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HACER TEATRO HOY. ESPAÑA ...vivo en la ausencia del deseo canalla Inserto la carga de tinta. Giro el tambor. Tiemblan los cartuchos dentro. Y escribo. Y es que hay libros que nunca se escriben. Y es que hay teatros que nunca se hacen. Entonces, ¿dónde va a parar el público de aquello que nunca se dio? O como dijo en su “Libro de las preguntas” Neruda: “Dónde van las cosas del sueño? / Se van al sueño de los otros?” Sinceramente, no creo que “los otros”, los que no pudieron ver el teatro de su tiempo, puedan soñar las obras que nunca se hicieron. En España, en este momento, no se está desarrollando plenamente el teatro actual. Entonces, ¿dónde van las obras que autores y autoras escriben y no tienen condiciones para llevarlas a escena? ¿Dónde quedan los actores que no pueden hacerse? ¿Dónde vamos, si no podemos? Nuestra generación está sufriendo de paro y de idolatría. Si no estás arriba es que no eres bueno. En ese caso estás abajo y en la oficina del INEM[1] donde, además, el título académico de actor no existe, después de varios años de estudios y de leyes orgánicas que nos avalan. Crearon escuelas para que con la docencia se alimentaran muchos que tampoco tenían teatros para desarrollarse y que también estudiaron lo suyo, claro. Y nos traspasaron sus sueños. Te enseñan, te hacen navegante de sueños rotos, y giras, sólo media vuelta, no más, y te encuentras de patitas en la calle, sin ninguna estructura que acoja tus incipientes conocimientos. Tienes la voz tierna, el cuerpo que empieza, las emociones frescas e inocentes e inexperimentadas, pero en la calle. Si no estás arriba no eres bueno. ¿Dónde puede ir un actor recién egresado, con todos sus sueños, si no hay teatros que los acojan? “Que cada perro se lama sus heridas”. Esto no me sirve. No es válido. No se puede entrar en ningún sitio a empujones ni a codazos de nadie. Y veo hoy a buenos actores haciendo mala televisión, malos actores haciendo buen cine y teatro, actores y actrices, muchos, casi miles, peregrinando las oportunidades, o los sueños. Que si salas alternativas, y comercio, que si nacionales, y comercio, que si grupos semiprofesionales, y comercio. Hay reductos en los que se dan las condiciones para hacer buen teatro, o al menos para vivir dignamente, y sus directores están enloquecidos, u oprimidos, vaya usted a saber. En el actual momento, ¿dónde hay una compañía nacional estable? ¿Dónde, por ejemplo, están los actores y las actrices del Centro Dramático Nacional, dónde si ni siquiera tiene sede entre las termitas del Teatro María Guerrero y la demolición del Teatro Olimpia, cerrado desde hace años y sin ningún otro espacio que lo sustituya? Me dicen, y con tristeza, que se quiere construir un teatro más grande en el hueco sonoro que ha dejado el Olimpia, pero que tardará años. Mientras tanto, sin sedes del Centro Dramático Nacional, ¿qué se está haciendo con los presupuestos de estas temporadas? Y lo que es peor, ¿dónde quedará el público que no asistió a una temporada de teatro? Queda sin una importante oportunidad para soñar. ¿Imaginan ustedes que el National Theatre estuviera en una situación así? ¿O el San Martín de Buenos Aires? No sólo habría fuertes reacciones, es que es sencillamente impensable. Sin embargo, ¿dónde queda nuestro grito ante esta lamentable situación? El teatro está muy mal en España en este momento. Entonces no se sueña. Conozco proyectos de buenos dramaturgos. Sin oportunidades. Sin estrenos, sin premios y sin compañías. Con el tiempo en su contra. Y hablo de dos tiempos: el lineal, ese que va colocando canas, y el otro, el sincrónico, el de las circunstancias del momento en el que te toca vivir. ¿Qué tiene de emocionante este tiempo para escribir sobre él?, ¿para bucear en la desesperación constantemente, sin hallar esperanza?, ¿como este artículo? ¿Dónde están los sueños, y su misterio? ¿Dónde está la esperanza? Sin dramaturgos ni obras estrenadas, no tenemos teatro: es así de claro. Y en este momento nadie se atreve a estrenar obras contemporáneas, porque “te las puedes comer tú solito”, después de un año de ensayos en busca del nuevo lenguaje escénico que corresponde a ese nuevo texto. ¿Qué compañías se pueden arriesgar si los teatros en su programación no incorporan con asiduidad autores jóvenes contemporáneos? El riesgo se ha inventado no sólo para los artistas, también es para los gestores. Sin el riesgo de muchos grandes productores no hubieran existido grandes creaciones. Y de esta manera no llegamos ni tan siquiera a la crisis del teatro, sino a su desaparición. No es falta de público, es falta de buena gestión. Conozco proyectos de buenos actores. Que se preparan, cogen carrerilla, son insultados, vejados y maltratados en un vía crucis de escuelas de arte dramático, dejando a un lado la carrera que aspiraban sus padres que siguieran para hacer realidad sus otros sueños. Que es que vimos muchos capítulos de Fame. Conozco buenos actores, muy buenos actores, y me duele verles haciendo el tonto en las series de telebasura. Porque podríamos tener ahora mismo una cantera de actores y actrices excelentes de las que salieran charlescháplines, orsonwelleses y laurenceolivieres, y sofialorenes, gretagarbos y jeannemoreaus, sencillamente ofreciendo, con los mismos presupuestazos con los que se hace bazofia en televisión, calidad. Y es ahí donde les dolerá. Porque quien no siembra no recoge. Aquí se ha sembrado en muchas escuelas y las semillas, ahora, se las quiere echar a perder. ¿O es que creen que con los éxitos jolivudenses del cine español se rellena la cartilla de la creación? Lo grande fue pequeño, pequeño y con sueños. Conozco actores y actrices, sin oportunidades reales. Con trabajos esporádicos, animaciones para los niños ricos de los barrios de multimillonarios que se están enriqueciendo a base de todo y de todos, sin escrúpulos. Haciendo de pollo y felicitando el cumpleaños a gente que no se avergüenza de esta degeneración. Y no te quites la máscara de pollo, claro, que luego, si te reconocen y haces un papel en una serie, quedas marcado, los muertos de hambre. O mendigando a las puertas de musicales, donde si mueves bien el culo y las tetas, muestras los dientes sin caries y cantas y ríes y lloras, y mientes, puede que finalmente bailes. No puede ser. Y conozco buenísimos actores, y cansados, muy cansados. Cansados de hacer teatro y no poder vivir dignamente. Apurando el abono transporte entre citas, ensayos, móviles sonando y sueños frustrados. En fin, buena gente. No conozco buen público. Lo he conocido, y maravilloso. Recuerdo haber actuado en pueblos de Castilla con perros ladrando, niños jugando y viejas riendo. Y todos disfrutando del sueño. Pero no puedo conocer buen público ahora sencillamente porque no hay buen teatro ahora. Y si no hay buen teatro, no hay público bueno, y no hay sueños por la noche. No conozco a los gobernantes ni a los responsables de políticas culturales. Y si conozco alguno, no son buenos o no les dejan serlo. Y me gustaría conocerles. Para instarles a cambiar radicalmente sus políticas culturales nefastas. Con miedo, porque decir esto significa posiblemente el suicidio de otro sueño, porque si hablas desde tribunas de creación sin poder ni contacto alguno puede significar no tener ningún apoyo de los departamentos de cultura, que despiezan las migajas que les dejan en los grandes presupuestos de obras públicas, marketing y metro de madrid informa. Ya ni derecho al pataleo valleinclanesco de rigor. ...somos gente ficticia ¿Y qué hacer? Porque después del alboroto llega el tiroteo. Escucho, casi transterrado, a Manolo García. El de El Último de la Fila. Otro de los últimos. Otro de los nuestros. Y me da la respuesta. Pues preferir el trapecio, hijo. El teatro comienza siempre a partir de una situación de equilibrio precario, ¿verdad? Vivamos la precariedad como resistencia para el golpe. Recojamos energía como el burro que tiene que saltar para salir de las aguas movedizas. Y creemos. Creemos obras de arte por todos los rincones y todas las vidas. Soñemos. Apartemos la realidad y construyamos aviones de plastilina. Seamos idiotas suecos. Y creemos. Vistámonos como queramos, incluso con traje chaqueta y esmoquin. Con cisnes colgando del cuello. Hagamos teatro en los portales de las casas. Qué bonito sería estar vestido de cigüeña bajo los arcos de la puerta de alcalá. Por ejemplo. Y que pasara el bus 20 lleno de mormones norteamericanos y pensaran que España es diferente. Dejemos de ser una juventud seria, y prefiramos el trapecio, porque de todas maneras estaremos en la cuerda floja, pero al menos, que sea sin tener miedo, arriesgando, y que si caemos desde lo alto, sin red que nos proteja, caigamos a sus pies como después de la guerra de Troya, despedazados. Edipo nos pertenece. Somos dueños de los sueños y de los escritos. Por lo menos, y esto me suena a que ya lo dijeron, que no tengamos que arrepentirnos. Prefiramos el trapecio, para verlas venir en movimiento, porque debemos movernos y ya, a pesar de que vengan tiempos difíciles. A quienes tienen una obra en mente: escríbanla. A quienes desean montar una compañía: inscríbanla donde sea. A quienes tienen un sueño: sueñen. Estudiemos, trabajemos, para que en el aire que deja el trapecio construyamos nuestra barricada. Será duro y tendremos miedo. Pero no será más duro que aguantarnos las ganas y trabajar en una oficina, y diez años después abrir un cajón y encontrar el recorte de la crítica que nunca te hicieron o un cuaderno en blanco en el que nunca escribiste tu obra. Tenemos derecho a soñar, porque debemos hacer soñar. El futuro del teatro no se puede construir sin nosotros. Que podamos decir que nuestro libro, aunque malo u olvidado o despreciado, quedó escrito. O nuestro teatro quedará cerrado. ...como el lindo gatito fracasamos invariablemente
* Las canción de Manolo García a la que se hace referencia es “Prefiero el trapecio”, de su disco Arena en los bolsillos. [1] Instituto Nacional de Empleo, o
también llamado popularmente “el paro”. |
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