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HACER TEATRO
HOY. VENEZUELA ACTRICES, ANTORCHAS DEL DRAMATURGO Por Néstor Caballero A la actriz Lili Rentaría. Estoy angelical e infernal al mismo tiempo. ¡Ya logré soñarla! Es en el soñar donde se anida la obra que voy a escribir. Yo me acuesto y voy bajando al fondo del abismo hasta que logro verla. Ahí está la obra, como una flor, espinosa, feroz. Ahí, en ese sitio del delirar, hay demasiado ardimiento para un humano. Contemplo la flor que, por lo general, es de un violeta amenazante. No me dejo atrapar por su signo terrible, no me dejo atemorizar por su cualidad brutal y su figura desalmada, pues sé que sólo es una forma que adquiere para defenderse de los mortales. Mientras ella más me intimida en sus violetas, yo más la ablanco de querencia en mi mirada. Al fin deduce mi inocencia. Comprende que no estoy ahí para ajarla. Ella cede. Sus espinas van cayendo y al hacerlo, en ese azufrazo empedrado, cada una se muda en aguas toscas que van llegando hasta mis pies. Caen y caen espinas y se hacen pozo denso. Es en ese momento que sé que ella me ha invitado a tomarla. A la sazón, camino sobre las aguas turbias y me acerco y le rozo en su tallo y de violeta amenazante que fue, se torna nívea. El cuenco de mi mano se ajusta a su tallo que deja de serlo pues se transfigura en una diminuta cintura donde lo femenino del mundo se ha hecho cántico. Parte conmigo y debo subir desde el sumidero hacia el albor. Ese escalar de peñascos, de rocas filosas y cortantes, es lo más difícil al escribir la obra, pues sólo tengo una mano para hacerlo ya que en la otra traigo a la flor nevada. No puedo dejar que nada le haga daño, no puedo permitir, ni siquiera, quejarme por las heridas que me ocasiona ese ascenso, ya que es tan sensible que si siente mi herida, si siente mi duda, si percibe en mi una rasgadura del alma, de inmediato se deshace y regresa a la fosa y ahí se queda, desconfiada, y debo volver a bajar y a comenzar todo de nuevo. El primer descenso es lo que llaman el proceso creativo, el segundo, más doloroso, es la reescritura de la obra. Las palabras son la única manera que tenemos de amarrar el torbellino y la tronada que es el corazón por tanta impiedad del mundo. Escribimos para que no nos estalle el pecho y deje escapar el alma, pues sabemos que no regresará jamás. Una vez arriba, una vez superado el abismo, entramos a un lago espeso, teniendo el golpe amargo de la nueva obra en el ánimo. Esta nos obliga a remar en ese lago denso para que vaya escribiéndose. Remamos y remamos y revienta en una tempestad de aguas viscosas todo nuestro ánimo, porque la obra sale de nosotros para ser su propio mar, se desmariza desde nuestro plexo y duele, nos castiga, porque dejarla salir es el derrumbe de la muerte, la forma como vencemos a Tanatos y todo se hace libido. Nos mutamos en sexo y vida cuando por fin llegamos a la otra orilla y colocamos la palabra Telón al pie de la página. La dramaturgia no es más que un azar de dioses que nos ven burlándose. Algunos dramaturgos tienen la bendición de tener una actriz a su lado. Y eso es bueno, porque las actrices poseen la purificación por fuego en su propia carne. Eso las convierte en nuestras antorchas necesarias. Logran que el vino se convierta en sangre y salga abatiendo nuestras malaventuras. Necesitamos del rito de las actrices, de su eucaristía, a fin de que escribamos para aquellos que aún no han nacido. Las actrices poseen la gracia de desnudar las fatalidades con un gesto y el don de palpar la eternidad en un aplauso. Se escribe para estar a sus pies, como llorando las raíces de lo sagrado para que no se aleje. En fin, yo creo, que las actrices llegaron a la vida cuando aún no estaban los Dioses, quizá por ello cargan en su alma todo lo que nosotros, los dramaturgos, conquistamos y perdimos. |
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