LA ESCENA IBEROAMERICANA. URUGUAY
UBICACION Y BALANCE

Por Jorge Pignataro Calero

Cada fin de temporada, la rutina periodística ha impuesto desde mucho tiempo atrás el ineludible balance de lo visto en los escenarios montevideanos, como cartabón de la intensa, profusa y variopinta actividad teatral que desde más de medio siglo atrás se lleva a cabo en la capital uruguaya, irradiando su influencia al resto del país y justificando el prestigio alcanzado por ella al menos a nivel del subcontinente. Intentémoslo nuevamente.

PANORÁMICA

Si hubiera que definir el teatro uruguayo con una sola palabra, la primera que salta al teclado de la computadora es "sobredimensionado", con la contundencia del número de realizaciones que este año arañan el centenar en una extensa temporada que arranca a fines de marzo y se prolonga hasta bien entrado diciembre; y que se aprietan semana a semana en una cartelera cuya oferta incluye no menos de cuarenta espectáculos diferentes (sin contar los que apuntan al público infantil), cantidad que para una ciudad que apenas alcanza al millón y medio de habitantes es muy considerable -por no decir excesiva- especialmente en términos relativos comparada con las grandes metrópolis teatrales, v.g. la cercana Buenos Aires. 

Naturalmente que, como es dable esperar y como seguramente también sucede en tales metrópolis, no todo son flores en el conjunto, que incluye los más gloriosos y recordables momentos de ese o de varios años o las audacias experimentales de última hora, junto a las inevitables chambonadas iniciáticas, los apresuramientos noveleros de teatristas inmaduros, las equivocadas elecciones de repertorio y de repartos o las empresas de indisimulado carácter comercial, a las que no son ajenas -obviamente- las notoriamente difíciles condiciones económico-financieras generales. La fluctuante respuesta del público que suele acompañarles presenta a menudo un llamativo empecinamiento por mantenerles en cartel en el éxito o en el fracaso, más allá de límites razonables; y alimenta, sin dudas, la perspectiva desde la cual se expresara el prestigioso y laureado director Jorge Denevi cuando, interrogado sobre el estado del teatro uruguayo actual, lo definió también con una sola palabra: “¡Patético!”.

Una circunstancia agravante de la situación ha sido, sin duda, el cierre de la principal sala montevideana, el venerable y sesquicentenario Teatro Solís, sometido a imprescindibles trabajos de restauración y preservación, que ha obligado a la Comedia Nacional -su inquilino natural- a peregrinar por su segunda sala, la Verdi; el Teatro Victoria restaurado a medias, pues data de principios del siglo XX y estaba en ruinas; y la moderna Alianza Cultural Uruguay-Estados Unidos; y a entrar en coproducciones con teatros independientes como El Galpón y el Circular. La imaginación de los teatristas uruguayos para obviar dificultades, se ha repartido entre la búsqueda de espacios no convencionales, como la Quinta de Santos o el Museo Municipal Juan Manuel Blanes, viejas fincas rodeadas de añosos parques situadas en la periferia montevideana; o la adaptación y el reciclado de otras casas más céntricas, como La Cómica, La Casa de los Siete Vientos, La Casa de Julio o el viejo Hotel Cervantes.

Esa misma imaginación fue la que engendró, pocos años atrás, un sistema llamado Socio Espectacular, especie de abono mensual que por una módica suma permite a sus suscriptores acceder a varios teatros, la Cinemateca Uruguaya y cines comerciales, partidos de fútbol y basquetbol, libros y hasta opciones turísticas. Resistido inicialmente, se ha ido extendiendo, y en el momento actual el sistema convoca nuevamente colas ante las boleterías de los teatros El Galpón y Circular, asociados en la fundación y el impulso de esta iniciativa como forma de paliar sus angustias financieras.

LA CARTELERA Y SUS ANIMADORES

Del mencionado escaso centenar de espectáculos ofrecidos en 2001, algo más de cuarenta llevan firma de autor uruguayo, poco más de quince son de autor hispanoamericano (mayoritariamente argentinos, más algunos españoles y brasileños), y el resto provienen de lo que convencionalmente se llama "teatro universal". Sería un error deducir de tales porcentajes que el autor nacional está en auge o que se está dando una incontenible eclosión dramatúrgica vernácula, porque la mayoría de sus aportes son libretos circunstanciales de pretemporada, borradores de obras más ambiciosas, tímidos tanteos o baratos engendros comerciales; y tan solo la cuarta parte de ellos merecería cierta consideración. Ello es tan así que a la hora de otorgar galardones, los siete jurados de la crítica solo hallaron cuatro candidatos al premio Florencio:

- “¿Y si te canto canciones de amor?” de Dino Armas (1941), veterano autor de abundante aunque irregular producción de sostenida inspiración popular, que casi todos los años estrena entre dos y cuatro piezas de su cosecha.

- “Banderas en tu corazón”, un  musical que hace pie en temas de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, original de Raquel Diana (1960), actriz de El Galpón en cuyo seminario de dramaturgia que dirige y orienta Luis Masci inició una carrera de vertiginoso desarrollo acumulando en pocos años premios y éxitos con títulos como “Episodios de la vida posmoderna”, “Cuentos de hadas” (que acaba de cumplir exitosa gira por España) y “Secretos” (también estrenada este año).

- “El hermano olvidado”, de Ariel Mastandrea (1946), dramaturgo de esporádica aparición, de refinado estilo y cuidada elaboración de temas a propósito de singulares personajes como la poeta Juana de Ibarbourou (“La otra Juana”), la diva Sarah Bernhardt (“¡Oh, Sarah!”) o el desventurado hermano de las famosas Bronté, que inspiró esta pieza. 

- “En honor al mérito”, de Margarita Musto (1955), opera prima de esta joven y prestigiosa actriz, que aborda con eficacia dramática el género testimonial a propósito de un sicario de la dictadura que habría participado en el asesinato del senador Zelmar Michelini. 

La presencia del autor nacional incluyó cierto escarceo dialéctico en torno a la condena de Sócrates a morir por la cicuta (“El hombre más feo de Atenas”, de Alvaro Malmierca); y varias revisiones de obras ya conocidas de Dino Armas (“Queridos cuervos”, “Sus ojos se cerraron”), Jacobo Langsner (“Pater Noster”), Ricardo Prieto (“Danubio azul”) y el ineludible Florencio Sánchez en sus obras mayores (“En familia”, “Barranca abajo”); pero, además, se incrementó en el área de los espectáculos musicales, un variado espectro que incluyó -además de la citada creación de Raquel Diana- cosas muy originales como “Inespectáculo olvidable”, humor reminiscente del estilo Les Luthiers; “Los muertos”, de Florencio Sánchez, en dislocada versión tipo ópera rock del actor y músico Tabaré Rivero; “Amor: sol y sombra”, exquisito collage de poemas y canciones a cargo de Antonio Larreta y Cristina Fernández sobre el inagotable tema del título; “Desafinados”, adaptación montevideana (con murga y todo) de “Ondina se va” de la alemana Ingeborg Bachman; y “Arrabalera”, escrita y dirigida por Omar Varela (factótum de la profesional Compañía Italia Fausta que usufructúa el teatro del Anglo), inspirada en el tango homónimo que inmortalizó Tita Merello, y que finalmente se llevó el Florencio de la crítica para esa categoría.

Los autores hispanoamericanos estuvieron mayormente representados por argentinos como Juan Carlos Gené (“El sueño y la vigilia”), Mauricio Kartún (“Desde la lona”), Santiago Serrano (“Dinosaurios”), Miriam Russo (“Corpiñeras”), Luis Agustoni (“Los lobos”) y el infaltable Tito Cossa (“El tío loco”, “Los días de Julián Bisbal”, “La Nona”); y españoles como Sanchis Sinisterra (“¡Ay, Carmela!”), Sebastián Junyent (“Hay que deshacer la casa”), Paco Mir (“No es tan fácil”), Fernando Arrabal (“El triciclo”) y el ineludible García Lorca (“Yerma”, “Bodas de sangre”, “La casa de Bernarda Alba”, “Amor de don Perlimplín...”). El chileno Marco Antonio de la Parra (“Monogamia”) y los brasileños Luis F. Veríssimo (“Comedias de la vida privada”) y Domingos de Oliveira (“Confesiones de mujeres de 30”, “Problemas tenemos todos”) completaron una magra pero representativa selección del área dramatúrgica latinoamericana.

Pero fue, sin duda, en el sector que hemos llamado “teatro universal” que abarca dos quintas partes de la mentada centena de títulos, donde el teatro montevideano ha alcanzado sus logros más redondos, ya sea sobre textos de sostenido interés (“Copenhague”, de Michael Frayn; “Tres mujeres altas”, de Edward Albee; “Top Dogs”, de Urs Widmer), de gran compromiso (“Mein Kampf, farsa”, de George Tabori), o de cálida exploración de relaciones humanas (“Historias ajenas”, de Donald Margulies); ya se trate de hábiles y eficaces estructuras dramáticas de moderna factura (“Kvetch”, de Steven Berkof; “El ejecutor”, de Bernard-Marie Koltés) o de venerables clásicos en cuidadas versiones ortodoxas (“Nuestro pueblo”, “Un enemigo del pueblo”) o que en alguna medida procuraban ponerlas al día (“Tío Vania”), aunque no faltó algún caso que no pasó de buenas intenciones (“La gata sobre el tejado de zinc caliente”). Sea como fuere, los títulos mencionados y algunos más que se omiten en honor a la brevedad, evidencian la continuidad del teatro uruguayo en su sostenido afán de contacto con la creación dramática mundial y su permanente actualización.

LOS PREMIOS FLORENCIO

Por tediosa que haya resultado la enumeración precedente, basta por sí sola para ratificar el buen momento que pasa el teatro uruguayo, aproximándose a los brillos de la década del 60 que los más veteranos teatristas evocan nostálgicamente a su propósito; y que la premiación que anualmente lleva a cabo la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay (filial UNESCO) reflejó y sin proponérselo avaló en las dos instancias que la componen: las nutridas listas de candidatos establecidas el 2 de diciembre tras siete horas de deliberación; y el fallo dado a conocer en la ceremonia y fiesta realizada el 11 del mismo mes, donde debe agregarse el voto de una concurrencia de casi 400 figuras del ambiente que ratificó el veredicto emitido pocas horas antes por el jurado integrado por siete críticos e investigadores: María Esther Burgueño, Miriam Caprile, Rubén Castillo, Gloria Levy, Yamandú Marichal, Roger Mirza y el autor de esta nota. (Ver recuadro aparte).

Un poco de historia: El premio Florencio fue creado en 1962 a iniciativa de Yamandú Marichal por el Círculo de la Crítica de Montevideo, disuelto cuando el advenimiento de la dictadura militar en 1973; y retomado en 1982 cuando el régimen de facto tocaba a retiro y los críticos se estaban reagrupando en  la actual Asociación. La estatuilla que lo materializa es obra del escultor español Eduardo (Díaz) Yepes, yerno de nuestro gran maestro Joaquín Torres García; y reúne esquemáticamente dos elementos simbólicos como síntesis de la irrepetible personalidad de Florencio Sánchez: su penetrante ojo para observar la realidad en que estaba inmerso, y su rebelde mechón de cabellos. Salvo el interregno castrense, a lo largo de sus 40 años de existencia el Florencio se ha otorgado en 32 ocasiones; y a las siete categorías iniciales (espectáculo, director, actor, actriz, escenógrafo, autor nacional y espectáculo extranjero), se fueron agregando otras (actor y actriz de reparto, vestuarista, iluminador, ambientación sonora, espectáculo musical, elenco y revelación), en total 15 rubros. Desde el año pasado, los candidatos preseleccionados reciben una medalla que dona la Junta Departamental de Montevideo, sustitutiva de los modestos diplomas que la entidad organizadora entregaba inicialmente acotada por la sempiterna modestia de recursos.

ESPECTÁCULO: Copenhague, de Michael Frayn. (Teatro de la Gaviota/Stella d’Italia).                                      

DIRECCION:  Jorge Denevi (Copenhague).

ACTRIZ PRINCIPAL (compartido): Miriam Gleijer (El sueño y la vigilia, de Juan Carlos Gené); y Estela Medina (Tres mujeres altas, de Edward Albee), ambas obras dirigidas por Nelly Goitiño, con El Galpón y la Comedia Nacional, respectivamente.

ACTOR PRINCIPAL: Humberto de Vargas (Copenhague).                                      

ACTRIZ DE REPARTO: Paola Venditto (En honor al mérito, de Margarita Musto, dirigida por Hector Guido.

ACTOR DE REPARTO (compartido): Jorge Bolani (En honor al mérito), y Mauro Cartagena (Desde la lona, de Mauricio Kartun).

REVELACION: Soledad Gilmet, actriz principal (Historias ajenas, de Donald Margulies, dirigida por Mariana Wainstein)-

ELENCO: Atentados, del joven dramaturgo inglés Martín Crimp, a cuyos cursos en Londres asistió como becaria la directora uruguaya Mariana Percovich, que puso la obra aquí con la Comedia Nacional.

TEXTO DE AUTOR NACIONAL: En honor al mérito, de Margarita Musto.      

ESPECTACULO MUSICAL: Arrabalera escrita y dirigida por Omar Varela, factótum de la Compañía Italia Fausta.

ESCENOGRAFIA (compartido): Pablo Caballero/Paula Villalba (El ejecutor o Justo de noche antes de los bosques, de Bernard-Marie Koltés, dirigida por María Dodera) y Alejandro Curzio (El hermano olvidado, del autor uruguayo Ariel Mastandrea, dirigida por Nelly Goitiño).                                                  

VESTUARIO (compartido): Nelson Mancebo (Arrabalera) y Paula Villalba (Lulú, de Franz Wedekind, por la Comedia Nacional dirigida por Antonio Larreta). Al primero se le otorgó el Florencio de Oro al cumplir esta temporada 20 años de carrera, durante los cuales obtuvo 24 nominaciones a dicho premio, adjudicándoselo en 11 ocasiones.                                                                                                     

AMBIENTACION SONORA: Renée Pietrafesa (El hermano olvidado).                      

ILUMINACION: Pablo Caballero (El ejecutor).

ESPECTACULO EXTRANJERO: El ángel (de Federico), por Virginia Lago (Argentina).

COLOFÓN

La confrontación entre la innegable mejora en el nivel de excelencia promedial de lo realizado este año, y las dificultades y escollos que surgen incesantemente y se sortean a fuerza de empecinamiento e imaginación, garantiza la futura chispa que mantenga encendido el motor de la creatividad teatral uruguaya. Actores y críticos se encuentran, proliferan las escuelas dramáticas, cine y video en creciente número abren fuentes de trabajo, actores uruguayos triunfan fuera de fronteras, se proyectan nuevos festivales y concursos, y otros síntomas que sería largo enumerar permiten esperar con cauto optimismo la temporada 2002. Porque el espectáculo debe continuar.  

 


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