. Imagino que el lenguaje debe hacer duros trabajos para encarrilar a las cosas en esas cadenas discursivas que luego pretende vender como “la realidad”. Y que la realidad se resiste a “ser dicha”. Así es como, cuando aparece, aparece como catástrofe. El puro “efecto”, que entierra a sus causas.

En la Argentina, donde hemos sido privados de toda ingenuidad, “pensar” es observar los acontecimientos y tratar de intuir una realidad, una voluntad distinta de lo que está ocurriendo, detrás de lo que está ocurriendo.

¿Qué hace el teatro con este problema?

Las aguas están muy divididas en este momento. La discusión es rica, y es feroz.

Algunos optan por radicalizar el “tema”: las crisis deben representarse, con mayor o menor grado de fidelidad, para poder entender algo de éstas, para poder exorcizarlas, comunicarlas, o lo que fuera. Yo creo que esta vertiente es en general noble pero ineficaz, porque allí los teatristas debemos competir con la habilidad de los políticos y de los medios, que son campeones en el arte de construir realidades. Y de fabricar imágenes. Cualquier noticia periodística es mejor, más conmovedora, más compleja, y mejor “construida” que las obras de teatro sobre los temas de la actualidad.

Otros –por ello- preferimos ser más fieles a los “procedimientos creativos” que al tema. La fidelidad ciega al procedimiento inventado es nuestra prueba de responsabilidad para con nuestra época. El teatro se sustenta siempre en un procedimiento lúdico. No científico. Cada obra es un juego con valores y piezas diferentes de la realidad. Comencé diciendo que para mí la política se entiende como la “administración pública” de las imágenes; pues bien, el teatro que más me interesa, el que yo considero –además- un “teatro político”, no es aquél que toma prestados los temas de la actualidad política (ya que estos temas estarán de todos modos dentro de la cabeza de sus espectadores) sino aquél que “privatiza” esta administración de imágenes hasta hacerla completamente personal: la administración de las imágenes en el teatro es sólo una visión privada, personal, y si se quiere, arbitraria, bizarra, y poco seria.

Como afirma una y otra vez mi maestro Mauricio Kartun, “el teatro no es serio”.

Sus mecanismos de multiplicación de sentido no son serios.

Los actores no son en general gente seria.

La producción es lo que es serio, dentro del complejo creativo teatral. Pero el teatro en sí, no lo es.

Y es un mecanismo lúdico que, puesto en funcionamiento, construirá, en el mejor de los casos, verdades a posteriori. Porque el teatro no parece una buena herramienta para la demostración de verdades a priori, sobre todo en un país donde la “crisis de la representación” es tan profunda.

Nuestra crisis de la representación es absoluta. Los argentinos ya no creemos en general en ningún sistema que se diga representativo. Nuestra corta historia como país [...] se ha encargado de demostrar sólo los errores de la democracia, y nunca sus ventajas. Votamos siempre a representantes que nos han traicionado. En muchos períodos de nuestra historia, ni siquiera los votamos y sin embargo dijeron representarnos. Ahora mismo, sin ir más lejos. En este momento, mientras leo este texto, la mayoría de los diputados y senadores argentinos temen salir a la calle porque cada vez que la gente los reconoce les pegan y los insultan. La guerra contra el sistema representativo es total, y no tiene solución. La gente tampoco está dispuesta a apoyar ningún tipo de totalitarismo. Y tampoco adhiere a la sencilla idea de la anarquía, donde nadie representa a nadie.

¿Qué hacer con el teatro frente a esta crisis de la representación? Quiero aclarar que hablo del teatro no porque crea que sea un fenómeno importante, sino porque es a lo que me dedico.

1) En primer lugar, el teatro “asume” que es un sistema de construcción de apariencias, y no un sistema de representación de la realidad. Asume la “mentira” como procedimiento constitutivo, así como el pintor asume el color, o el fotógrafo el film.

Nuestros actores se entrenan en una forma muy curiosa de realismo, que ya no consiste sólo en actuar lo más parecido posible a la realidad (siguiendo una línea de actuación más o menos cercana a Strasberg, o a Hollywood) sino en “hacer cómplice al espectador de que se está frente a una actuación, pese a que ésta está atravesada por estados de verdad”. Y que eso es lo real. Es lo que en Buenos Aires conocemos por “teatro de estados”. “Estados” no sólo como “estados de emoción” sino fundamentalmente por “estar allí”. Es un teatro que busca privilegiar la cosa en sí, y no la cosa como símbolo de otra cosa. No un teatro como cita de algo previo, de algo que es evocado o señalado melancólicamente. Un teatro como acontecimiento puro.

2) En segundo lugar, el teatro desprecia la solemnidad y la seriedad que en la vida periodística, o política, van asociadas a la verosimilitud del objeto construido. El teatro, si presenta temas de actualidad, lo hace ocupando simultáneamente todos los puntos de vista al mismo tiempo, y en esa locura multívoca produce humor, sin el cual no hay reflexión posible. “Divertir” proviene de “desviar”: desviar la carga del logos hacia el mythos. De eso se trata. De hacer convivir la fiesta cachonda y dionisíaca del sinsentido (que es donde están las respuestas desconocidas, las realmente interesantes) con la rigidez de la razón, que es como un sistema inmunológico, una estructura que tiene sus límites.

3) En tercer lugar, el buen teatro desconfía de los contenidos. No porque se haya tornado frívolo. Lo que pasa es que los contenidos, en una sociedad en crisis, ya están muy presentes en la cabeza del espectador antes de entrar a la sala donde se verá una representación. El espectador inteligente disfruta de comparar sus propias ideas, sus propios contenidos, con aquello que se le presenta ante sus ojos, que debe ser necesariamente “otra cosa”. Si no, la comparación, o la reflexión, son aburridísimas. Hacer en Argentina en este momento una obra sobre la corrupción, por ejemplo, ha de ser tan aburrido como hacer una sobre la violencia en Colombia, o sobre la xenofobia en Francia.

Por otra parte, el teatro, en esta crisis terminal que empezó en diciembre, está más o menos igual que antes. Es decir, el estado siempre estuvo ausente de los asuntos culturales. Ni qué decir del teatro. Muchos de nuestros artistas más valiosos han tenido que ir a buscar su validación y reconocimiento en otros países para poder recibir algún magro apoyo estatal para sus producciones.

En la Argentina, el teatro es muy bueno pero aceptó pagar un precio muy alto: el de su libertad. Su independencia es también su marginalidad. Si bien seguimos reclamando el estatuto sólido de nuestro teatro, tenemos un estado empobrecido y con otras prioridades, que no son la cultura.

Nuestro teatro es libre, bizarro, imaginativo, sí, pero no es redituable. No es una buena manufactura de consumo masivo. No es industrial, y por lo tanto se lo puede seguir haciendo en la periferia, donde el estado no incide, y donde curiosamente, los públicos crecen. Poco pero firme. Buenos Aires sigue teniendo más de 60 salas alternativas, salas pequeñas, de formato de cámara, donde se puede ver un teatro muy singular, un teatro que en estos últimos años comienza a ser bastante apetecido en Europa. Muchas veces me gusta señalar que la Argentina –que ha sucumbido no sólo como país industrial sino también como productor agropecuario- en estos momentos sólo exporta teatro. E intelectuales.

Igualmente, mientras yo hablo de teatro, la Argentina desaparece.

Hoy sus niños mueren de hambre.

Sus políticos disfrutan del saqueo organizado.

Sus intelectuales y privilegiados emigran, cuando pueden hacer valer sus antepasados europeos y no son echados a patadas de Europa.

Las reglas del mundo cambiaron y el país donde nací -y donde quiero vivir- desaparece. Dentro de unos años la Historia, que construye apariencias y les da el aspecto de la realidad, hablará de un país que se desvaneció mientras la gente, en las calles, pedía lo imposible: vivir bien, pero dentro del capitalismo.

Yo soy pesimista por naturaleza. Pero no tonto. Y sé que lo real también se resiste activamente a este destino trágico.

En lo real, que es lo que no vemos con facilidad, la crisis argentina también podría estar generando un nuevo rumbo de pensamiento político inédito: las asambleas populares permanentes son un ejemplo incipiente, aunque muy extraño.

Mi amigo el escritor y director Javier Daulte afirma que en esta crisis “el beneficio secundario es muy grande”: las familias se reúnen más, se habla de algo que nos pasa a todos y entonces todos nos sentimos parte de un “algo”, nos sentimos más solidarios.

Mi mujer trata todo el tiempo de observar cuántas cosas al menos están bien en medio de este naufragio. Dice que si no supiera que esas cosas existen, se volvería loca.

La realidad ocurre. Al menos como idea. Es una idea útil y operativa.

Y ocurre más allá de la torpeza con la que intentemos hablar de ella.