HACER TEATRO
HOY. VENEZUELA
GORILA NACIONAL. MIEDO AL PANICO
Por Gustavo Ott
Seguro conoces aquella parábola del religioso que resbala
por una montaña y antes de caer por el precipicio, se agarra de
una rama que momentáneamente le salva la vida. Mira hacia abajo
y le espera el abismo, mira hacia arriba y ve la planta que, con su peso,
ya comienza a ceder. Entonces, el religioso mira al cielo y grita:
- ¿Hay alguien allá arriba que me esté oyendo...
Alguien puede ayudarme?
Entonces, entre las nubes, una voz retumba y le responde:
- Hijo mío, como has sido un buen creyente, nada te sucederá.
Suelta la rama y cuando estés cayendo, mis ángeles te tomarán
y te colocarán de nuevo sobre la montaña, vivo y feliz.
El judío mira entonces al abismo, vuelve a mirar al cielo y grita:
- ¿No hay otra persona allá arriba que me pueda ayudar?
El fin de la confianza en este país comenzó con el nacimiento
del gorila venezolano. Ese gorila a la venezolana, debo decir, se instaló
entre nosotros en los 80, quizás producto de la desilusión
-la crisis económica del 82-, la violencia callejera, la corrupción
generalizada y la ausencia de proyecto para la nación. El gorila
recién nacido, de manera silenciosa, nos propuso la arbitrariedad
como conducta, la impunidad como norma, la ley como opinión, el
gobierno como agencia de empleos, el estado como circo, el capital privado
como estafa, la democracia como coartada, las fuerzas armadas como acariciados
caudillos. Nuestra insensibilidad no nos permitió -ni permite-
ver al gorila entre nosotros y con él al país en sus derrotas,
en sus inmensos fracasos, en su inaceptable pobreza. El gorila nacional
se apoderó de la opinión de las clases y desde esos años
80 celebramos las tragedia, las derrotas y a los criminales.
Hace mucho tiempo que preferimos poner nuestra conciencia de clases sobre
nuestra conciencia ética. Sólo que ahora esa preferencia
se manifiesta con bombas de gas, francotiradores, bandas organizadas y
jóvenes entrenados que entienden más a las armas que al
sexo. Por eso ahora los más inocentes, es decir, nosotros, frente
a lo terrible, preferimos lo malo. Ante el abismo, nos decidimos por el
precipicio.
El gorila del fascismo, la idea totalitaria, tomó y sigue tomando
el poder en Venezuela, lo perdió y lo sigue teniendo, porque ese
gorila venezolano no es un gobierno, sino una idea en la calle, una forma
de ser, una obsesión en la mente de nuestra gente. Una obsesión
que se ubica en todas las clases sociales, en casi todas las percepciones
sobre el poder, en ese cariño tan nuestro por la arbitrariedad.
Como en el cuadro de Goya, los hombres nos convencemos en esta ciudad
a garrotazos, dialogamos a golpes, nos emborrachamos con sangre. Queremos
cambio, pero nadie quiere cambiar. El futuro pasó a ser un mero
recurso literario. Aquí, el pasado triunfó.
Este país se desplaza de manera “monolíticamente dividida”
hacia una Dictadura (sea de derecha o de izquierda, electoral o refrendaria,
mediática o parlamentaria, leguleya o por decreto, pero dictadura
al fin). El gorila ha marchado campante y borracho por la calle, sólo
que ahora está armado. Finalmente ya tiene forma política
y saborea el poder -ahora y antes. Ambos bandos se enfrentan en casi todas
las instituciones (Fuerzas Armadas, partidos, medios, gobierno) y este
país dividido se une en una sola idea: las soluciones son de fuerza.
Los muertos del 11 y 13 de abril siguen estando muertos y fueron asesinados
de la peor manera: con el crimen organizado desde el estado, por sicarios
pagados con la nomina de empresarios, medios de comunicación y
periodistas serviles, por bandas armadas patrullando en motocicleta la
ciudad. Y si a esto le agregas que, con toda la crisis política,
los problemas económicos siguen allí, que la pobreza sigue
allí, el desempleo sigue allí, que las injusticias siguen
allí, entonces el cuadro pasa de Goya a Munch.
Como te he dicho muchas veces, no me gustan los gobiernos y como periodista
y escritor siento siempre la necesidad de estar contra el poder. Aunque
es esa la peor de las posiciones, porque se consigue muy poco estando
siempre de crítico frente los gobiernos. Por eso, hay que reconocer
que los muertos del 11 de abril, se suman los abusos de poder del 12,
los muertos del 13, los saqueos y ajustes de cuentas del 14. Se unirán
al 27 de febrero de 1989, al 4 de febrero de 1992, al crimen del Amparo,
a los pozos de la muerte en el Zulia a mediados de los 80, a los fusilamientos
en el deslave de Vargas y estos a esa lista macabra de fines de semana,
esa lista de vecinos y amigos que mueren en las calles víctimas
de la violencia, de la ineptitud oficial, de la indiferencia común.
Muertos diarios apenas reseñados en prensa y sin medidas cautelares
de la OEA, asesinatos cotidianos sin Carta Interamericana, sin leyes citadas
de memoria, sin hilo constitucional roto, sin tanta llorantina por la
legalidad, pero con su balazo respectivo en el cráneo por un par
de zapatos. La pobreza, entre nosotros, no tiene constitución ni
golpe de estado que la reduzca, es impermeable a sistema económico
alguno, no va a votar, no tiene derechos humanos, ni libertad de expresión,
ni agua corriente ni escuela ni hospitales.
Así, en este contexto, esa preocupación tan actoral sobre
el tema de la legalidad no nos queda nada bien. Todo sigue su curso legal,
excepto para el crimen nuestro de cada día. La verdad es que, en
nuestros pueblos, la constitución y las leyes parecen hechas únicamente
para proteger políticos, mandatarios y negociantes. La gente está
sólo para oír los grandes beneficios de cartas magnas y
leyes hermosas. Para ser testigo del cambio de vida de los que se acercan
al poder, pero no al suyo. El entramado legal sirve solo para salvarle
el trasero a los que tienen con qué. Por eso siempre los culpables
repiten aquello de: “que me investiguen... que marche el curso legal...
que los organismos competentes decidan...". Quizás por eso
los gobiernos ya no representan a la gente.
Cuando hablamos de política o geopolítica, yo solo voy por
las vidas y por las personas. Los gobiernos me parecen todos disparadores
de pocos frente al cuerpo desnudo de muchos. Los gobiernos son incapaces
de modificar la realidad, de manera beneficiosa. Los gobiernos existen
precisamente para IMPEDIR que las sociedades modifiquen su realidad, porque
son ellas las únicas capaces de hacerlo. La realidad sólo
la modifican las sociedades. Y ésta sociedad venezolana, en todas
sus clases, no está dispuesta a hacerlo, no quiere transformarse.
A lo sumo, aquí queremos sacar un gobierno y poner otro. Esa parece
ser la suma total de nuestra civil sociedad.
El gorila venezolano está de moda y las posiciones objetivas están
sometidas a fuego cruzado. Ayer, una amiga perdió su trabajo porque
llamó a la “cordialidad entre los bandos" en una empresa
que desea llegar a los extremos del antichavismo. Hoy, un actor amigo
fue esperado en su casa y le partieron la cara con un tubo por estar contra
"del proceso revolucionario".
Venimos del fascismo y hacia el fascismo vamos. Somos un país gorila
no sólo por los gobiernos que nos vamos dando, sino también
por nosotros mismos. Se nos metió en las cabeza que las cosas son
en blanco o negro, cuando en realidad, la realidad es una variedad de
grises.
¿Qué podemos hacer los creadores?
Poco. A lo sumo, aportar los símbolos escondidos cuando
estos terminen de ser destruidos en su totalidad. Cuando los símbolos
de la historia den pena nombrarlos, cuando los líderes sean patéticos
recuerdos y el peor de los chistes, cuando los medios se avergüencen
de su misión cumplida ante una misión también despedida
de símbolos, cuando las Fuerzas Armadas terminen suicidándose,
cuando la empresa privada no le quede más qué comer excepto
sus mocos, cuando la iglesia se arrepienta y pida perdón, cuando
la sociedad ya no sea civil, entonces, quedarán los símbolos
del arte, de la creación. Y entonces habrá que construirlos
de nuevo. Mientras tanto, no nos queda otra cosa sino decir la verdad.
Porque nadie lo ha hecho. Nadie le ha dicho a este pueblo esa verdad,
la gran verdad, la verdad que le haría recapacitar y tomar medidas
para recuperarse, para hacerse de nuevo, para comenzar una nueva vida.
Como el adicto, mientras no reconozcamos nuestra verdad no iniciaremos
nuestra cura. ¿Y cuál es esa verdad? Bueno, esa verdad es
una y simple: que hemos fracasado.
Hemos fracasado. Y hemos fracasado de manera espectacular, con todas las
posibilidades de no hacerlo. Y lo hemos hecho. Hemos perdido 100 años
y por las evidencias que veo en este inicio del siglo XXI, vamos en camino
de perder otros 100 más.
Quiero decir que en nuestros pueblos, el gorila que tuvo por 100 años
una ametralladora en una mano, tiene ahora también en la otra el
candado de su jaula. Y nos persigue día y noche casi de manera
fantasmagórica e imposible porque, finalmente, ese gorila somos
nosotros mismos. Está en el espejo. El gorila tiene nuestro rostro,
somos nosotros. Y con terror, a veces, me doy cuenta que se parece a los
que vienen después de mí.
Y pensar que, en nuestras condiciones, pudimos hacer todo lo que soñamos.
Que pudimos tener tanto éxito y vivir mejor, más decentemente,
con más justicia y libertad. Pero no lo hicimos. Y no fue culpa
de otro. Sino nuestra. Qué desperdicio.
Si me preguntas por el futuro inmediato, te diré que aquí
viene el miedo, sólo eso. Su alternativa es el pánico. Y
como el miedo es libre y el pánico también, pues ejerzo
todos mis derechos.
- ¿No hay otra persona allá arriba que me pueda ayudar?
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