GÉNERO MUJER Y TEATRALIDAD
Realidad y ficción en la construcción de una nueva
subjetividad
Por Cristina Escofet
1. EL MUNDO NO LLAMA A NUESTRA PUERTA PORQUE
TEME ENCONTRARNOS...
Si el mundo no llama a tu puerta
nena,
llama tú a la suya...
y si la puerta no se abre,
fijate cuál es tu modo de pasar por
ella...
El mundo no llama a nuestra puerta, pero sí
nos sueña, nos fabrica, nos explica conformando nuestra subjetividad.
Y ese carácter de inevitabilidad es nuestro punto de partida.
Ser el otro del varón, es nuestra condición
como quien asume una etnia.
Somos el segundo sexo, es necesario que nos veamos
así. Segundo sexo, que no es ser diferentes, sino inferiores.
El primer sexo es el masculino y es el sexo auténtico, como
diría Sigrid Weigel.
El mundo no golpea nuestras puertas, pero está
claro que somos nosotras las que debemos atravesarlas. Y cada vez
que lo intentamos, acuden de forma inmediata, las imágenes
que debemos penetrar. Pero como las imágenes del mundo y
las nuestras se confunden, tenemos que animarnos a trasponer esas
pequeñas puertas que dentro nuestro también están
cerradas.
Pretender poseer una mirada liberada, sin revisar
nuestra configuración personal y social, es una ingenuidad,
y coarta nuestra propia aventura de autoconciencia, limitándonos
a reproducir especularmente lo que la mirada del modelo determina.
Me ha resultado interesante, tomar en cuenta la
noción de arquetipos planteados por Jung [1],
aunque desecho, el considerarlos innatos. El carácter de
innatismo, da a las nociones de anima (lo femenino en
el hombre) y de animus (lo masculino en la mujer), un
carácter esencialista, reduccionista, que se contrapondría
con la búsqueda de la diferencia que se plantea desde el
feminismo y el género. Por el contrario, adjudico -junto
con las feministas jungianas- al arquetipo de animus
el valor de internalización en la mujer del modelo sexista.
Es importante señalar esto, porque una interpretación
pegada a Jung en este tema nos llevaría a plantear que el
animus: presencia de lo masculino entendido como lo
lógico, racional, lo objetivo, no sería ni más
ni menos que reconocer que per se, las mujeres carecemos de ello.
Esta idea es peligrosa y estereotipante. Tampoco
interesa dar al animus la connotación de acción
negada a las mujeres, ya que esto es producto de nuestro modo de
estar en el mundo, como un otro derivado.
En todo caso, enfrentarnos con la internalización
de este animus como modelo de lo masculino creado, desde
lo institucional, verbal, personal y social, es lo que nos facilitará
el camino para ir al encuentro de nuestra propia diferencia, teniendo
en cuenta siempre, que no se puede hablar de un principio universal
de géneros. No hay femenino o masculino, sino en relación
a un contexto. Y podría afirmar que sólo por analogía
podemos compartir caminos e identidades.
Entiendo que el descenso individual y social a
lo inconsciente es el que hará que podamos incidir en nuestra
transformación a nivel consciente: un mundo inconsciente
cargado de significación para una conciencia que necesita
redefinirse. El propio Jung señala la importancia de abordar
lo inconsciente desde lo consciente y así, refiriéndose
al lenguaje de los sueños, dice :
Interpretando un nuevo sueño tendremos
ocasión de abordar ciertas nociones esenciales, como por
ejemplo la del arquetipo, expresión que designa una imagen
originaria que existe en el inconsciente... [2]
No tomar sino la perspectiva inconsciente
proporcionada por el sueño, despreciando la situación
consciente, sería la torpeza máxima y tendría
por único resultado el descentrar y destruir la actividad
consciente. [3]
Esta alerta sobre la necesidad de significar para
un consciente despierto y no dormido, refuerza la perspectiva de
aunar las nociones de género como el otro excluido, con las
de una mirada que atraviese los arquetipos del anima
y del animus.
Si queremos diferenciarnos, es necesario que reclamemos
la legitimidad de nuestra propia experiencia, cómo y por
qué construimos nuestra experiencia como mujeres. Luce Irigaray
ha recomendado la metáfora del espéculo para volver
el espejo examinador sobre los creadores de la teoría, para
plantear cuestiones acerca de dónde y por qué la subjetividad
femenina se ha disfrazado.
Yo propongo la mirada que traspasa la máscara,
penetrar el patrón que ha conformado nuestra psique, y así
como descarto el esencialismo explícito en la noción
de anima y de animus, también rechazo
la ingenuidad de rescatar "un modo de ser femenino", a
menudo descripto como "natural", "espontáneo"
y simplemente "diferente" del masculino como si en ese
rescatar la naturalidad, consistiese la recuperación de nuestro
perdido paraíso. Esto es un facilismo, tan nocivo como el
de aceptar las determinaciones de la cultura de la neutralidad.
Nuestra memoria colectiva, ha sido conformada en un orden simbólico
patriarcal, y es ese orden simbólico, el que debemos atravesar.
Mirar no los arquetipos, sino mirar a través
de los arquetipos, y aquí, en este mirar a través
de, es donde nuestra perspectiva desde el género aporta al
abordaje del imaginario femenino. Esta mirada permite hablar al
inconsciente, que el inconsciente se exprese. Dejar que él
hable y no hablar nosotras por él, es lo que nos posibilita,
en el caso de la escritura y del arte, acceder a una elaboración
de sentido donde encontrar el lugar de nuestra diferencia.
La noción de género es nuestro cable
a tierra. El lanzarnos a la dilucidación de nuestras zonas
de oscuridad: la posibilidad de definir el contorno de nuestros
deseos y sueños.
Somos el cuerpo de lo diferente. Incluir y definir
nuestro universo en el universo del cual somos el otro,
es nuestra tarea. El opresor -dice Cherrie Moraga-, no teme
tanto la diferencia como a la similitud. Teme descubrir en sí
mismo las mismas penas, los mismos deseos que los de la gente a
quien ha herido... teme que tendrá que cambiar su vida una
vez que se haya visto en los cuerpos de quienes ha llamado diferentes
.[4]
Somos entonces, la valentía de nombrarnos
desde el dolor o la carencia. Somos el cuerpo de lo diferente. El
cuerpo de las diferencias. La aceptación de las diferencias.
Las otras del otro, que a su vez nos reproducimos
en una cadena infinita de otredades. Nuestro imaginario,
el mío, el de las mujeres que cito y a quienes no conozco.
El Imaginario femenino: nuestro inconsciente, y también nuestro
mundo consciente como configuración de nuestros pensamientos
y actos, fantasías y sueños. Nuestro modo de mirar
a través de los arquetipos. ¿Cuáles? No siempre
los mismos, no siempre el género duele en el mismo lugar.
Y nosotras, ¿adentro o afuera del modelo? Adentro. También
nos ha calado y nos ha conformado y hasta desfigurado.
La pesadilla del opresor, decía Cherrie
Moraga, es el temor a tener que cambiar su vida, pero, esta pesadilla
no es exclusiva de él. Nosotras, las mujeres, tenemos
una pesadilla similar, pues cada una ha sido en alguna manera oprimida
y opresora. Tememos ver cómo nos hemos fallado una a la otra.
Tenemos miedo de ver cómo hemos incorporado los valores de
nuestro opresor en nuestros corazones [5].
También nosotras estamos formadas en los
valores de la exclusión. Aceptar cuán penetradas estamos
por estos valores es parte de nuestra tarea. Saber mirar también
al otro en nosotras es un ejercicio importante. Ir al
rescate de nuestras propias zonas de oscuridad. Ir al encuentro
de los arquetipos con la osadía del héroe. Con la
osadía del héroe mítico, no del héroe
Rambo. Ir al encuentro de nuestras propias zonas excluidas y que
a veces se denominan racismo, superioridad de clase, internalización
del modo de poder, manipulación a través del conocimiento,
segregación por pertenencia a grupos, élites... Sigo
citando a Cherrie Moraga: he llegado a creer que la única
razón que puede llevar a las mujeres de una clase privilegiada
a darse cuenta de cómo ellas mismas oprimen, es cuando llegan
a conocer el significado de su propia opresión. Y entienden
que la opresión de otros las hiere personalmente [6]
La realidad, nos hicieron creer, estaba afuera.
No nos sigamos viendo escindidas de esa realidad, pero tampoco nos
sintamos tan fuera de los códigos simplemente porque hemos
aprendido a decodificarlos. Ni fuera de la realidad, ni nosotras
exentas de estar conformadas por la pauta del modelo que criticamos.
Las tramas y las trampas no son simplemente ataduras externas.
Mirar a través del arquetipo, mirar a través
del modelo, hacia fuera y hacia adentro... Y nuevamente las palabras
de Moraga... sólo mirando la pesadilla se encuentra
el sueño.
La mirada atravesando la máscara, a veces
desgarrándola, para situar la palabra del drama en un escenario
propio, ya que también nosotras hemos recuperado el propio
drama. A esta perspectiva la he llamado, apropiación simbólica
de la acción en la escritura dramática, como apropiación
simbólica de un modo de accionar y de expresión que
la realidad nos niega.
Apropiación simbólica como un despliegue
en acto de un imaginario que atraviesa imágenes arquetípicas
con voz propia. La madre, el padre, las figuras parentales, las
relaciones de poder, los héroes, las heroínas, las
diosas, los íconos. Mirar estas imágenes arquetípicas
no como el otro rechazado o criticado, sino vividas
desde adentro, aceptando nuestra inmanencia. Ir a nuestro inconsciente
cortando amarras con la forma aprendida de asociar o vincular, ir
al conflicto, encontrando el sentido propio de la acción
dramática, de los pulsos, de los silencios. Hallar el latido
de nuestra visión del drama, porque lo hemos atravesado y
hallado en la vida. Apartarnos de un afán de objetividad,
como si tuviéramos que validar universalmente lo que nuestro
inconsciente reclama. Bien sabemos que la objetividad del mundo
nos ha excluido de las prácticas de otorgar significado.
Si el mundo no llama a tu puerta nena, llama
tú a la suya...Y si la puerta no se abre, fíjate cuál
es tu modo de pasar por ella, y podríamos agregar:
pero deberías hacerlo con voz propia chiquita, y no
te importe si desafinas al cantar...
En el drama de la vida: apropiarnos de nuestros
fantasmas y los del mundo. En las piezas dramáticas: poner
esos fantasmas y realidades en un escenario propio, sabiendo que
el compromiso con nuestra capacidad de generar nuevos códigos
de representación articulará significados y deseos
en los espectadores, restituyendo modos de relación y de
intercambio. Al hablar de una estaremos hablando de todas, por analogía,
por asociación, por exclusión.
Lo femenino está en marcha, la escritura
femenina también. Pero eso no significa afirmar que exista
una literatura femenina, una dramaturgia femenina, porque sería
un estereotipo. Creo que es saludable correrse de la afirmación
de que existe una forma femenina de escribir, negarnos a ser el
nuevo objeto del viejo discurso ya que esto no sólo empobrece
nuestro confronte en el concierto cultural, como ya lo he expresado,
sino lo que es peor, nos aleja del misterio que por supuesto, no
es el que los hombres sospecharon y nos enseñaron, sino que
es en todo caso, el que nosotras podamos descubrir.
Dar nuevo significado, desde el misterio sin el
cual no hay vida, ni arte, ni literatura ni teatro, desde estas
miradas que connotan una riqueza de matices, asociaciones, que permiten
aprehender la flexibilidad del arquetipo viviente, la que acepta
lo dual de toda imagen arquetípica: los aspectos benignos
y la sombra, dolorosa unidad que nos constituye y nos lanza al circo
del drama del mundo...
2. EL LADO OSCURO DEL ALMA O LA DRAMATURGIA
DE LA NUEVA MIRADA
Un mundo que nos segmenta y nos explica desde el fragmento es ciertamente
un mundo que nos acoge en el drama. Instalarnos en este desgarro,
es a mi juicio lo que da sentido a una dramaturgia de la nueva mirada,
la que permite un despliegue en acto de un imaginario que no se
detiene en la denuncia o la queja, sino que atraviesa los mitos
que nos calaron el alma. A menudo ciertos discursos meramente plañideros,
los encuentro no solamente aburridos sino carentes de honestidad,
como una especie de prolongación de la cháchara recurrente
de pésimo realismo. Siento la necesidad de subrayarlo, ya
que el hecho de que lo personal-histórico, individual colectivo
en nuestra historia sea un motor importante, eso no significa que
estemos liberadas de hallar niveles metafóricos imprescindibles
en cualquier propuesta estética.
La heroína, la abuela, la silenciosa, la
mística, la virgen, la prostituta, la madre, la hija, el
padre, el guerrero, la esposa del héroe, la víctima,
la santa, la histérica, la negra, la india, la desclasada...
etc., etc. No importa el orden de nuestras imágenes, no importa
la génesis. Aceptarlas, como quien mira pinturas, como quien
sale al encuentro de sus sueños, como quien atraviesa el
tiempo hacia atrás y se remonta por una vida pasada y cae
en el túnel del inconsciente, pero ya no perdidas como Alicia.
Saberse el otro, es saber ir al encuentro de los nuevos
signos.
Un verdadero ejército de imágenes,
sensaciones, miedos, palabras, vendrán a buscarnos, y nosotras
sumergidas en ese vasto folclore colectivo, miraremos a través
de ellas y dejaremos que los personajes hablen por sí. Es
más, usaremos a nuestros personajes para que nos ayuden a
despojarnos de aquellas palabras que en boca nuestra provocan dolor.
No es que sean menos dolorosas en boca de los personajes, pero dejarán
de dolernos en carne propia, o al menos, sentiremos que es un dolor
compartido.
"La ficción es un espacio donde se
puede aprender a caminar, a fantasear y a experimentar, para abrir
una vía creativa... en la vida real de las mujeres "
[7].
Género mujer. Nuestro modo de ser en el
mundo, y la inevitabilidad de nuestra perspectiva. Nuestra canción
desesperada.
Teatralidad: La del mundo externo. La de la psique
a través de los arquetipos. La de la representación
dramática en interacción con quienes la escriben (las
dramaturgas)
Realidad y ficción en la construcción
de una nueva subjetividad: El mundo externo y el interno en diálogo
permanente, en la vida cotidiana y en la ficción a través
de una obra dramática que proviene de una mirada que ha debido
traspasar el espejo de su propia trama en la vida real.
Realidad que se enfrenta con una ficción
en la vida de todos los días: esa que nos propone vivir como
el otro, como el objeto del mundo, como la mitad del
varón. Ficción que se construye como nueva representación
a partir de haber desarticulado el modo mujer que la
realidad del modelo propone, conformada a partir del drama que con
voz propia se despliega, donde cada uno de los personajes se expone:
Desde la exhibición de la máscara del rol, hasta la
desnudez del alma. Desde la exhibición del yo social, hasta
el desgarro del yo individual.
Nueva subjetividad: La que se vislumbra al transponer
los umbrales de lo arquetípico.
La vida como un escenario. El escenario como una
vida. Porque ver a través del arquetipo es como ver a través
de la sombra, aceptando ese doloroso placer que da el saber de no
saber quiénes somos, aceptar el desafío que tiene
la sombra como agente provocador, unir orden con caos. Mirar y sumergirnos
dentro de lo caótico, mirar sin preconceptos ideológicos,
sin escisiones.
Solamente una estética que tenga en cuenta
la complejidad de nuestra trama individual y colectiva, permitirá
el desarrollo de un lenguaje femenino que dé cuenta de nuestra
experiencia más allá de lo que la cultura del modelo,
acepte o promueva.
Jung dice que la versión que la psique tiene
de sí misma es animada, antropomórfica y dramática,
como si consistiera en un grupo de personas interactuando activamente
para apoyarse, desapoyarse, desgastarse, traicionarse o complementarse.
¿Qué mejor punto de partida para echar a andar el
acallado inconsciente femenino?
¿Qué personaje no actúa a
través de su ego, de su máscara y de su sombra? ¿Qué
sentido, sino la aventura más apasionante, tiene ahondar
el drama, si no es para ir más allá del ego conformado
en forma arquetípica? Nos preguntamos: ¿hay acaso
aventura más misteriosa, como mujeres, que aceptar la máscara
y desafiarla animándonos a dialogar con nuestra sombra? ¿Hay
placer más desconcertante que lanzarse al vacío de
no saber quiénes somos, dado que descartamos las etiquetas
de origen? ¿Hay placer más comprometido que el de
construir un personaje capaz de mirar en todas las direcciones?
Eugenio Barba, en su antropología teatral, dice respecto
a la relación del actor con su sombra:
"La sombra surge sólo desde una fractura,
cuando el actor sabe cómo abrir un boquete en la coraza de
la técnica y seducción que se ha construido, cuando
alcanza a dominarla, a poder salirse de ella y mostrarse indefenso,
como el guerrero que se bate con las manos desnudas. Su vulnerabilidad
se convierte en su fuerza" [8]
Desde la palabra dramática, creo que también
nuestra vulnerabilidad, se convierte en nuestra fuerza... Cuanto
más compromiso con nuestras zonas de vulnerabilidad, cuando
más compromiso con nuestras oscuridades, tanto más
fuerte y potente será nuestra voz. Nuestra sombra también
es nuestro otro, nuestro propio excluido. El imaginario
construido sobre la base del pensamiento dominante, excluye casi
por definición a la sombra y el compromiso con ella. El mal,
no nos olvidemos, ha sido recluido de la convivencia en el mundo.
El mal está fuera. La sombra también. Pero la sombra
ha tenido una aliada, nosotras, las mujeres. Hemos sido la sombra
en la definición de una humanidad, que no nos incluye en
su pluralidad. Nuestro compromiso es doble: dejar de ser el otro
del varón, y además penetrar en nuestra propia sombra,
esos aspectos ignorados, oscuros y temidos doblemente expulsados
de nuestra totalidad.
Apropiación simbólica de la acción,
desde una escritura que traspasa el espejo de la sombra, que escruta
la superficie, pero cala y penetra el lado oscuro del alma, sabiendo
que nuestra felicidad consiste en sabernos dueñas del drama
que descubrimos.
No basta sabernos rengas a partir de la definición
de ser el otro del varón... Creo, insisto, nuestro mayor
desafío es trasponer todo el andamiaje arquetípico,
recuperando desde la mirada desaprendida que mira con pupila propia,
el movimiento de la vida. Mirada desaprendida, como la nueva mirada,
en busca de un horizonte, que mira atravesando los cristales de
la sociedad patriarcal y que cuando propone un universo de significados,
lo hace a partir de un orden que no acepta la visión de la
neutralidad.
Sentido de la acción en la vida: como compromiso
con cada una de las compuertas clausuradas o prohibidas como modo
de acceder a la transformación personal...
Sentido de la apropiación de la acción
a través de la escritura dramática: perdernos en el
túnel de la complejidad psíquica capaz de otorgar
carnadura a los personajes y ductilidad vital a las situaciones
desde la mirada desaprendida, la única que puede captar todas
nuestras resonancias.
La escritura que traspasa el espejo y se encuentra
con la sombra, también aparece como un fenómeno de
la libertad. Guiada como los salmones, que nadando contra la corriente,
desovan o van a morir a su lugar de origen, en una de mis últimas
obras, ¿Qué pasó con Bette Davis?
me comprometí con cada uno de los personajes a sumergirme
en el horror como formando parte del alma y no como algo fuera de
ella. En esta obra quise expresar que la división del bien
y el mal tiene que ver con una conducta que se juzga a partir de
la escisión de lo sagrado y lo diabólico. El imaginario
individual y colectivo se ha construido en base a una idealidad
más bien de corte moral, dando la espalda a la unión
de orden y caos que, en sucesión dialéctica, conforman
todo lo viviente.
Para castigar a una bruja, habrás
de apalear su sombra, dice la tradición contra brujas
en el país vasco. Frazer, refiriéndose a ciertas creencias
de algunas tribus, afirma que es frecuente que se considere
a la sombra en el suelo, y a su reflejo en el agua, o en un espejo,
como al alma... si ésta fuese maltratada, golpeada o herida,
el daño sería sentido en la propia persona.
[9]
Agresividad, culpa, vergüenza, sufrimiento,
menstruación, vejez, fealdad física, gordura, inseguridad...:
nuestra sombra, lo que no aceptamos de nosotras mismas, pero que
constituyen nuestra humanidad, nuestros demonios, excluidos de la
configuración arquetípica del eterno femenino, pero
que nos esperan como espectros sedientos una vez que descorremos
el velo. La sombra: nuestro inconsciente.
¿Poseemos la sombra o la sombra nos posee
a nosotros? ¿Poseemos nuestro inconsciente o el inconsciente
nos posee a nosotros? Apaleen la sombra de una bruja y estarán
apaleando su cuerpo. Amordacen el inconsciente femenino y estarán
destruyendo a la mujer.
3. ANIMUS Y ANIMA. UNA DUALIDAD QUE DUELE EN
EL GÉNERO
" El que conoce lo
masculino pero conserva lo femenino se transforma en un cauce que
atrae hacia sí a todo el mundo.
Tao Té Ching
Jung introdujo los términos de anima
y de animus para referirse a los que llamaba elementos
contrasexuales inconscientes de la psique. Ya dijimos que el anima
designaría los aspectos femeninos (o mujer interior) en la
psique masculina, y animus, los aspectos masculinos
(hombre interior) en la psique femenina.
James Hillman, dice que el anima es
la representación de esa parte nuestra que puede enseñarnos
a estar en el mundo, no sobre la base de la conciencia racional,
sino a partir de la imaginación. Anima, define
Barba en su Canoa de papel, es "el latido, la vibración,
el ritmo", una de las dos temperaturas de la energía,
que nos atraviesan como seres humanos.
El animus sería el conjunto
de los aspectos contrasexuales y estaría representado por:
la palabra, el poder, el significado y la acción, y sintetizarían
los aspectos de los cuales careceríamos y a los que deberíamos
apuntar a desarrollar.
Pero insisto en ampliar nuestra visión sobre
anima y animus, y coincido con Demaris Wehr,
en que si damos a esta connotación un carácter de
numinosidad, divinizamos y esencializamos, lo que en realidad es
una imagen internalizada del sexismo: Las mujeres carecemos de pensamiento
y de acción... (animus). Las mujeres somos esencialmente
sensibles e intuitivas (anima), de donde tomar anima
y animus como paralelos puede llevarnos al error que
implica deducir la psicología femenina de la psicología
masculina.
El aporte de Jung es sumamente valioso si se pone
entre paréntesis lo femenino y lo masculino
como categorías del Ser. Su error, consiste asignarle valor
ontológico, a lo que es constructo histórico-cultural.
Anima y animus, son dos categorías que duelen en el género,
y es desde el género, desde donde debemos atravesarlas y
recuperarlas para un nuevo sentido. Por lo tanto: recuperar la energía
del anima sería entonces, de acuerdo al presente
análisis, recuperar nuestra capacidad de conexión
con lo inconsciente. Y al hablar de recuperar la energía
del animus, estaríamos hablando de legitimar
el pensamiento, el poder y la autoridad, por derecho propio.
Y ya que de redefinir lo femenino se trata, ¿de
qué manera deberíamos lanzarnos a la recuperación
del anima?
Dice Jung: El anima, es el apriori de los
estados de ánimo. Es vida detrás de la conciencia.
Un arquetipo entre muchos otros. Un aspecto de lo inconsciente.
Lo que no es yo, es decir lo que no es masculino, es probablemente
femenino, y como es no yo..., por consiguiente es proyectada en
general sobre las mujeres.[10]
Definir al ánima como el no-yo esencial,
como lo contrario del yo masculino, no es más que la internalización
de lo femenino como el otro excluido. Lo que no hace
sino corroborar todo lo sostenido desde el género. Por otra
parte Jung define a lo inconsciente colectivo, como todo aquello
que el mundo ha objetivado... soy el objeto de todos los sujetos.
En el caso de la subjetividad femenina, y de acuerdo a nuestro análisis,
el inconsciente colectivo funcionaría entonces, como el sistema
de valores que nos ha objetivado como lo otro, convirtiéndonos
en el objeto (no sujeto, o sujeto otro) del sujeto del
mundo (que obviamente es masculino).
Ya dijimos que tomar la noción de anima
como una determinación apriorística, es otorgarle
una estaticidad peligrosa. Pero a la vez, ¿aceptar? que nuestra
subjetividad está conformada sobre la noción de ser
el otro excluido de la racionalidad, nos permite, calar
las diferentes máscaras con las que el anima
se nos presenta y representa, a lo largo de la historia. En última
instancia para atravesar nuestras representaciones, ¿no hemos
tenido que asumirlas? Y este es el ¿juego? que propongo.
¿Con el arquetipo anima entramos en
el reino de los dioses, o sea en el campo que se ha reservado a
la metafísica. Todo lo que el anima toca, se vuelve numinoso,
es decir incondicionado, peligroso, tabú, mágico?
[11]
Dejo correr mi propia reflexión sobre el
cuerpo teórico de Jung: sí, somos el otro del verdadero
sujeto. Acepto mis determinaciones de género como el
cuerpo otrizado del varón, pero sólo como punto
de partida para traspasarlo y transformarlo. Convengamos que sí,
que provenimos del marco que nos sitúa en el horizonte de
lo peligroso, tabú, mágico. ¿No es un desafío,
traspasar el marco de lo dado? Y al traspasarlo y transformarlo,
¿no es una manera de acceder a comprender el carácter
de lo supuestamente dado? Para Jung cuando todo se vuelve tabú,
todo se vuelve femenino, todo se vuelve peligroso, pero cuando más
adelante, él acepta que el anima (representación
de lo femenino) al hombre antiguo se le aparece como diosa o como
bruja y al hombre medieval como madre iglesia, está aceptando
que anima es un constructo histórico derivado
de una concepción patriarcal de la deidad. Y esto convierte
a la noción de anima, en un aliado valiosísimo
para una mirada desde el género. En definitiva
es como decir, hemos sido lo negro, las brujas, el mal, lo demoníaco,
¿de qué vale negarlo, si sobre esas bases se nos ha
construido? Apropiémonos de esas representaciones (cualesquiera
sean) y veamos qué nos pasa cuando las penetramos. Y es el
propio Jung el que nos da la clave para nuestro empalme desde el
género, cuando dice: Ni en el caso de la sombra, ni
en el del anima, basta meditar sobre ellos. No es posible vivenciar
su contenido por una perspectiva sentimental o sensible. De nada
sirve aprender de memoria una lista de arquetipos. Los arquetipos
son complejos de vivencias, que aparecen fatalmente, o sea que fatalmente
comienza su acción en nuestra vida personal. [12]
Y aquí es donde se hace más evidente la correspondencia
dialéctica de anima (internalización de
lo construido como femenino) con género (nuestro
estar en el mundo). De nada vale tomar un arquetipo si no se ha
reflexionado previamente y asumido la mirada desde la cual atravesarlo.
¿De qué valdrá exponer listas de arquetipos
y descripciones o críticas, si no se tiene en cuenta el desde
dónde?
Cuando todos los apoyos y muletas se han
roto, y ya no hay detrás de uno seguridad alguna que ofrezca
protección, sólo entonces se da la posibilidad de
tener la vivencia de un arquetipo que hasta ese momento se había
mantenido oculto en esa carencia de sentido cargada de significado
que es propia del anima [13].
Nuevamente, la conciencia de género acude
como una clave preciosa para situarnos frente al arquetipo, y alejarnos
de toda ilusión de navegar encandilados en su superficie.
Somos nosotras desde nuestras determinaciones profundas de género,
quienes damos valor al arquetipo. Por ejemplo, tomemos el caso de
los arquetipos propuestos por alguna de las diosas de la antigüedad.
Es la mirada quien determinará el sentido de Afrodita o de
Palas Atenea, o de Kali... Con seguridad mi traspasar el velo de
la poderosa Afrodita (parafraseando a Woody Allen) no ha de ser
el mismo que para una mujer negra, y aún menos para una negra
lesbiana, o menos aún parecido para una oriental. Yo no creo,
en las simplificaciones que pretenden hacernos creer que hay tipos
fijos: Mujeres Afroditas (seductoras, sensuales, amantes) Mujeres
Palas Atenea (frías, inteligentes, luchadora y autónomas)
Mujeres Kali (terribles, caóticas) y que reencontrarnos con
determinadas vibraciones, nos llevará a recuperar a la diosa
interna perdida. La mejor tarea que podemos asumir, es la de traspasar
cualquiera de esos atributos y darles un sentido desde nuestra visión
de género. La conciencia de nuestra condición como
mujeres, nos llevará a un compromiso con nuestra subjetividad.
La identificación con un modelo o la sustitución de
un modelo por otro, me resulta falsa y anestesiante. Descreo de
los manuales básicos, que nos prometen restitución
de heridas urticantes (y que amenazan con quedar abiertas) a través
de una suerte de filosofía balsámica de la Nueva Era...
Muchas de las sistematizaciones que se han hecho
sobre la tipología femenina, lejos de parecerme liberadoras,
me resultan trampas seductivas y engañosas, porque conllevan
en sí el peligro de adoptar identificaciones con tal o cual
forma arquetípica, corriendo el riesgo de encerrarnos en
un estereotipo, desde el cual se vuelva a reintroducir una nueva
forma de esencialismo. ¿Las mujeres somos esencialmente algo?
Si algo creo que hemos sido, es el otro inexistente.
Volver a mirarnos en las caras de los antiguos dioses, es una tarea
enriquecedora, sólo si sabemos mirar más allá
de lo que aparentan significar y a partir de allí, introducir
modificaciones en nuestro actual marco de representaciones. En el
caso específico de las diosas, quizá debamos comprenderlas
simplemente para saber en qué medida nos constituyen, en
qué medida debamos modificarlas, destruirlas, polemizarlas,
convivirlas, pulverizarlas, traspasarlas, acunarlas, transformarlas,
olvidarlas, soslayarlas, escucharlas, desoírlas, enmudecerlas,
castigarlas....
¿No sería patético, que comenzaran
a inundarnos con esencialidades de nuevo cuño, al estilo
de: Compórtese como Palas Atenea, dirija sus propias batallas...O...
¿Por qué no convertirse en Circe de su propio esposo?,
¡basta de dualidades!...Si Afrodita generó Troya, ¿qué
nos impide explotar con fines propios los secretos de la manzana
de la discordia?...
Comprendo que el mundo que nos toca vivir, es sumamente
angustiante, y que la tentación de erigirnos en diseñadores
de un panteón de dioses menos amenazantes es un señuelo
atractivo. Pero a veces lo que nos resulta menos amenazante se debe
simplemente a que no lo conocemos en profundidad. Tranquiliza más
de pronto un dios de la antigüedad, sólo porque estamos
muy alejados de su sistema de premios y castigos. Desde mi perspectiva
lo único que me resulta menos angustiante es seguir avanzando
en esta manera de conocer-crear y crearse en forma espiralada. Sabiendo
que la nueva mirada, tan sólo garantiza un proceso, lento,
a veces discontinuo, pero sin duda ascendente, y que las mujeres
con conciencia de género estamos sembrando gérmenes
incalculablemente valiosos en esta tarea de aportar significado.
Y nuevamente Jung es importante cuando dice: sin
duda el significado nos parece el primero de los sucesos, porque
suponemos con cierta razón que somos nosotros mismos los
que lo otorgamos. ...Pero ¿cómo otorgamos significado?
¿De dónde lo tomamos en última instancia? Nuestras
formas de otorgar significado son categorías históricas
que se pierden en una oscura antigüedad[14]
La pregunta jungiana es más que válida,
y se me ocurre que sólo puede ser respondida desde el género.
Y si género es conciencia de nuestra existencia como el otro
del varón, se hace claro que traspasaremos las imágenes
arquetípicas (modélicas) desde nuestra configuración
social, étnica, cultural, sexual, política, etc. como
modo de acceder al suceso de otorgar significados. Y esta conciencia
es la que nos permite retroceder en esta suerte de arqueología
que hurga en el origen, ayudándonos a restituir un horizonte
mítico, ya que la naturaleza de lo femenino, ha sido excluida
como modo constitutivo del universo...
Cuando el Dios oculto pasó a identificarse
con el espíritu y el bien absolutos, la naturaleza y la vida
natural, el reino de la diosa ya desplazada tuvo que soportar inevitablemente
la proyección del mal. Como la naturaleza se convirtió
en el reino del mal y del Diablo, había que someterla y mortificarla,
y tenía que hacerlo la parte divina del hombre. [15]
Revisarnos desde la experiencia individual, desde
la historia social, desde nuestra configuración ética,
explicar nuestro sistema de representaciones, entendernos en la
conformación de nuestro sistema de valores desde la religión
patriarcal, descender a hasta los orígenes de nuestra pérdida
de poder. Hemos sido conformadas a imagen y semejanza de un ojo
masculino, dominado desde el ojo del Dios patriarcal. Hemos perdido
la capacidad de sentirnos diosas en el sentido de ser creadoras
o modificadoras del universo. Dios no ha vivido para nosotras. Y
nosotras hemos muerto para él. Revisarnos es vernos, en la
imagen propia y en la imagen otra , pero sin conciencia de género,
no hay penetración posible del modelo, capaz de conducirnos
a una transformación.
Género - Mirada a través del arquetipo
- Transformación. (Entendiendo que la transformación
no es un resultado sino un camino.)
Mirar a través del arquetipo, es una aventura
de sentido, sabiendo que la meta es un punto con seguridad más
elevado en la espiral de comprensiones. En lo artístico,
es comprender que crear universos significa no ser diferentes del
universo mismo que creamos, sabiendo que somos en carne viva, el
drama del mundo, desde la condición que nos ha tocado.
Género mujer y teatralidad: La que da cuenta
de su lugar en el mundo y se lanza a su propia completitud combinando
anima y animus (internalizaciones de lo
femenino y lo masculino como categorías conformadas). Nuestra
actitud de base, de soporte, la que nos lleva a bucear más
allá de lo binario. Nuestra meta: la transformación,
sin resultados absolutos. El lugar donde nuestra palabra hallada
nos sitúa en un tiempo diferente del lenguaje.
"... El lenguaje desborda de espacio, empeñado,
como toda la cultura, por efectuar operaciones reductoras, a escala
dominable del tiempo. Por ello, la palabra tiene una pesadez que
desespera al poeta... No es impensable un lenguaje que incorpore
a sí el tiempo. Como tampoco es impensable la incorporación
por la mujer, de ese tiempo femenino que ella es pero que no ha
verbalizado. Buscar la inclusión es cesar de expresarse en
la lengua del amo [16]
La cultura procede de la psique masculina, y las
mujeres no hemos sido las creadoras de la cultura, instituciones,
y sistemas míticos, sino sus internalizadoras, descubrir
la subcultura femenina es nuestra tarea.
"Es decisivo que las mujeres veamos el potencial
de inautenticidad que encierra el uso de un símbolo masculino
para legitimar nuestro propio poder. Si no hallamos imágenes
femeninas del pensamiento y la autoconfianza, damos la espalda al
rechazo y el temor que siente nuestra sociedad ante el poder, la
autoridad y la racionalidad de las mujeres... Sugiero que no usemos
las imágenes masculinas como una forma fraudulenta de conseguir
poder femenino y pensamiento legitimador femenino... [17]
Asumamos la escritura como un acto de despojamiento.
Despojamiento de la mirada aprendida hacia la mirada de la autoconsciencia.
"La tarea es entonces, la deconstrucción
de los signos, y sobre todo, de su armadura invisible. Alterar una
sílaba, un nexo, crear una fisión semántica,
rompiendo la relación entre significante y significado. Instaurar
una lógica distinta, que incorpore en una misma unidad momentos
antitéticos y oposicionales. [18]
Hallar imágenes propias. Animarnos a nuestra
propia poética, sabiendo que el valor de la palabra propia
reside en que si no son ajenos nuestros sueños ¿por
qué habríamos de traducirlos con las palabras de otros?
De la inexistencia planteada por el género
al otro lado del espejo de las imágenes arquetípicas
que como modelo han conformado nuestras psiques. Del mar misceláneo
de nuestro inconsciente a la palabra. De la palabra a la resignificación
de la acción como forma de restituir simbólicamente
un poder negado desde lo social... Tal el sentido de esta reflexión
sobre género mujer y teatralidad. Quizá un modo de
insertarnos en el mundo, del que fuimos excluidas, desde la creación
propia. Y desde allí contribuir a la construcción
de la unidad, de la cual también ha sido expulsado el mundo.
La escritura desde el género, sin duda, un rito de restitución.
Género mujer y teatralidad, nuestro modo de fundarnos y afirmarnos
desde la diferencia.
BIBLIOGRAFIA
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del mar.Col .Escenología.Grupo Editorial gaceta. México,1992.
Whitmont, Edward C: El retorno de la Diosa. Paidós,Barcelona,
1998.
NOTAS
[1] Arquetipo proviene de Arjé: principio,
origen, tipo, modelo.de acuerdo a Jung, el arquetipo seria el modelo
inicial a partir del cual algo se despliega. Las imágenes
que llegan a nuestro inconsciente, serían imágenes
arquetípicas, en sí, carentes de contenido personal.
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[2] Jung,C.G: Del sueño al mito, en Los
complejos y el Inconsciente.Barcelona, Altaya, 1977, pag.409. Volver
[3] Jung,C.G:Las enseñanzas del sueño,
en O.p.Cit. pag .269. Volver
[4] Moraga, Cherrie: La Güera, en Cherrie
Moraga y Ana Castillo: Esta puente mi espalda.Voces de Mujeres tercermunditas
en los EE.UU, Ism Press, San Francisco, 1993, pag 25. Volver
[5] Moraga, Cherrie:Op.Cit. pag 25. Volver
[6] Op.Cit,Pag.26. Volver
[7] Weigel,Sigrid. Op.Cit. pag.81. Volver
[8]Barba,Eugenio: La Canoa de Papel. Tratado de
Antropología Teatral. Ed.Catalogos, Argentina, 1994. pag.104.
Volver
[9]Frazer: La Rama Dorada,México, F.C.E.
1944. Cap. XVIII: Los peligros del alma.(3.El alma como sombra y
como reflejo) pag. 230. Volver
[10] Jung,C.G :Sobre los Arquetipos de lo Inconsciente
Colectivo, en Arquetipos e Inconsciente Colectivo.Paidós
,Buenos Aires, 1997, pag. 33. Volver
[11] Op.Cit.pag 34. Volver
[12] Op.Cit.pag.39. Volver
[13] Op.Cit,pag.39. V olver
[14] Op.Cit.Pag.39. Volver
[15] Whitmont,Edward C: El retorno de la Diosa.Paidós,
1998.pag.184. Volver
[16] Calvera,Leonor. El Género Mujer, Editorial
de Belgrano, 1982.Tercera parte. Hoy y el Futuro, El lenguaje: pag.
308. Volver
[17] Wehr, Demaris:Animus, el hombre interior,
pag.78, en Espejos del yo, Kairpós, Biblioteca de la Nueva
Conciencia, Barcelona,1994. Volver
[18] Calvera,Leonor Op. Cit. Pag. 309. Volver
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