ESTRENO LATINOAMERICANO DE EVA
PERÓN
Por Pedro Labra
En
1991, cuando casi nadie por acá había escuchado hablar
de él, a Copi se le conoció en Chile a través
de su obra "La noche de Madame Lucienne", en un montaje
que resultó bastante desabrido. Por eso la puesta en escena
de "Eva Perón" -que se estrenó a principios
de junio último y se sigue presentando a sala llena- marcó
la revelación aquí de este dibujante, actor y dramaturgo
argentino a quien el París progresista adoró por más
de dos décadas (hasta su muerte en 1987, de SIDA). No sólo
debido a que se trata de uno de los textos más representativos
de Copi, sino porque la versión, de magníficos méritos,
hace restallar el estilo insolente, subversivo y de mordacidad vitriólica,
de su creador.
El montaje, en carácter de estreno continental,
lo dirigió el actor y director Marcial Di Fonzo Bo, también
nacido en Argentina y quien, al igual que Copi, ha desarrollado
su carrera en Francia. Como actor recibió el premio a la
revelación en el Festival de Avignon por su desempeño
en "Ricardo III", de Shakespeare, bajo la dirección
de Mathias Langhoff; y el año pasado fue galardonado con
el Premio Michel Simon por su rol en la obra "Peau Neuve",
de E. Deleuze. Con su propia compañía "Les Lucioles",
fundada en 1994, ha puesto en escena bajo su dirección obras
de varios autores contemporáneos, como Jean Genet, Peter
Handke y P. Minyana.
A Di Fonzo se le conoció aquí en
enero último cuando presentó en Santiago "Copi,
un retrato", una revisión sinóptica de la obra
de Raúl Damonte, incluyendo escenas de tres de sus principales
piezas y proyecciones gigantes de sus chistes gráficos; creado
y co-interpretado por Di Fonzo, ese espectáculo no logró
despertar mayor entusiasmo. En esa ocasión condujo además
una lectura dramatizada de "Eva Perón" como anticipo
del proyecto. El Servicio Cultural de la Embajada de Francia respaldó
la venida de Di Fonzo a Chile, tanto en enero como en mayo para
dirigir este estreno.
El montaje de "Eva Perón" fue
un proyecto de coproducción franco-chilena en el que intervinieron
el Teatro Nacional de Bretaña, la Asociación Francesa
de Acción Artística (AFAA), el Instituto Chileno-Francés
de Cultura y el Festival Internacional Teatro a Mil de Chile. Luego
de sus presentaciones en Santiago, la puesta está invitada
a participar en los Festivales Mettre en scéne, de Rennes,
Francia, y en el Festival de Otoño, de Madrid.
Aunque Copi no lo pide, la dirección de
Marcial Di Fonzo respetó la idea de la producción
original (en que el dramaturgo, como solía hacerlo, encarnó
a su protagonista), y entregó el reparto a un elenco sólo
de actores. De los cinco ejecutantes, Alfredo Castro, en el rol
titular, y Rodrigo Pérez, como la madre de Evita, son también
dos de los más importantes y activos directores del medio
teatral chileno.
COPI, UN AGITADOR
Vanguardia y escándalo en su estreno en 1970 tanto como la
mayoría de las obras de Copi, "Eva Perón"
es una pieza provocadora especialmente en el plano de la sexualidad
y de las convenciones sociales. Su capacidad de alterar al público
bienpensante permanece intacta; su acidez incendiaria, brutalmente
iconoclasta, no deja nada en pie. Como toma de punto de partida
la 'leyenda negra' de la ex Primera Dama argentina, se puede apostar
que jamás se pondrá en escena en el país vecino.
En registro de farsa desatada, se plantea como
una suerte de pesadilla extravagante, un mal sueño o delirio
macabro, una mascarada grotesca y distorsionada, que mira a Eva
Perón desde la distancia -el exilio- y se apropia de su figura
con cierta nostalgia mezclada con rencor. Hace de ella una heroína
que es un monstruo terrible, tanto o más siniestra que Lady
Macbeth, lúcida de un modo brutal y descarnado. Agónica
por el cáncer, sigue voluntariosamente organizando la puesta
en escena de su muerte y dando los toques finales a su propio mito
que ella creó. La rodean su madre, tonta y codiciosa; la
joven enfermera que la asiste con devoción y que eventualmente
será su 'doble'; el Presidente Perón, visto como un
pelele indeciso y taciturno, disminuido por sus migrañas;
e Ibiza, alto oficial militar y diplomático ex amante de
Evita, quien maquiavélicamente mueve todos los hilos de las
intrigas políticas, palaciegas y personales.
El hecho de que los tres roles femeninos los encarnen
intérpretes masculinos, agrega otro factor perturbador a
la experiencia y un elemento fuertemente expresionista y simbólico.
Los actores componen sus personajes con mínima afectación,
no se esfuerzan particularmente por construir en escena un artificio
de mujer, una ilusión. No hay pelucas ni afeites, los vestidos
y enaguas no intentan ocultar los cuerpos de hombre debajo de ellos
(el actor que hace de Madre, conserva incluso su propio bigote).
El recurso logra extrapolar la distinción de género,
acentúa la idea de que estamos frente a un simulacro, y pone
en evidencia los resortes del travestismo en el mundo real -los
cambios de careta y de rol, las conductas aparentes, el decir que
se es lo que no se es- en las interacciones a todo nivel.
La estética y sensibilidad homosexual del
montaje son indudables, a ratos tiene bastante de 'performance gay',
en un momento se inserta incluso un número de cabaret (divertido
hasta que descubrimos que convoca la idea de la muerte). Aún
así, lo que le importa fundamentalmente es poner en duda
y atacar el orden establecido, revelar la codicia y la profunda
perversión a que se ven arrastrados quienes detentan el poder.
Cuando la heroína habla de su cáncer, obviamente alude
otra cosa; Evita dice que su mal no es culpa suya, culpa de él
a Perón y a Ibiza. La traición -hacia los que nos
aman y hacia nosotros mismos- es otro de los temas que mueve la
acción. La protagonista se perfila como un personaje predeterminado,
incapaz de escapar a su circunstancia, a su naturaleza, a lo que
los otros despertaron en ella. Sin duda es una criatura trágica.
Entonces, vemos una obra de teatro que es una simulación,
representada en el contexto del histrionismo homosexual, y dentro
de otra obra, la del fingimiento asociado a la ambición y
la codicia. Esta sangrienta parodia, su asombroso golpe de efecto
final, nos dicen que política y rapiña son la misma
cosa. En el remate, el discurso de despedida de Perón a Evita
-una arenga conmovida y conmovedora, quizás fiel a la historia-
se vuelve un feroz y desembozado sarcasmo, como una bofetada en
la cara del espectador.
En su registro sostenido de desmesurada teatralidad,
el espectáculo -una hora y cuarto- retrata un mundo de extremo
cinismo, completamente amoral, mientras la representación
se mueve todo el tiempo en la ambigüedad, a medio filo entre
el tributo y la demolición de su protagonista, entre la tragedia
y el ridículo. Puede pasar sin transición de lo macabro
a la procacidad; un momento de salvaje comicidad se quiebra en un
segundo en desgarro y desolación.
Bastidores, velos y telones cortan el espacio en
sucesivos planos que se abren hacia el fondo. Con sus trastos pobres
y sucios, el escenario adopta un aire 'de batalla', 'de emergencia',
que contrasta con el vestuario sofisticado de los personajes. Hacia
el desenlace, en potente contraste con la imagen teatral, la reproducción
gigante de un retrato oficial de la ex Primera Dama, recuerda en
el escenario su otra figura, así como también se oye
un registro documental de un discurso suyo.
La espléndida y desbordada ejecución
actoral de estilo no realista, es clave en el resultado. El mayor
lucimiento, claro, corresponde a las interpretaciones en 'travesti'.
Alfredo Castro está soberbio como Evita, Rodrigo Pérez
desopilante en el rol de la Madre, y Pablo Schwarz, enternecedor
como la dulce y sumisa enfermera, única víctima real
de la historia.
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