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HACER TEATRO
HOY. ESPAÑA ARTHUR MILLER ANTE LA HISTORIA Por Juan Antonio Hormigón Se iniciaba mayo cuando los augures nos trajeron la buena nueva
de que el Premio Príncipe de Asturias de Literatura iba a recaer
en el escritor estadounidense Arthur Miller. No deja de ser curioso para
los no avisados, cómo es posible que sea vox pópuli en quién
Debemos no obstante sentirnos satisfechos e incluso felices, porque tan prestigioso galardón haya recaÍdo en un escritor que ha centrado la mayor parte de su obra en la literatura dramática. No es frecuente que así sea. Existe un soterrado o expreso desdén, según los casos y las circunstancias, hacia esta forma de expresión literaria. Los especialistas del ramo no la leen, sencillamente, han perdido el hábito e incluso se sienten perdidos. El que uno de sus objetivos tácitos sea convertirse en otra forma de expresión artística como es el teatro en su dimensión de hecho escénico, nada quita a que posea una autonomía propia y podamos disfrutarla como creación literaria. Quizás, se repite, la más difícil de lograr. La poquedad estilística y la nula elaboración de ciertas obras actuales, lógicamente las ha habido en todas las épocas, no puede desbaratar la dimensión y entidad de “La Orestiada”, “La Tempestad”, “Don Gil de las calzas verdes”, “Il campiello”, “El inspector”, “El jardín de los cerezos”, “Pigmalión”, “Luces de bohemia”, “Madre Coraje” o “Camino de Volokolamsk”, por citar algunas de las más relevantes.
1. Nacido el 17 de octubre de 1915 en Nueva York. Estudia periodismo en la Universidad de Michigan. En 1936 escribe su primera obra en seis días, “No Villain”, rescrita meses después con el título “They Too Arise”. En 1937 asiste a las clases de escritura de obras literariodramáticas de Kenneth T. Rowe. Un año más tarde se integra en el Federal Theatre Project, primera etapa de su ejercicio profesional. Fue ésta una iniciativa estatal creada por la administración Roosevelt en plena depresión. Inició sus actividades en 1935 y su objetivo más notorio fue dar trabajo a 17000 desocupados del sector teatral. Orson Welles y Joseph Losey participaron en sus producciones. Abarcó la totalidad del territorio de la Unión y la dirigía desde Washington Hallie Flanagan. Todos los que intervenían en sus actividades tenían un salario, pero las entradas más caras costaban un dólar y el sesenta por ciento de las representaciones eran gratuitas. En aquellos momentos de fuerte censura en el cine y la radio, hizo que el teatro se convirtiera en medio fundamental de expresión de las inquietudes sociopolíticas y de formulación de reivindicaciones propias de la difícil y compleja coyuntura que el país atravesaba. El Federal Theatre Project hizo suyos estos planteamientos convirtiéndose en plataforma de autores y directores que abordaban una problemática de expreso contenido social. El proyecto llegó a gestionar teatros en cuarenta Estados. El repertorio lo constituían obras clásicas y contemporáneas, musicales, ballets y espectáculos para niños. Desarrollaron incluso las técnicas propias del teatro de agit-prop en sus Living Newspapers (Diarios vivientes), dramatizando informaciones mediante escenas cortas, breves y punzantes, utilizando recursos antipsicologistas. Los Diarios se convirtieron en sus producciones más famosas, entre ellas destaca “One Third of a Nation” (“Un tercio de la nación”, 1938). Fue en el sistema del Federal Theatre Project en el que Miller estrena en Nueva York su obra “The Grass Still Grows” (1936), nueva versión de “They Too Arise”, con la que obtuvo su primer éxito. Después al menos cuatro obras más, así como numerosos radiodramas, adaptaciones y guiones cinematográficos, antes de irrumpir en los teatros del Broadway. Freances Stonor cuenta en su libro “La CIA y la guerra fría cultural” (Madrid, 2001), que el FBI le abrió ya entonces un "expediente" a causa de su trabajo artístico, junto a otros escritores como Langston Hughes, F. O. Matthiessen, Lillian Hellman, Dashiell Hammett y Dorothy Parker. Las expectativas generadas por el clima liberal del New Deal y la creciente postura antifascista de amplios sectores de la intelectualidad norteamericana, unido al apoyo específico a la República Española en su combate contra la insurrección fascista, radicalizaron las preocupaciones por la justicia social y la profundización democrática de la sociedad norteamericana. Los sectores más reaccionarios del país articulados en diferentes organizaciones como la Legión Americana, pero cuyos núcleos de poder se radicaban en las altas esferas económicas de Nueva York y los lobbies existentes en el Congreso que ellos sostenían, observaron con pavor este fenómeno de desplazamiento hacia la izquierda de las gentes de la cultura y muy en particular de quienes intervenían como guionistas, directores, actores o técnicos en las producciones de Hollywood. Una de sus primeras acciones, aunque no la única, fue lograr que la Cámara de Representantes creara en 1938 la Comisión de Actividades Antinorteamericanas. La presión de los oponentes republicanos y de los demócratas conservadores logró imponerse a la política del Presidente. En junio de 1939, al tiempo que se iniciaban por parte del FBI las investigaciones sobre el Partido Comunista de Estados Unidos, el Congreso suprimió la ayuda económica federal que sustentaba el proyecto del Federal Theatre, lo que trajo consigo su desaparición inmediata. La razón que arguyeron los congresistas para adoptar dicha decisión fue la de considerar a esta gigantesca labor teatral y sociocultural como una "amenaza comunista". Era un siniestro preludio del clima de persecución que iba a generarse años más tarde, y también la constatación de que las fuerzas reaccionarias y oscurantistas habían alcanzado un posición preponderante en los órganos de poder estadounidenses. Es evidente que ya no lo han abandonado. Ese espacio histórico y escénico es el que forja inicialmente a Miller como escritor. Como en el caso de otros escritores, la crisis de los años 30 y la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, le lleva a adoptar una visión del país y de las condiciones de los seres humanos que lo habitan. Los autores más notorios fueron Clifford Odets, Lillian Hellman, Irwin Shaw, Howard Lawson, Sinclair Lewis, Albert Maltz, Isherwood, quizás los dos primeros son los que ejercen mayor influencia sobre él. El acceso de Miller a Broadway se produce en 1944 con el estreno de “The Man Who Had All The Luck”. Para que la costumbre no se pierda, constituye un fracaso y es retirada tras seis representaciones.
2. Si tengo que enunciar mis propias preferencias, sus dos obras siguientes son las que más interés y valoración me despiertan. La primera, “Death of a Salesman” (“La muerte de un viajante”), se estrenó el 10 de febrero de 1949 en el Morosco Theatre de Nueva York. Según cuenta el propio Miller, la tituló en un principio “The Inside of His Head” (“El interior de su cabeza”). La razón radicaba en una imagen inicial que surgió en su mente. Pensó en la enorme cabeza de un hombre llenando el marco escénico, que posteriormente se abría y mostraba su interior. El objetivo que se va a plantear no es otro que establecer la dialéctica entre la realidad objetiva y la subjetividad de los individuos. Siguiendo este planteamiento que es común a la mayor parte de sus obras, Miller nos muestra a un hombre común, Willy Loman, sumido y absorto en las ilusiones de su conciencia, enfrentado a sus condiciones reales de vida. Dicha contradicción tal y como es desarrollada por el autor, permite lecturas en planos muy diferentes, desde el más reduccionista e individual hasta el de convertirlo en metáfora y microcosmos de un amplio segmento social que cree ser lo que no es, que cree disfrutar de un paraíso que no es tal. Quizás sea esta la razón que nos lleva a considerar que su aparente estructura cerrada puede abrirse mediante una determinada concepción del espacio escénico o de la interpretación a fin de que lo contradictorio emerja por encima del simple drama individual. Observada con la perspectiva de más de medio siglo, “La muerte de un viajante” suponía en el clima pestífero que se instaló en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, una bocanada de realidad que mostraba como subsistían muchos ciudadanos de aquel país. Todo era muy distinto a lo que la publicidad y las portadas de Life mostraban. En 1947 se habían desencadenado las primeras persecuciones contra escritores y cineastas que trabajaban en Hollywood. Se había dado curso a una exacerbación nacionalista a manera de cobertura patriótica, que permitió la puesta en marcha de leyes como la Taft-Hartley (1947) contra las huelgas, la McCarran International Security Act (1950) que ordenaba la inscripción en un registro de todas las personas consideradas subversivas y postulaba la creación de campos de internamiento para recluirlos, así como la deportación de los emigrantes. Quizás fue entonces cuando se pretendió sembrar en la ciudadanía, desde las instancias de los poderes políticos y económicos, una idea que Norman Mailer define en “Armies of the Night” (Nueva York, 1968), como "la enfermedad política más seria de los Estados Unidos es la de ser una nación que se cree superior". Ese sentimiento se estaba imponiendo entonces y se quería incrustar en las mentes de sus ciudadanos. La obra de Miller era justamente la proclamación de que aquello era una vana ilusión. En cualquier caso ni Miller, ni Mailer ni nadie ha conseguido mediante razones morales o lúcidos análisis modificar dicho sentimiento que ha alcanzado cotas inenarrables en la actualidad. En marzo de 1949 se celebró en el hotel neoyorquino Waldorf Astoria una Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial, organizada por el Consejo Nacional de las Artes, Ciencias y Profesiones. Asistieron intelectuales como Hellman, Odets, Leonard Berstein o Dashiell Hammett, por parte norteamericana, junto a otros soviéticos como Fadeev o Shostakovich. Estuvieron presentes además antiguos escritores de izquierda que habían virado hacia el centro o la derecha, entre los que se encontraban Mary McCartthy, Elizabeth Hardwick, Lowell, Arthur Schlesinger, etc. Los gastos de este grupo y de la enorme contrapropaganda que desplegaron los pagó el profesor de la Universidad de Nueva York Sidney Hook, artífice de la operación junto a Nicolás Nabokov y el periodista David Dubinsky. Tal y como cuenta Stonor en su libro, eran miembros de la CIA y los fondos provenían de la sección de operaciones encubiertas que dirigía Frank Wisner. En la calle había grupos de manifestantes de la Legión Americana y de grupos católicos. El resultado fue decepcionante. Arthur Miller, que aceptó presidir uno de los debates, recuerda en su “Timebends: A Life” (Londres, 1987): "Para mí la conferencia constituyó un esfuerzo de proseguir una buena tradición que se veía amenazada. Ciertamente, los cuatro años que duró nuestra alianza militar contra las potencias del Eje, sólo fueron una tregua en un largo periodo de hostilidad iniciado en 1917 con la propia Revolución y que se reinició cuando fueron destruidos los ejércitos de Hitler. Pero no había dudas de que sin la resistencia soviética, el nazismo hubiera conquistado toda Europa, incluida Gran Bretaña, con la posibilidad de que los Estados Unidos se hubiesen visto forzados, en el mejor de los casos, a una política de neutralidad y aislamiento, o en el peor a un trato con el fascismo, inicialmente incómodo pero confortable en última instancia -o eso es lo que yo creía-. Así, el brusco giro de posguerra contra los soviéticos, a favor de una Alemania que no debía ser purgada de nazis, no sólo parecía innoble sino que amenazaba con otra guerra que podía destruir Rusia, pero que acabaría también con nuestra democracia". La Conferencia acarreó ante todo negros presagios para sus participantes. La revista Life publicó en el mes de abril un artículo a doble página contra la URSS y los americanos "incautos". Incluía las fotos de cincuenta personalidades del ámbito intelectual entre las que se encontraban además de Miller, Odets, Hellman, Berstein y Dorothy Parker, Norman Mailer, Aaron Copland, Langston Hughes, Albert Einstein, Charlie Chaplin, Frank Lloyd Wright, Marlon Brando y Henry Wallace, acusados todos de colaborar con el comunismo. Miller subraya que ser "participante" o "partidario" de la Conferencia del Waldorf se convirtió en deslealtad para las fuerzas reaccionarias que habían iniciado ya la represión.
3. En su opúsculo “McCarthy contra Hollywood: la caza de brujas” (Barcelona, 1970), Román Gubern escribe: "La violenta purga que sacudió las entrañas de Hollywood entre 1947 y 1953, diezmando intelectualmente las filas de sus talentos más valiosos, se inscribe en el vasto panorama histórico del crecimiento y consolidación en áreas del poder político norteamericano de variadas formas de la ideología fascista, que siempre ha estado presente en la sociedad capitalista norteamericana y que ha cobrado especial virulencia en los periodos de las posguerras mundiales". La Segunda Guerra Mundial transformó profundamente la economía norteamericana. El complejo militar industrial, la fabricación de armas en definitiva, se convirtió en el segmento más importante. Sus intereses eran incompatibles con una perspectiva de paz. Por otra parte, el dominio económico militar sobre países que dispusieran de materias primas, habría la posibilidad de abrir nuevos mercados a los productos estadounidenses. La alianza entre los magnates financieros y los sectores políticos ultraconservadores, nada alejados de un fascismo exento de símbolos pero inmerso en su ideología, convenía a los intereses de ambos. Un proyecto estratégico de este tipo precisaba de la imprescindible definición de un enemigo. Derrotado el nazismo, el ideal perfecto era la Unión Soviética, aunque hubiera que romper la alianza que los había unido hasta poco antes, y el comunismo como ideología en su conjunto. Para ello había que denostarla, convertirla en algo intrínsecamente perverso, considerarla obra de Satanás y expresión intrínseca del mal. Además un enemigo así debía constituir un peligro inminente, que pudiera invadir en cualquier momento el territorio para dominar por la fuerza a aquella comunidad de pacíficos ciudadanos, ardientes paladines de sus valores ancestrales. Las primeras actuaciones del Comité de Actividades Antinorteamericanas (HUAC, según sus siglas en inglés) se reactivó tras la guerra como consecuencia de este cambio estratégico, no como su incitador. La promulgación del Programa de Lealtad de Empleados Federales respondía a los mismos principios así como la creación de la CIA, ambas en 1947, también. Los primeros envites dirigidos fundamentalmente contra las esferas creativas e intelectuales de Hollywood, tuvieron todavía respuesta vigorosa por parte de los agredidos y de quienes apoyaban el respeto a la Constitución americana. Meses después comenzaron las defecciones y con ellas se abrió el camino a otro tipo de persecución. El 24 de noviembre se reunieron los máximos representantes de la industria cinematográfica, a instancias de Eric Johston, de la Motion Picture Asociation. Todos aceptaron finalmente la creación de "listas negras" y que los allí señalados no trabajaran más en sus producciones. Sancionaban las presiones recibidas desde el poder político y el gran capital. Boxley Crowther escribió en el New York Times: "parece claro que esta acción fue maquinada por los grandes ejecutivos de Nueva York, los señores de la industria, y no por los producers de Hollywood". Aquella misma semana la Cámara de Representantes decidió por 346 votos contra 17, autorizar la apertura de diligencias judiciales contra "los diez de Hollywood". Aquello trastocaba la situación dado que iba a interpretarse como "desacato al Congreso" por acogerse a la Primera Enmienda y negarse a expresar su filiación política, dar nombres de supuestos miembros, actuales o antiguos, del Partido Comunista Norteamericano, de quienes hubieran participado en reuniones consideradas como filocomunistas o pertenecido a asociaciones que se estimaban como tales. Para comprender el dislate profundo de esta actitud basta recordar que entre ellas se encontraba el Comité para la Reelección de Roosevelt. A mediados de 1948 se produjeron las primeras sentencias contra "los diez de Hollywood". Penas de cárcel de un año y entre 100 y 2000 dólares de multa. Brecht había abandonado ya el país tras su primera comparecencia ante el Comité. Existe bastante bibliografía al respecto, tanto sobre lo que sucedió entonces como lo que sobrevino de inmediato. Me limitaré pues a señalar que se inició un proceso inquisitorial contra los sectores progresistas de la intelectualidad estadounidense. En poco tiempo se instauró un clima de miedo generalizado ante la posible pérdida de trabajo y las penas subsidiarias. Paralelamente se puso en marcha dentro y fuera un trabajo de guerra psicológica que creó un clima de histeria en la sociedad norteamericana. Era necesario para propiciar la asunción de que lo que se hacía era justo. El inicio de la Guerra de Corea vino a definir un nuevo enemigo: el oriental y comunista a un tiempo. Siguiendo las pautas inquisitoriales, se hizo la apología de la delación, se valoró la traición como una actitud positiva hacia lo genuinamente americano. Se interiorizó el sentimiento de culpa hasta niveles patológicos y establecerla mediante la confesión, a la que se pretendía presentar como un elemento liberador. Era el mismo repertorio de agresiones a la razón y la dignidad que practicó la policía política franquista; muchos lo sabemos por experiencia. Lo importante no eran tanto los nombres que se pudieran dar sino la humillación y demolición de los individuos. Respecto a la actitud de muchos de sus colegas en aquel "tiempo de canallas", como lo denominó Lillian Hellman, Orson Welles escribía en 1964: "De mi generación hemos sido muy pocos los que no traicionamos nuestra postura, los que no dimos nombres de otras personas. Esto es terrible. Y uno no se recupera de ello. No sé cómo se puede recuperar uno de semejante traición, que difiere enormemente de la de un francés, por ejemplo, que fue delator ante la Gestapo para poder salvar la vida de su esposa; es otro tipo de colaboración. Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas. Y no hubo unas derechas americanas en mi generación. No existían intelectualmente. Sólo había los izquierdistas y estos se traicionaron. Porque las izquierdas no fueron destruidas por McCarthty; fueron ellas mismas las que se demolieron, dando paso a una nueva generación de "nihilistas". Esto es lo que sucedió". El demoledor comentario de Welles, implica no obstante un sentimiento subjetivo que elude identificar las fuerzas represoras, su inusitado poder y la dimensión de su proyecto estratégico. Frances Stonor es mucho más amplia en su visión de conjunto: "Aletas cromadas de los nuevos Cadillacs, calcetines cortos y gelatinas de frutas, hula hoops y frigoríficos, Chesterfields y batidoras eléctricas, el golf, la mueca del tío Ike, los sombreros de Mamie: ¡Bienvenidos a los Veloces 50! Este era el país de la revista Life, una economía del consumo en ascenso, una sociedad en paz consigo misma. Pero detrás había otros Estados Unidos: amargos, oscuros, inquietos, un país en que tener un disco de Paul Robeson podía ser considerado un acto subversivo, donde un texto escolar titulado “Explorando la historia americana”, escrito, entre otros, por un historiador de Yale, daba a los niños el siguiente consejo: "El FBI insta a los americanos a que informen directamente en sus oficinas de cualquier sospecha que puedan tener sobre actividades comunistas por parte de sus compatriotas estadounidenses. El FBI está perfectamente capacitado para verificar esos informes bajo las leyes de una nación libre. Cuando los americanos hagan esto con sus sospechas en lugar de mediante habladurías o la publicidad, estarán actuando según la tradición americana".
4. En el año 48 se inicia la aceptación tácita del régimen franquista. El 30 de agosto, la Cámara de Representantes vota afirmativamente por aplastante mayoría, la enmienda del senador republicano por Wisconsin, O'Konski, que propone incluir a España en el Plan Marshall. La Comisión mixta de la Cámara y el Senado rechazó el acuerdo ante la oleada de protestas internacionales. El 30 de septiembre, una delegación militar del Pentágono presidida por el senador Chan Gurney, mantiene una entrevista con Franco. Max Gallo reseña en su “Histoire de l'Espagne franquiste” (1969) que el propio Presidente Truman hizo saber a Martin Artajo, Ministro de Asuntos Exteriores a la sazón, que el Caudillo debía tener la seguridad de que los Estados Unidos "no podían serle ya desfavorables". El hecho más importante fue el de la constitución del lobby de apoyo al franquismo, integrado por militares del Pentágono, medios católicos, políticos republicanos y demócratas racistas sureños. El Ministerio de Asuntos Exteriores franquista utilizó importantes sumas para comprar a senadores como Alvin O'Konski, Eugene Klogh, John Rooney, Donald O'Toole, Mac Carran y otros, junto a altos mandos militares. Quien redactara el Manifiesto que Don Juan de Borbón dirigió a los españoles el 15 de noviembre, tuvo la sagacidad de concluir con estas palabras: "Puede asegurarse que hoy depende de los Estados Unidos que Franco abandone o conserve el poder". Supongo que todos saben que lo conservó. En febrero de 1949 el Chase National Bank concedió al gobierno de Franco un crédito de 25 millones de dólares para la compra de alimentos. Meses después la ONU dictamina el regreso de los embajadores. Un par de años más tarde el Presidente Eisenhower visita oficialmente España, entra en la capital junto a Franco y se firman los acuerdos de creación de bases militares permanentes en el país. Todavía hay gente que se escandaliza ante la afirmación de que fueron las administraciones estadounidenses quienes sostuvieron el franquismo y aseguraron su existencia. Demuestran conocer muy poco los hechos o falsearlos de forma deliberada.
5. Cuando aborda su siguiente trabajo escoge la parábola como mecanismo para hablar del presente. Bucea en la crónica de las indagaciones, interrogatorios y juicios que se celebraron en Salem, un aislado pueblecito de Massachusetts, en 1692. Su lectura inicial fue el libro de Marion Starkey, “The Devil in Massachussets”, que trataba sobre aquellos sucesos. Una posterior visita de diez días a Salem le permitió consultar las actas del juicio de 19 personas acusadas de brujería y de estar poseídas por el diablo. El 14 de enero de 1952, Elia Kazan, que había dirigido “Todos eran mis hijos” y “La muerte de un viajante”, fue citado ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas. Por aquel entonces gozaba ya de un gran prestigio en el teatro norteamericano. En su primera declaración reconoció haber militado en el Partido Comunista diecinueve meses, de 1934 a 1936, pero rehusó dar el nombre de antiguos camaradas. Sometido a fuertes presiones por parte de la industria cinematográfica y ante la perspectiva de un proceso por desacato, le llevaron a modificar su conducta. Tenía demasiado que perder y cedió. En una nueva comparecencia el 10 de abril, leyó una extensa declaración que suponía tanto una confesión servil como un análisis exculpatorio de sus películas y escenificaciones. Denunció a ocho compañeros de la célula del Group Theatre, cuatro de la del League of Worker's Theatre y a tres responsables del Partido. Entre ellos estaban Odets, que había abandonado la organización, y Paula Miller, esposa de Lee Strasberg. Miller se sintió hondamente impactado por el comportamiento de su amigo y colaborador. Se produjo una ruptura total entre ambos. “La brujas de Salem” ejemplificaban justamente la adopción de una actitud contraria ante el proceso inquisitorial. Frente a las acusaciones de Abigail Williams contra John Proctor, éste se sitúa ante el dilema de firmar su confesión y reconocer su culpa o permanecer fiel a sus conviciones aunque ello le conduzca a la muerte. En su “Timebends”, Miller señala cómo el proceso de Salem era analógico con los que se estaban produciendo bajo la égida del mccartismo. "Sin la culpa, afirma, la caza de rojos en los años 50, nunca podría haber generado tal poder". Howard Lawson es particularmente penetrante respecto a un asunto que le afectaba de forma directa. El dilema de Proctor en su opinión se establece entre "sus convicciones morales y el rechazo a aceptar un compromiso, entre el heroísmo del verdadero artista y las innobles presiones de la época". Esta contradicción afecta su comportamiento en la medida en que él mismo se siente un pecador, por su adulterio, aunque nada tenga que ver con la supuesta herejía que se persigue; Miller padecería idéntico quebranto, concluye. El mayor reproche en cualquier caso proviene de que el autor atribuya los comportamientos de los individuos a cuestiones ligadas a sus tendencias psicológicas y no a la presión que las fuerzas sociales ejercen sobre ellos. Creo que la lectura de la obra puede depararnos un diagnóstico similar. Nuevamente nos encontramos ante una estructura ambigua, que quizás responde a las contradicciones del propio Miller. Evidentemente podemos aceptarla como un triángulo pasional que en un clima desaforado conduce a la eliminación del pecador. No han faltado lecturas de este tipo. Pero observada desde el plano de la escenificación potencial, es relativamente sencillo percibir la posibilidades que existen, aquí también, de abrirla no sólo mediante una formalización verbal alejada del sentimentalismo introspectivo, sino mediante la utilización ponderada de otros segmentos de significación propios de la teatralidad. En este sentido encuentro este texto apasionante. “Las brujas de Salem” fue estrenada sólo tres años después en el Teatro Español de Madrid, el 20 de diciembre de 1956. En cierto modo resulta sorprendente que así fuera, porque España era un gigantesco Salem. Felizmente aquellos censores tan puntillosos en las nimiedades, no entendían de parábolas políticas e incluso quizás encontraran edificante que un adúltero pereciera en una represión religiosa. La versión castellana fue de Diego Hurtado. La dirigió José Tamayo y la escenografía y figurines los diseñó Victor María Cortezo. Paco Rabal interpretó el personaje de John Proctor, en un reparto espléndido en el que figuraban Analía Gadé, Asunción Sancho, Manuel Dicenta, Nuria Torray, José Bruguera, Társila Criado, Adela Carboné, Berta Riaza, Ana María Noé, Alfonso Muñoz, Antonio Ferrandis, Andrés Mejuto, etc. Yo no pude verla, era todavía un niño que además vivía en Zaragoza. Pero debo reconocer el respeto que me produce el repertorio que Tamayo puso en escena en aquellos años.
6. “Panorama desde el puente” se estrenó en el Teatro Marquina de Madrid, el 11 de enero de 1980, en versión de José Luis Alonso que llevó a cabo igualmente su puesta en escena. La escenografía corrió a cargo de Vicente Vela. Figuraban en el reparto José Bódalo, José Luis Pellicena, Monserrat Carulla, Marilina Ross, etc. En junio de 1956, Miller fue citado a declarar ante el siniestro Comité que presidía Joseph McCarthy. Se limitó a decir que no era miembro del Partido y que simplemente había participado en algunas reuniones organizadas por comunistas. Se negó a dar nombres. En febrero de 1957 fue convocado de nuevo y mantuvo su postura, lo que supuso su procesamiento por consabido "desacato al Congreso". Storne asegura en la página 270 de su libro que fue condenado a cadena perpetua, siéndole anulada la sentencia en la apelación. Ninguna otra referencia nos habla de tan inaudita condena sino de la de un año de cárcel y 1000 dólares de multa. En un artículo titulado “Are You Now Or Were You Ever”, publicado en The Observer y The Guardian el 17 de junio de 2000, el propio Miller relata lo sucedido de forma un tanto diferente. Asegura que un tal Walters, responsable del Comité de Actividades Antinorteamericanas, le dijo a su abogado Joseph Rauh que estaba dispuesto a cancelar la audiencia si la señora Monroe se hacía una foto con él. La oferta fue desechada y el tal Walters le dijo que llevar el asunto hasta el final era una tragedia para el país. "La reprimenda, concluye el dramaturgo, me costó 40.000 dólares en abogados, una sentencia suspendida por desacato y 500 dólares de multa. Además de un año de inanición en mi vida creativa".
7. En España la puso en escena e interpretó Adolfo Marsillach. Se estrenó en el Teatro Goya de Madrid el 11 de enero de 1965, con escenografía de Francisco Nieva. La tradujo José Méndez Herrera e intervinieron Marisa de Leza, Antonio Vico y Carmen Carbonell. Este mismo año es elegido presidente del PEN Club. Curiosa misión esta de la que dimite en 1969. Según revela Stonor en su libro y el propio Miller en sus memorias, fueron Keith Botsford y David Carves quienes se le propusieron. Se trataba de dos agentes de la CIA infiltrados en el PEN para manipularlo. Miller lo supo después, claro está. En 1986, cuando pudo consultar su expediente en el FBI, supo que habían pensado en él porque creían que podía ser aceptado tanto por el Este como por el Oeste, lo cual le hacía necesario dada la grave crisis que atravesaba la institución. No obstante, según dice, tenía "la sospecha de que me estaban utilizando y me pregunté de repente si el Departamento de Estado o la CIA o su equivalente británico eran los que removían aquel estofado en particular. Decidí deshacerme de ellos...", concluye. También en 1964 estrena “Incidente en Vichy”, un episodio dramático que transcurre en 1942 en una comisaría de dicha ciudad francesa, cuando era capital bajo el gobierno fascista del general Petain. Le seguirán después “The price” (“El precio”), estrenada en 1968; “The Creation of the Wordl and Other Bussines”, en 1972, convertida en musical en 1974 con el título de “Up From Paradise”; “The American Clock” (1980); Danger: Memory! (1987), que incluye dos obras en un acto; “The Last Yankee” (1993) ampliación de la escrita dos años antes. En 1994 estrena “Broken Glass” (“Cristales rotos”), en donde el presente se proyecta sobre el pasado de las persecuciones nazis a los judíos. Se estrenó en el Teatro María Guerrero de Madrid en abril de 1995, escenificada con notable impericia por Pilar Miró. A lo largo de estos años publica sus memorias ya citadas, así como novelas, narraciones, reportajes, ensayos, recibe premios y reconocimientos académicos, etc. Sus obras se realizan en televisión, se transforman en filmes, o en óperas. Con motivo del estreno de su última obra, “Mr. Peter's Connections”, una cadena televisiva grabó una extensa entrevista en la que Miller se explayó en todo tipo de consideraciones. Pude verla en Caracas, creo que en España nadie la ha emitido. El escritor subrayaba la desastrosa situación del teatro en Broadway y analizaba cuidadosamente su obra. Parecía interesante, no la he leído, sólo he visto los amplios fragmentos que se incluían como insertos. La interpretación era solvente y la escenificación extraordinariamente pobre. Me sorprendió de veras.
8. Ambos estuvimos de acuerdo en invitar a través de la embajada a un representante del teatro sueco y así mismo a un estadounidense. Con este ánimo acudimos a proponer el tema al director de la biblioteca Washington Irwing, no recuerdo su nombre, al que Plinke se había dirigido por considerarle más próximo en su ámbito institucional. La entrevista fue afable y el individuo en cuestión, locuaz. En un momento dado yo me atreví a sugerirle con ingenuidad e ignorancia notables en lo que se cocía por dentro en las acciones culturales de los Estados Unidos en el exterior, que sería interesante y un buen síntoma que consiguieran traer a Arthur Miller. Sin inmutarse lo más mínimo y entre sonrisas me respondió: "Estupendo, estupendo, a mí me encanta la gente que huele a azufre". Me quedé estupefacto aunque lo disimilé cuanto pude. Siguió hablando y sin la menor cautela nos contó que había sido paracaidista durante la Segunda Guerra Mundial y había dirigido Radio Liberty en un país centroafricano, no recuerdo cuál, y también en Radio Europa Libre. Que aquellas emisoras eran un instrumento de propaganda controlado por la CIA, sí que era conocido por cualquiera que poseyera alguna información política. Al abandonar el despacho y mientras caminábamos pausadamente, le trasmití a mi buen amigo Ekart Plinke mi extrañeza por aquella expresión heredada de la más obtusa caverna, para definir a todos aquellos que tenían algo de demoníaco: librepensadores, liberales, comunistas, socialistas, etc. En España por aquellas fechas no había ya nadie que en público se atreviera a hablar así. También por el rápido curriculum que había hecho de su persona. Con rictus confidencial me añadió: "En realidad es italiano. Fue soldado con Mussolini en el periodo de la República de Saló y después se pasó a los americanos y se hizo paracaidista". Nos había invitado a una recepción que daba aquella tarde en su casa y por cortesía tuvimos que aceptar. Le dije a mi mujer al hilo de las bromas de aquellos tiempos: "vamos a un cubil de la CIA". La recepción no tuvo ningún interés, había unas cuarenta personas y salvo a Plinke y su esposa y mi viejo amigo Francisco Ynduráin, no conocíamos a nadie. Apenas intercambiamos alguna breve conversación. Durante el tiempo que permanecimos allí, observé como gentes diversas, varones jóvenes en su mayoría, entraban y salían por una puerta que se abría en un extremo del salón. Nuevamente le dije a mi mujer sonriendo: "Ahí dentro debe estar la central de la CIA en Madrid". Cuál no sería mi sorpresa cuando a los pocos días, la revista Cambio 16 publicaba un amplio reportaje informando de la actuación de la CIA en España y denunciaba que su cabeza operativa era el sujeto con el que habíamos hablado. No recuerdo si hubo reacción oficial pero abandonó de inmediato el país trasladado a otros lugares que necesitaran sin duda de su atención. Cuando Plinque y yo nos encontramos tras el suceso, me dijo entre divertido y atónito: "¿Has visto, has visto...?" Yo sonreí también.
9. Si atendemos a la actitud que adoptaron ciertos intelectuales y artistas en épocas posteriores a los negros años del mccarthysmo, quizás sea justo el término que Welles utiliza, aunque habría que establecer matices varios a ese nihilismo del que habla. Lo que sin embargo resulta más evidente, es la destrucción sistemática de las formas sociales de pensamiento crítico en la sociedad americana, con posibilidad de convertirse en opciones reales de gobierno de la nación. La imposición palpable y tediosa del pensamiento único, que no es otro que el reaccionario, impregna como un magma sus tejidos y contamina gravemente el entorno. Ha habido y parece que hay movimientos de protesta, aunque aparecen totalmente desarticulados y mirados con sospecha permanente por el poder. Un poder que no ha modificado su estructura y fundamentos desde aquel entonces, aunque los ha pulido, diversificado y desarrollado. La fanatización que se disfrazó de ideal patriótico y "forma de vida americana" no ha hecho sino acentuarse. Un buen tanto para los adoradores de John Wayne. Desaparecida la Unión Soviética, otros enemigos la han sustituido para justificar el rearme continuo que interesa al complejo militar industrial y garantiza y acrecienta su dominio mundial. La noción del cerco de caravanas asaltado por los bárbaros -¡qué importa que fueran los nativos de un territorio que les robaban a cambio de nada!-, de paraíso que puede ser asaltado por ávidos depredadores dispuestos a destrozarlo, se ha repetido machaconamente para ejemplificar ante su población los riesgos que corren. Ya no hay límites a la generación del miedo, todo vale. A veces da la sensación de que la sociedad estadounidense ofrece como conjunto un encefalograma plano, por su incapacidad de reacción y su credulidad. Desde entonces ha gobernado el país la misma alianza del gran capital y los políticos reaccionarios. El giro que John Kennedy inició condujo a su asesinato: Oliver Stone sabe bien de lo que habla y lo que aquello supuso. En esta trama no faltaron todos los ingredientes acuñados en la fraseología de los 50. A su hernano Bob, candidato con más fuste y energía sin duda, lo asesinaron en plena campaña. En ambas ocasiones hubo chivos expiatorios. A Carter lo desprestigiaron cuanto pudieron, acusándolo de blando, pacifista e iluso. A Clinton que era tan poquita cosa, le convirtieron un estúpido lance de índole privada en cuestión de Estado: había mentido, cosa que un conspicuo calvinista inmerso en los ideales americanos no puede tolerar, aunque sea a fin de cuentas su norma de vida. Lo peor de lo sucedido durante aquel periodo oscuro, es que ha trastocado toda la lógica de los principios en que se asienta una democracia moderna. Hace tiempo que parece que sus presidentes sean escogidos para "representar" el personaje como pueden, pero el poder radica en otra parte y exige que se venteen la fraseología de antaño trastocando según convenga el nombre del enemigo. ¿Puede un país moderno tener un presidente como Reagan, cuya capacidad intelectual y formación eran mínimas? Georges Bush era inteligente, perverso y curtido en la represión: ¡Qué triste es un país en el que sus presidentes aumentan en popularidad cuando ponen en marcha una guerra! Carlos Fuentes, en un artículo aparecido en El País, dijo del actual, G. W. Bush, que "era perverso y tonto". Sin embargo no ha perdido un minuto para invocar el conjuro inapelable: "¡estamos en guerra!" en el momento mismo en que se exige una investigación respecto a lo que sabía antes del 11 de septiembre. Al igual que Reagan, que denominó a la Unión Soviética como "el principio del mal", éste habla ahora del "eje del mal" y coloca en la mira de sus misiles a los países que le convienen, acusándolos de prácticas perversas que son habituales en el suyo, sin aportar prueba alguna. Lamentablemente los investigadores nunca le preguntarán lo que deben. Hay cosas que no pasan en vano y caen como una losa durante mucho tiempo sobre los países que tienen la desgracia de padecerlas. Qué lástima que Miller no tenga el ánimo de escribir sobre esto. |
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