HACER
TEATRO HOY Por Domingo Ortega Un hilo de plata me llevará a los bosques Dice el siempre profético y maravilloso García Lorca, español universal, como persona universal: Un hilo de plata me llevará a los bosques donde se ve la vida. Ese hilo de plata es una imagen que se repite en muchas culturas, como conexión de la vida y la muerte, o como punto de fricción entre el cuerpo y el alma. Pero hay otro hilo, un puente, el que une los territorios, sea cual fuere el país donde elijas vivir. Algunos desean vivir en España, otros a la orilla del mar. Después de mi estancia en Chile, he podido observar que este país sabe mucho de territorios, pues -y al decirlo creo que no estoy muy confundido- no conozco ningún territorio con un espacio físico tan sugerente como enigmático. Perdón que hable desde la inocente mirada de un visitante que ha sido acogido durante casi tres años, que de seguro será ignorante. Cuando oía en la televisión Desde Arica a Punta Arenas, recorría no sólo un país, sino medio continente, con las geografías más exquisitas. Dice mi muy estimado Marco Antonio de la Parra que Chile es un país de diseño. Largo y flaco. Muy largo y muy flaco[1]. Si lo quieres hacer no te sale, tan hermoso, tan extraño. Yo intento ver el conjunto del país, pero generalizar a Chile es ser un verdadero tonto. No se puede decir que todos y todas las chilenas y chilenos sean iguales. Me asombra un país que desde Arica a Punta Arenas tenga 200 años de historia, ¡y qué historia!, la pequeña gran historia de Chile. Me asombra -y permítanme que hable de mi país ahora- porque vengo de un lugar en el mundo que se desintegra por momentos. Yo, que nací en Madrid pero provengo de Burgos, siempre Burgos, me crié en los veranos junto a mi abuela, rodeado de gallinas, vacas y costumbres telúricas y hermosas. En este pueblo todos los veranos en los años 80 nos juntábamos frente a la casa de la Paula, mi abuela, niños y niñas de Madrid, Andalucía, Cataluña, Galicia, el País Vasco... Jugábamos con distintos acentos regionales, sí, pero jugábamos con la misma tierra molida a construir castillos de barro. Todos y todas estábamos asistiendo en nuestros estudios a un cambio territorial de lo español. De las viejas marcaciones franquistas, impuestas y dictatoriales, se pasaba a unas nuevas, donde aparecían nombres que nos sonaban a eso, a diseño. Madrid, que siempre había sido Madrid, se llamaba ahora Comunidad Autónoma de Madrid, Castilla, se separaba en Castilla y León y Castilla-La Mancha, antes Vieja y Nueva. Y así una por una. Y los niños y las niñas seguíamos jugando con la misma tierra. Ahora, veinte años después, la tierra ya no nos pertenece. Con esa pertenencia de escuchar hablar en gallego o en vasco o en catalán y emocionarte porque lo sientes tan cercano como la Giralda sevillana o el jamón de jabugo. No sé que le va a quedar a mi sobrino, bilbaíno de nacimiento, de esa tierra de mi abuela. España se desintegra ante nuestra atónita mirada. Si yo digo soy español en España, soy un facha, un momio como dirían fantásticamente en Chile. Un reaccionario. La bandera española no identifica más que a patriotas enfervorizados mal vistos en el conjunto de la sociedad. Incluso escribir esto, decir esto, allá está muy mal considerado. Y es así porque la dictadura nos hizo pedazos, la dictadura nos hizo peores, la dictadura cometió todos los excesos imaginables. El miedo y la falta de libertad, por encima de todos ellos. Después de la dictadura, todo lo que suene a país español es horrible. Pero yo estoy escribiendo aquí para ustedes desde la intimidad, porque también hay otra manera de nombrar a España, y es la del niño que vivió los veranos rodeado de distintos acentos y los mismos juegos. La de Machado, la de Unamuno. En uno y otro lado no me hallo en mi país de la infancia. Sencillamente porque en este momento es difícil soñar aquí. Porque los sueños son comunes, y se hacen entre todos, así lo comprobé, y después de un siglo XX en el que quisimos y no pudimos, los sueños se nos han roto en pedazos, y ahora, cada uno, intenta buscarlo a su manera. Si es así, si el proceso histórico es ése, bienvenido sea. Ustedes, todos y todas, se dan cuenta perfectamente, porque en el extremo de este proceso de individualización está lo que lamentablemente está siendo el motivo español más conocido por la opinión pública internacional, más incluso que la tortilla de patatas. Sí, es ETA. Porque ETA quiere ser vasca, y en esencia no puede ser más que española, porque es hija de la dictadura, por lo que es un problema de todos y todas. ETA es un grupo de asesinos fascistas que donde no llegan con la voz y con el miedo llegan con las pistolas. Han matado a mucha gente. Pero lo peor de ellos y ellas, además de la muerte que se siembra en la tierra la de mi pueblo-, lo peor, si hay algo peor, es que destrozan con el miedo, y esto es irrecuperable. Igual que la dictadura, de tal palo tal astilla, están llevando el miedo y la falta de libertad a su pueblo, a nuestro pueblo, quieren que nos sintamos exactamente igual que hace más de 25 años. Y lo están consiguiendo, lamentablemente, con la ayuda de muchos. Pero ETA va a acabar, porque el pueblo vasco ha sido siempre grande y, junto a todos y todas nosotros, va a poder con el terror. Perdonen, de nuevo. No es mi intención entrar al trapo de esta corrida de toros sangrienta que es el terrorismo. Sólo que con ello, quiero mostrarles donde unos y otros nos polarizarnos. El deseo justo y justificado de sentir un país se confunde así con el nacionalismo. Y siempre que escribo esta palabra me acuerdo de aquella otra nacional-socialismo. Conexiones de la memoria. Uno no descansa hasta saber donde quiere ser enterrado. Hay paisajes que no te pertenecen, y por bellos que sean, no puedes estar en ellos más que de paso. Sin embargo, otros países, otras tierras, son tuyos desde que los ves. Ese sentido, y digo sentido porque llega desde la piel a lo profundo, lo confunden, o nos lo quieren hacer confundir, con el sentimiento. Sobre todo con el sentimiento patriótico. De uno y otro lado. Y ese sentimiento, el del cuento infantil el que pase de esta raya no volverá, lo encuentro no sólo en España con aquellos nacionalistas del sentimiento, de Madrid, de Bilbao, Barcelona o el pueblo más pequeño, que te quieren echar de su territorio, que te ven con malos ojos, sino en muchos otros sitios. Ese sentimiento de mi terruño es mío y si vienes de fuera es porque me lo quieres quitar, lo encuentras en todos los lados. Los españoles, cuando llegamos a tierra iberoamericana, tenemos que sufrir constantemente la broma incisiva sobre nuestro pasado colonizador, a la que te acostumbras a duras penas, al menos yo, que provengo de una familia campesina y pobre, que nunca pisó estas tierras y sufrió los embistes de los mismos gobernantes crueles. Y me lo dicen personas con rasgos europeos, descendientes de los verdaderos colonizadores, aquellos que con sus actos llevaron el sufrimiento y el dolor, incluso hasta la aniquilación, de los pueblos indígenas. Y no entiendo nada. Esta odisea es extraña. ¿En que puerto atracará este barco? ¿A qué país llegaremos? El hilo de plata me llevará a los bosques donde se ve la vida. Ese es el país. Si no puedo vivir en uno ni en otro, me lo invento, me lo imagino. Seguro que alguna vez han imaginado como sería su país, en mitad de las contrapartes donde puedan dialogar y llegar a verdaderos resultados, no a imposiciones. ¿Por qué no vivir en él? ¿Por qué esa extraña idea de que no nos lo merecemos? ¿Por qué no vivir en él? Ese es el arte hoy en día. La invención de un nuevo territorio en la frontera de todo. Mi territorio donde vivir con ustedes. Los países se han vuelto irrespirables. No hay más que ver un noticiero o abrir un periódico. Estos tiempos son difíciles y hay que guardar fuerzas para cuando lleguen los tiempos mejores. ¿Han visto los mapas? ¿Las líneas divisorias? En la frontera, ahí mismo, en el límite, todo es posible. Una línea no existe si no enmarca. Pues no enmarcaremos, y así viviremos en nuestro país imaginado, que no imaginario. Porque es un acto consciente y no evasivo. Si quiero hablar con el humano, no puedo citarle en ningún territorio que le haga dudar o desconfiar. Si quiero hablar con el humano, le tengo que llevar al lugar donde sea todo posible. En estos tiempos difíciles la imaginación es lo que cuenta. El arte, más que nunca, es ficticio. Recorre todas las disciplinas o se despoja de ellas. Sabemos hace tiempo que tan artístico puede ser un cuadro como la teoría de un físico. La inquietud surge hoy en saber desde dónde hablo, cuál es mi interlocutor, a dónde quiero llegar. Cuál es mi lugar en el mundo. Nos ha preocupado el tiempo, no tanto su espacio. Nuestra ubicación es difícil. ¿Y si en la frontera hallásemos el territorio? El teatro, por su condición integradora e inexistente, se está convirtiendo en un espacio de intervención de distintos artistas. Porque el teatro es sólo la frontera, no existe, acaba cuando se acaba, deja el espacio abierto para que el espectador encuentre su obra. La pieza queda en la memoria, y para recordarla hará falta que el espectador también se convierta en un artista, construyendo su propia pieza de arte. Podríamos poner ejemplos, referencias, actos. Muchos. Y volveríamos a la cátedra, al comentario preciso y seguramente necesario. Pero no es esa la intención. Ahora no sólo hay que hablar de lo que se hace, sobre todo hay que hacer, como sea y, lo más importante, dónde sea. El territorio nos pertenece. En ese precioso lugar, cada cual se encontrará con sus sueños y se reconciliará con un mundo que carga un tiempo que ha culminado en los distintos fracasos del siglo XX, y que se descuelgan en el XXI. Las ideologías han fracasado, no la ideología. Las políticas han fracasado, no la política. Las filosofías han fracasado, no la filosofía. La imaginación nunca ha fracasado, han fracasado los hombres y las mujeres. La conciencia de ese fracaso nos expulsa de la ciudad, a los límites del país. A la frontera de los distintos territorios. Al país imaginado por tantos. Y a vosotros y vosotras, queridos hermanos y hermanas de Argentina, que tanto sabéis de esto, os esperamos allí, que el equilibrio en ese hilo de plata os llevará a los campos donde se ve la vida. Grandes entre los grandes, ahora más que nunca, con vuestro Arte os haréis la frontera de sus desastres, los de ellos. Vuestro Arte va creciendo, ocupando los metros, las hectáreas de lo que un día llamose Argentina, les dará miedo y huirán. Como un traje nuevo, vuestro país imaginado ocupará aquel país, el que nunca os perteneció y os quisieron dejar. Qué cuerpo de tierra, qué alma de gentes buenas. Se llamará Argentina, sus habitantes argentinos, y la tierran será la más rica, la más bella. Y nacerán hombres y mujeres, ya nacidos, ya grandes, como siempre. Como nunca. Qué arte os espera, qué tierra. Qué país imaginado. Argentina. Viva. NOTAS [1] De la Parra, Marco Antonio. La pequeña historia de Chile. Santiago de Chile. Revista Apuntes, n. 95.
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