La escena iberoamericana. Argentina


THOMAS BERNHARD Y EL TEATRO DE BERNHARD EN BUENOS AIRES
Por Alejandra Herren

El arribo del teatro de Thomas Bernhard, nacido por casualidad en Holanda, pero medularmente austríaco -y profundamente antiaustríaco, por añadidura-, es una hecho relativamente reciente dentro del teatro porteño. Su más asiduo visitante ha sido el director Roberto Villanueva, que llegó por primera vez a su prosa hace ya más de quince años, para recién después descubrir su teatro. Y si algo tuvo claro luego de poner en escena "Minetti" y más tarde "Almuerzo en casa de Ludwig W." es que su fascinación por la obra de Bernhard, más que estar relacionada con la bondad o no de los textos, se vincula con que le permite acceder a zonas misteriosas de la naturaleza humana.

Una motivación que, directamente o indirectamente, aparece en otros directores.

La cuestión es que las obras de Bernhard cada vez se representan con mayor frecuencia y quienes se animan a él están dotados, como condición sine qua non para ponerlo en escena, de una buena dosis de coraje: siempre hay una mínima historia, siempre una rítmica fuertemente marcada, siempre subyace por debajo de la aparente historia una obsesión temática, que se nutre de la presencia permanente de la muerte, de la decadencia, del sinsentido de la cultura que el hombre parece haber creado para distraerse. A esta sucinta descripción de sus características básicas faltaría agregarle una intensidad emocional capaz de calar, combinada con el resto, profundamente en la conciencia del espectador.

Desde luego, Bernhard no es ni un escritor ni un dramaturgo para las grandes masas. Pero quienes logran penetrar en su vorágine se hacen adictos a ella.

La directora Clara Pando acaba de estrenar en el Patio de Actores, sala que abrió junto a la directora Laura Yusem, "Partida de caza". Es su segunda puesta de este autor implacable: en el 98 arremetió con "La fuerza de la costumbre", obra que, curiosamente, acaba de poner en escena Pompeyo Audivert en el Teatro Calibán, luego de un arduo año y medio de ensayos.

Entrevistados por separado, ambos coinciden en buena parte de los conceptos y de las motivaciones, aunque sus estéticas se distancien.

Clara Pando, la reincidente, explica que "Creo que lo más atractivo de la obra de Bernhard es que nos pone frente a nuestra propia subjetividad de una manera poco piadosa, no alivia ni atenúa dolores y exige cierto valor para abordar sus textos. En el caso de "La fuerza de la Costumbre", que puse en el 98 habla de la decadencia del arte, en el caso de mi espectáculo actual, "La partida de caza", habla de la decadencia de la política, del poder, y como telón de fondo la muerte en sus diversas formas. Es un autor que amo realmente y al que podría reincidir una y otra vez, este acto de reincidir, de repetir también es muy bernhardiano”.

- ¿Cómo te enfrentás con las dificultades que propone su obra dramática dado que es un autor profundamente poético, incluso en su rítmica y con una carga emocional que no resulta sencilla para los actores?
- En el comienzo, lo que menos me preocupa son las dificultades (que después sí padezco) y me abandono en un primer impulso emocional en donde me admiro de todo lo que se dice e imagino que sucede. Luego me instalo en una profunda búsqueda y pido a mis actores que confíen y me acompañen y vayamos de la mano tratando de encontrar juntos. En este proceso creativo, a veces largo, a veces duro, vamos encontrando una forma, apropiándonos de climas, sensaciones, estados. Por suerte los actores que han llegado han sabido vivir junto conmigo esto. Sí, hace falta una carga dramática fuerte y por momentos sumamente obsesiva y una desestuctura interna en la que hay que calar hondo y profundo, pero es muy gratificante. A veces esta oscuridad desprende una vitalidad y una fuerza que con cierta capacidad de distancia hace reír. Por esto la tragedia se da sin cesar como comedia e inversamente.

¿Cuándo transformamos nuestra existencia en un miserable mecanismo de diversión?, como dice el autor. Justamente cuando perdemos nuestra objetividad frente a temas tan trascendentes como la muerte, el dolor de lo que se pierde, nuestra falta de voluntad frente a ciertas cosas, nuestras imposibilidades, obsesiones, sentimientos de amor y odio, el reiterado desencuentro entre las personas, etc, etc... a lo que todos estamos expuestos.

- ¿En qué medida el sentido trágico de Bernhard se toca con esta sensación de sinsentido y desesperación que estamos padeciendo en el país?
- En una medida importantísima. Lo que preocupa y desespera realmente es que este sinsentido si bien en este preciso momento es tan nuestro, también pareciera ser que lo es en un sentido más abarcativo, es un sentimiento universal y en esto quizás los que hacemos Bernhard adherimos y queremos reproducir esta enfermedad social que él tan bien describe. Como argentina claro que se impone esta analogía.

Audivert, por su parte, contesta de la siguiente manera:

- ¿Creés que “La fuerza de la costumbre” hurga en temas que puedan interesarle a la gente en este momento? ¿Encontrás posibles analogías con el presente?
- La obra trata sobre la imposibilidad. En la trastienda de un circo decadente, Caribaldi, su dueño, obliga a los artistas desde hace años a ensayar el quinteto de Shubert. Ensayar el quinteto es para Caribaldi la única realidad sostenible, lo único que queda para él es el ensayo, el arte se ha reducido a eso. Por distintos motivos el ensayo fracasa siempre, y estos lleva a Caribaldi a reflexiones más y más oscuras. Esta situación tiene múltiples resonancias con el presente histórico, en el sentido de realidad devastada y de sueño trunco; esto lo advertimos muy claramente a partir del estreno, cuando pudimos poner la obra a funcionar hacia fuera. El público se siente identificado en muchos sentidos con la realidad de ese circo derrumbado.

- En una entrevista con La Nación mencionás el hecho de que la obra describe una situación que está dando vueltas en nuestra subjetividad. Y hablás de que el arte no deja de reproducir la enfermedad social en que vivimos, ¿a qué parte de nuestra enfermedad hacés referencia específicamente?
- Me refiero a la sensación de sinsentido, o de ausencia de sentido. Si es que el sentido surge de la
realidad histórica que lo funda como dirección de progreso, se puede decir que hoy reina el sinsentido, o mejor dicho la muerte del sentido de todo, del hombre, del arte, del Estado, de Dios... Nuestra subjetividad se encuentra conectada con las otras en esa captación de muerte del sentido. Por eso la obra está tan viva, porque es reveladora de esta ausencia que opera como telón de fondo de nuestro presente histórico. La realidad que el modelo burgués ha creado no admite al arte, es antiartística; en este sistema el arte está destinado a desaparecer, como las culturas nacionales, los negros sin laburo y las especies animales vecinas. El capitalismo como expresión avanzada de la burguesía es una enfermedad terminal, destruye la naturaleza que abarca. Bernhard conoce muy bien la vertiente europea de la cultura burguesa, esto se ve claramente en su novela "Tala", donde describe una cena artística en Viena y no deja títere con cabeza. En "La fuerza de la costumbre" lleva su crítica a los hechos mostrándonos las consecuencias degradadas de la práctica artística en una sociedad enferma de burguesía.

- ¿Cómo fue el difícil camino de decodificación de la poética de Bernhard?
- Bernhard maneja una poética abismada e implacable en un sistema que funciona a través de redundancias, que avanza descarnadamente hacia la oscuridad. Su centro es la idea de "naturaleza" como monstruosidad productora de abyección. Para los actores es muy placentero ligarse a textos de este elevadísimo nivel poético, que combina permanentemente lo sagrado y lo profano.

- En Bernhard, quizás como en ningún otro dramaturgo, el límite en que lo trágico pasa a combinarse con lo cómico suele ser difícil de encontrar, pese a subyacer en el discurso. ¿De que manera accedieron como actores a esa combinación tan extrema, tan cargada de emocionalidad?
- Justamente, éste es el pulso vital de Bernhard, expansión y retracción, comedia y tragedia entrelazadas, en un furioso cuerpo de relámpagos. Comedia y tragedia; es muy difícil no caer en una o en otra, mantener vivo el vacío que las conecta, estar a la altura de ese juego de opuestos que no dejan de excitarse mutuamente. Por esto mismo, el proceso de ensayos fue tan largo (un año y medio), no dábamos con el punto justo, caíamos en la comedia o en la tragedia, simplificábamos. Para hacer andar a Bernhard hay que entregarse a su ritmo, sólo allí se puede producir la combinación de lo trágico y lo cómico. El ritmo une en un pulso los extremos del drama, los doblega en su centro donde deben coexistir. La desmesura de una tragedia que se juega en ritmo de comedia: la comedia es el padre, la tragedia es la madre, el ritmo es el hijo.

- Dado que también actuás, y considerando la enorme dificultad que los textos de Bernhard le proponen a la actuación, ¿cómo hiciste para desdoblarte, quién te aportó la mirada externa?
- La obra fue dirigida conjuntamente por Andrés Mangone, Marcelo Chaparro y por mí. De esta manera, nuestra reflexión siempre estuvo descentrada, y esto hizo posible que en los ensayos pudiera funcionar como actor plenamente.

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