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INVESTIGAR EL
TEATRO. ARGENTINA LA TRADUCCIÓN TEATRAL: MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL AUTOR Por Gabriel Fernández Chapo “Resulta indiscutible que el eco enriquece: que es algo
más que sombra o simulacro inerte. Y volvemos así al tema
del espejo que no sólo refleja, sino que también genera
luz”. El análisis de las traducciones teatrales se ubica en una zona de muchas sombras dentro de la investigación dramática. Mientras otros géneros literarios, como la novela o la poesía, cuentan con una abundante bibliografía, los estudios teatrales, pese a la diversa y numerosa oferta de obras de dramaturgos extranjeros que se presenta en la cartelera nacional, no han conformado un corpus ensayístico acorde a la complejidad que representa el fenómeno del traspaso lingüístico y cultural. ¿Traducir es una ciencia o es un arte? ¿Traducir es una operación meramente mecánica donde el traductor no suma ningún valor a la obra traducida, e incluso forma parte de un proceso de pérdida entre el texto original y el texto traducido; o, por el contrario, el traductor sería un segundo autor de la misma obra? Estas preguntas son útiles porque sintetizan la oposición histórica entre dos de las principales concepciones teóricas sobre el fenómeno de la traducción: aquella que la considera como una operación exclusivamente lingüística, posible de ser instrumentada científicamente; y otra postura que no cree que la traducción se limite a una actividad de orden lingüístico, sino que hay otros elementos (desde el país, la época, los géneros, el plano de la recepción hasta la misma capacidad del traductor de trasvasar elementos poéticos) que son también parte constitutiva de la traducción, y que, por ende, estaríamos dentro del ámbito de lo artístico. Hoy en día, es difícil sostener la tesis de que la traducción opera exclusivamente en el plano lingüístico con el único objeto de hallar un paralelismo literal. Por eso, los últimos artículos críticos ya no alimentan esa dicotomía y prefieren, en su mayoría, optar por realizar la siguiente diferenciación: la traducción como proceso estaría vinculada a lo artístico, mientras que el análisis y la descripción de la traducción podría regirse con los parámetros de una ciencia del lenguaje. Si bien la traducción, como señala Jorge Dubatti, debe constituirse siguiendo una lógica de “equivalencia aproximada” (1999: 67), esta actividad no se circunscribe únicamente al traspaso de una lengua a otra, sino también a una transformación de una cultura fuente a una cultura destino. A partir de la comprensión de la variedad de operaciones de transposición textual y cultural que debe combinar el traductor, podemos empezar a desmitificar ciertas creencias equivocadas de esta práctica. El propio Jorge Luis Borges, en su libro “Discusión” (1994: 141), desterró el lugar común de considerar que toda traducción es de una calidad inferior al original. El escritor argentino no sólo descreía del concepto de “texto definitivo”, sino que concebía que la complejidad de este fenómeno textual y su inevitable inscripción histórica conllevaba la posibilidad de diversas “fidelidades” de la traducción frente a la obra original. Es decir que tal como una mala traducción puede implicar la pérdida de valores artísticos y estéticos, una buena traducción puede representar, como dice Ovidi Carbonell i Cortés, una “plusvalía” al texto original (“Traducir al otro”, 1997).
La especificidad de la traducción
teatral En su artículo “La traducción” (1994: 340), Flora Botton Burlá recurre a la siguiente cita: “Se ha dicho que para traducir poesía es necesario ser poeta, y es difícil rebatir esta afirmación. No se pide que el traductor sea un poeta publicado y reconocido, pero sí que tenga el talento poético indispensable para producir un texto que conserve y realce los valores de la poesía”. Podemos trasladar esta conceptualización al teatro y decir que todo buen traductor teatral debe tener amplios conocimientos del género para poder realzar los valores teatrales de la obra original. Esta situación se puede visualizar en la práctica teatral contemporánea. En los últimos años, el teatro nacional fue revalorizando la figura del dramaturgo-traductor o del traductor especializado en teatro en detrimento de la utilización de traducciones literarias del repertorio de autores extranjeros. Siguiendo la clasificación tipológica, descripta por Julio Cesar Santoyo (1989: 97), podemos afirmar que las “traducciones performance-oriented” han desplazado del centro de la práctica escénica a las “traducciones reader-oriented”. El desafío del dramaturgo-traductor es desarrollar la adecuación de una obra extranjera a la lengua y cultura propia sin alejarse de las instrucciones del original y, a su vez, tratando de conservar la capacidad polisémica inicial. El límite entre traducción y adaptación es sumamente delgado, y reside principalmente en el grado de transformación que registre el texto final. Una de las coincidencias que se puede extraer de los estudios especializados es que no hay un modo único de traducción. El traductor debe enfrentarse a un conjunto de dualidades: es lector y autor, y bajo esa doble funcionalidad, debe reproducir el efecto de la obra original tanto en la instancia de producción como en la de recepción. En cuanto al análisis de las traducciones, Ovidi Carbonell i Cortés (1997) propone dos métodos de abordaje: a) Top-down: donde se parte de las categorías más amplias y complejas (el macronivel del texto situado en su contexto cultural) para ir descendiendo hasta las categorías más simples (palabras, frases); b) b) Bottom to top: constituye un recorrido inverso partiendo de unidades mínimas hasta llegar a la perspectiva cultural en la que se inscribe el texto traducido. Tal como destaca Jorge Dubatti (1995: 51), la traducción se presenta como una práctica de fundamental relevancia en el teatro argentino, ya que cumple la doble función de ser intermediaria de la dramaturgia extranjera y de ser una categoría de producción en sí misma dentro de la cultura destino. En tales concepciones radica la esencial importancia que representa la investigación local sobre traducción, instancia necesaria para otorgar una adecuada valoración y dimensión a la compleja labor que desarrollan los traductores. Bibliografía -Bassnett, Susan (1980), Translation Studies, Londres, Methuen. -Borges, Jorge Luis (1994), Discusión, Buenos Aires, EMECE. -Botton Burlá, Flora (1994), «La traducción» en P. Brunel e Y. Chevrel, dirs, (1994), Compendio de Literatura Comparada, México, Siglo Veintiuno Editores, pp- 329-346. -Carbonell i Cortés, Ovidi (1997), Traducir al otro, Cuenca, Edición de la Universidad de Castilla-La Mancha. -Dubatti, Jorge (1995), Teatro comparado. Problemas y conceptos, Lomas de Zamora, Edición de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Lomas de Zamora. -Dubatti, Jorge (1999), El teatro laberinto, Buenos Aires, Atuel. -Merino Alvarez, Raquel (1994), Traducción, tradición y manipulación. El teatro inglés en España 1950-1990, León, Edición de la Universidad de León y del País Vasco. -Santoyo, Julio Cesar (1985), El delito de traducir, León, Edición de la Universidad de León. -Steiner, George (1980), Después de Babel, trad. castellana de Adolfo Castañón, México, Fondo de Cultura Económica. |
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