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![]() EL MANUAL FALSO DE DRAMATURGIA Por Benjamín Galemiri
1. SANTO EGO Tengo una visión muy ególatra de la dramaturgia y una perspectiva egoísta de la historia de la literatura teatral. Para mí todo parte de lo micro a lo macro. Yo, señores, estoy en esto de la dramaturgia, para solucionar mis problemas personales. Primero, el ajuste de cuentas con mi padre; segundo, mi deseo de agradar a las mujeres. Tercero, mi abominable y patético deseo de salir del anonimato a través de las palabras. Construí una poética a la fuerza, para agradar a los demás, pero terminé con un universo. Para poder decir verdades, tuve que mentir. Torcí mi vida para enderezarla. Leí mil manuales de dramaturgia, pero lo que más me llevó a conocer la técnica dramática fue ensimismarme con mi biografía. Manipulé mi biografía y la llevé a alturas de odisea. Sé que he hablado mucho de la influencia de mi padre en mis escritos, y en este artículo no podré evitar volver un poco sobre él, pero también fueron muy importantes mis tíos y otras personas en el descubrimiento de mi estilo.
2. MI TÍO JACQUES, EL SEDUCTOR Mi tío Jacques, que me vio muy excitado a los cinco años por las mujeres, comenzó a trabajar conmigo con un plan de lecciones sexuales avanzadas para conquistar mujeres. Mi tempestuoso tío Jacques sabía de lo que hablaba, el pobre no daba abasto, y él mismo terminó esclavo del colosal harén de morenas, trigueñas, rubias y colorinas que tejió durante sus años de arrogante virilidad y encanto. Esta técnica revolucionaria fue un símbolo más dramatúrgico que sexual, y me ayudó a revelar enigmas en la construcción de mis obras teatrales y de paso me entregó algunos trucos tempestuosos en las relaciones con las mujeres. Todas las herramientas las expongo en mis obras, como en una narcisa exhibición al desnudo: EL SEDUCTOR, por ejemplo, es más que el intento de lograr conquistar la lengua erótica de las mujeres; es sobre la obsesión de construir la obra de teatro perfecta a través de las herramientas de mi venerable tío Isaac. Más que los dos mil quinientos manuales de dramaturgia y guión, fueron las enseñanzas de mi tío Isaac los que me llevaron al camino de la construcción literaria.
3. DETALLES INÉDITOS Y NUNCA PUBLICADOS SOBRE MI PADRE Observando a mi padre, fue que comprendí un poco la historia de Chile y de América Latina. Con su autoritarismo latente y al mismo tiempo con su paternalismo con ínfulas de ternura y piedad por sus ciudadanos. Este padre dividido, a medias un hombre del Medioevo y por otra parte más corazón que odio, me explicó a mí el comportamiento de nuestras sociedades. Estudiando a mi amado y temido padre, comprendí lo que era el sistema político de este continente. También, entendí de la importancia de la lengua y me fascina siempre comprobar cómo los países le creen a sus líderes sólo por la palabra, y cómo los hombres y las mujeres establecen reglas amorosas a través de discursos. En mis obras el tema del poder a través de la palabra se impone como en las narraciones bíblicas. Personajes urbanos pequeños burgueses que, de pronto, adquieren una categoría de predicadores y profetas instalados en urbes sufrientes y que viven en plena “Era de la ansiedad”. El primer censor que tuve que doblegar fue mi padre. La bizarra, errática e implacable concepción moral de mi progenitor, severo juez rural, fue el primer aplastante obstáculo que tuve que superar para levantar mi dramaturgia. Desde mi primera obra teatral hasta hoy, he intentado edificar un sistema que pulverice los endurecidos valores de la sociedad burguesa. De alguna manera extraña, descubrí que al escribir, lo que estaba combatiendo en mi interior era no sólo la figura censora de mi padre, sino que sobre todo, la aplastante figura paterna de la moral reaccionaria de un país como Chile. Escribo esperando crear polémicas ardientes y encendidas. Escribí UN DULCE AIRE CANALLA con el secreto deseo de ser perseguido y encarcelado por mis ideas. Hubiera querido dirigir “El último tango en París” y haber provocado el mayor escándalo en la historia de la humanidad en el terreno de la búsqueda de libertad artística. Cuando llegaron cartas al diario El Mercurio acusando de inmoral mi obra de teatro EL COORDINADOR, sentí un gran alivio. Había logrado una de mis metas. Admiré a Bertolucci cuando fue juzgado por subvertir el orden moral de Italia a causa de su película “El último tango en París”, envidié a Fellini cuando las beatas de Rimini le lanzaban piedras por considerar “La dolce vita” impía, y deseé estar en la piel de Buñuel cuando extremistas fanáticos de derecha pusieron bombas en las proyecciones de “Un perro andaluz”. Cualquier idea de la pureza en el arte me parece nazi y me produce escalofríos. Estudiando la visión medieval de la concepción moral de mi padre, comprendí a Chile. Mis obras son un grito desesperado por traspasar esos viejos y agrietados límites. Una sociedad que se autocensura, es una sociedad enferma. Un hijo que tolera el andamiaje ético pesado y atemorizado de sus padres, está condenado a la esclavitud. Un pueblo que socava la libertad de expresión, es un pueblo que nunca llegará a la Tierra Prometida. Esa tensión es la que ha hecho mi dramaturgia, y la clave de que ha movido mis escritos.
4. MI AMADO TÍO SAMUEL O EL CIELO FALSO A los siete años, y con la ayuda de mi amado tío Samuel, me colé en el ruinoso cine rotativo de Traiguén, y pude ver en una especie de descarga irresponsable, películas mezcladas en mi cabeza, confundidas porque las bobinas no llegaban a tiempo al proyeccionista. Esa “lógica ilógica” quedó instalada para comprender los hechos de mi vida y de mi literatura, y comencé a escribir cuentos que parecían novelas, novelas que parecían poemas, poemas enmascarados en obras de teatro y “películas falsas” donde imperaba siempre un figura paterna “todopoderosa” como Jehová en la Biblia, que mi familia me hacía consumir como sopa, una figura autoritaria y al mismo tiempo tierna, movida por impulsos muy profundos e insondables, y casi siempre, poseedor de una verba mesiánica incontrolable y endemoniadamente persuasiva en medio de locaciones arbitrarias, cambiantes y desconcertantes. La mezcla de locaciones, donde se podía entrar a un filme de romanos, pasar a un filme del espacio y terminar en una locación antonioniana, eran algo común en mi escritura, porque pensaba que así se escribía. Si mi padre era Orson Welles, todo en sombras y sobrecargado hasta la angustia, mi tío Samuel era una mezcla entre Peter Sellers y Anthony Quinn, vivaz y pendenciero. Disfrutaba de la vida en forma casi obscena. Controlaba el comercio en Traiguén, era un neo-capitalista desvergonzado y alegre, fiaba a medio mundo porque le agradaba ser amado, y provocaba a los traigueninos con bromas de alto calibre y a veces demasiado elucubradas para ser entendidas fácilmente. Luego se encerraba por horas a fumar esos puros horribles en el gran caserón traiguenino donde todos vivíamos como en un kibbutz sudamericano, y se ensimismaba extrañamente: ¿qué añoraba mi fastuoso tío? Mi trepidante tío Samuel me llevó a escribir El CIELO FALSO, con ese personaje hablador, desprendido y temerario, y que abruptamente caía en estados de melancolía insondables y misteriosas, hasta que revivía aparatosamente, como Zorba el Griego. El gesto de mi tío Samuel engañando y timando al boletero del Cine Rotativo de Traiguén para que yo pudiera ver cine porno y cine de autor siendo yo un niño, me enseñó lo que era la provocación en la dramaturgia.
5. LAS DIVINAS MENTIRAS Durante las noches, mi carismático aunque agobiado padre, sentado en su sillón Luis XV, esperaba que sus hijos le interpretasen acordes de violín, como el Emperador y sus súbditos. Esos acordes eran patéticos, ya que yo huía en medio de las clases de violín gracias a un profesor borracho y atormentado, y escapaba al cine. Pero mi padre fingía, y exclamaba extasiado: “Ah, la delicia de los acordes que recuerdan a Paganini”. Todo eso está en mi dramaturgia: levantar discursos falsos con el fin de dominar.
6. ALLEN KONISBERG En otro artículo que me encargaron para una revista chilena de teatro, hablé mucho de la influencia que tuvo en mí Jerry Lewis. Reconozco mucho esa carga, pero también debo reconocer que un lapsus extraño me hizo olvidar mi otra gran influencia del humor judío norteamericano: Woody Allen. Cuando vi “La última noche de Boris Grushenko”, tuve un preinfarto, y sentí que ese creador extraordinario había salvado mi vida. Amé esa película, y la siguiente y la siguiente. Sólo no le perdono “Interiores”, “La rosa púrpura del Cairo”, “Todos dicen que te amo”, “Radio Days”, cintas que hace para congraciarse con un público burgués que no ama su verdadero cine. Pero Woody es el post-Chéjov instalado en una sociedad neo-capitalista, y es el notable filósofo pop que te hace tu vida elegante y sublime, y te hace sentir que puedes ser un casanova y conquistar mujeres aunque midas apenas un metro setenta centímetros y seas judío o latinoamericano, que es casi lo mismo. Woody recuperó al Cantinflas que todos llevamos dentro, pero lo sofisticó y lo elevó a una categoría pequeñoburguesa ilustrada y esnob que a mí me gusta defender. Después de Woody comprendí mejor a las mujeres. Algo que ni siquiera Bergman (a quien adoro) había logrado.
7. LA MORAL DEL AUTOR A menudo en mis clases o talleres de dramaturgia, hablo de la moral. Mis alumnos piensan que estoy hablando de La Torá, tienen algo de razón, pero la verdad es que estoy hablando más bien de la construcción de mundo de una obra. Una obra de teatro es un sistema literario que tiene sus propias reglas y leyes. En esa oferta filosófica, el autor propone un sentido final a su discurso, el que deben soportar los personajes. Ese destino puede ser paradójico o falso, pero debe corresponder a un aparataje moral que haga sistema con la obra propuesta, y que se manifestará obra tras obra. Para mí, lo que hace andar una obra, y la sociedad entera, no son tanto sus acciones como su sistema moral. No creo tanto en las peripecias como en el entramado filosófico. Para mí, la moral es la estructura de una obra.
8. MI SIMPÁTICO AUNQUE MENTIROSO TÍO ISAAC Si había mentiroso en mi familia, ése era mi endiabladamente simpático tío Isaac. Si mi tío Samuel era Peter Sellers, mi tío Isaac era el mismo Jack Lemmon. Viví obsesionado con la idea de la simpatía durante muchos años. La atropellada manera de narrar sus falsas anécdotas, las cincuenta y siete maneras de desviar sus historias, la insólita velocidad que le imprimía a sus graciosísimas narraciones, y al mismo tiempo esa sensación de espejismo salvaje, donde al final de tanto no quedaba nada, me fascinaban. Ese gran fabulador de la mentira con el magnetismo irresistible era mi admirado tío Isaac. Era un filósofo innato, en bruto, un meditador de las engañifas de la sociedad pop con una mordacidad venenosa y ardiente... y porno. Admirando a mi tío Isaac comprendí más fácilmente que para escribir no había que tener reglas.
9. MI PROFESOR DE HEBREO Mi combustionado y porno profesor de hebreo me enseñó la historia de la Biblia desde una perspectiva porno. El método de mi profesor judío argentino era sencillo: todas las enseñanzas bíblicas llevaban al éxtasis. Escuchando este desenfreno bíblico, interpreté, equivocadamente o no, que el sexo era la religión no sólo del pueblo judío, sino que de toda la humanidad.
10. CURSO DE CRECIMIENTO DYNAMIC KING Durante toda mi adolescencia, deseé ser alto. Creo que toda la culpa la tuvo Clint Eastwood. Mi meta era un metro ochenta y cinco centímetros. Era una meta ambiciosa y quimérica para un tipo que apenas medía un metro setenta. Otro de los cursos por correspondencia que seguí fue el de crecimiento o Dynamyck King. Al mes de taquicardias y sudoraciones de tensa espera, te llegaba un sistema tan arbitrario como paradojal, que tenías que instalarte en el mentón y colgarte de los dinteles de las puertas. Destruí todas las puertas de la casa de mi reverenciada madre viuda y no logré ni un solo centímetro. Bob Dylan me salvó la vida: sí, yo también me vendería como un bajito judío pero intenso y poderoso, vestido de negro y siempre rodeado de mujeres inteligentes. A mi manera, había logrado el metro ochenta y cinco. Esta operación falsa la puse también en mis obras, haciéndole creer a mis lectoras, especialmente, que soy una especie de Doctor Love, experto de la insondable alma sexual femenina con obras como UN DULCE AIRE CANALLA, donde, de pronto, medí un metro ochenta y cinco. Por eso, releo sin cesar mis obras. Mi mujer me observa llena de piedad y paciencia. Cuando reviso mis escritos, soy alto y playboy y seductor. Luego vuelvo a mi metro setenta, a mi Cafeto, a mi diario La Segunda y a caminar por las calles como Bob Dylan o Jean Louis Trintignant, como El SOLITARIO, en síntesis...
11. CURSO DE CINE EN HOLLYWOOD A los siete años mi padre me pagó un curso de cine por correspondencia, a Hollywood. Recuerden mi agobiante locación en los años sesenta: Traiguén. Tenía siete años y me llegaba una carta de Glen Ford, que era el Presidente de la Academia, dándome la bienvenida. Tenía siete años y caminaba por ese legendario pueblo haciendo enfoques como Antonioni con las manos de la muchacha más parecida a Brigitte Bardot en la zona. En mi mente filmé películas más colosales que “Ben Hur”, “Los cuatrocientos golpes”, “Goldfinger”, “La noche”, “Por un puñado de dólares”, “La dolce vita”, con la cámara que Glen Ford me envió al finalizar el curso que aprobé copiando todos los resultados. Treinta años después hice el mismo gesto irresponsable de mi infancia al escribir mis obras.
12. EDIPO ASESOR O EL WESTERN SUDAMERICANO Y JAMES BOND CHILENO Ya saben que desde niño quise filmar un western. Mientras acompañaba a mi iracundo padre a sus litigios en las recónditas praderas traigueninas, yo filmaba en mi mente intrépidos y elegantes spaguetti westerns en los que lo ponía a él como el héroe absoluto en el combate contra la injusticia y la corrupción. Naturalmente, luego de ver “Por un puñado de dólares”, anduve un trimestre completo vestido como Clint Eastwood y su personaje El Manco. Todas mis obras están recorridas por un romanticismo del género western y de intriga pop: al final, debajo de todas, está el spaguetti western y las series James Bond. EL SEDUCTOR es un poco un Bond acartonado del barrio Ñuñoa. Al principio EDIPO ASESOR se llamó “Western Sudamericano”. Era una obra de vaqueros en el sur de Chile con duelos sangrientos de palabras y un irrespirable aire estético de Sergio Leone. Después se transformó en EDIPO ASESOR, donde las palabras reemplazan a las balas y la impronta de los vaqueros del lejano oeste la llevan los asesores, como cowboys concertacionistas.
13. UN DULCE AIRE CANALLA Ha habido una especie de malentendido profundo entre mis obras y yo. Desde UN DULCE AIRE CANALLA me he vendido como un Doctor Love con especialidad en el alma sexual de las damas. Cuando estrené EL SEDUCTOR, las chicas progresistas de Cachagua me tomaron equivocadamente por su gurú erótico.
14. LOS PRINCIPIOS DE LA FE Entre muchas vocaciones frustradas, la de ser novelista es una de las más fuertes. Finalmente, con LOS PRINCIPIOS DE LA FE, lo logré. Pasé gato por liebre. He escrito la novela con apariencia de teatro que siempre quise, y más encima me evito la crítica de los especialistas de novelas de Revista de Libros. Ahora me siento un novelista, aunque claro está, soy el único que lo cree.
15. MIS ABUELOS O JETHRO O LA GUÍA DE LOS PERPLEJOS Ésta fue la obra que me dejó sin almuerzos los días domingos en casa de mi amada momele. Siempre quise escribir una obra modélica sobre el judaísmo. Los argentinos saben cómo. Una obra naturalista y con fuertes tintes psicológicos. Por ejemplo, la historia de un amor entre un judío y una goin (no judía). La madre que se opone. Y al final, la paz entre la familia (cuando ella se transforma). Mamá, te prometo que intenté escribir una obra así, que me habría acarreado todos los premios en Chile, en Argentina, en Israel y sobre todo en Nueva York. Lo que salió fue JETHRO... otra novela-obra, un festival de confesiones sucias y abominables, divertidas y angustiosas, donde veo a mis tíos, a mis abuelos, pervertidos por mi desaforado punto de vista. Ya ven cómo mi biografía ha sido mi propio manual de dramaturgia falso. |
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