La escena iberoamericana. Chile


LEVANTATE, TOMA ASIENTO
Introducción-obertura para “Tratado del Príncipe”, de Juan Claudio Burgos
Por Domingo Ortega

“En la resurrección de sus devotos muertos
El te dirá: No te aflijas,
sacúdete el polvo, levántate, toma asiento”

Inscripción en lápida sepulcral sefardita procedente del convento de Santo Domingo el Real de Toledo, fechada en 1349. Ahora en el Museo Sefardi de Toledo.

Con un solo y simple rasgo -o arañazo- es que el barroco embarca y desembarca. Es el viaje, el arco de la sangre, over de rainbow, de la sangre al basural, en la historia, siempre reciente. ¿Quién lo duda? Levántate, toma asiento.

En el documental chileno “No me olvides” aparece un plano general del Paseo Ahumada santiaguino, donde vemos los cuerpos de los viandantes mezclados con las siluetas negras, recortadas en el aire invernal, que levantan las manifestantes reclamando justicia, o simple NO. Teatro de una imagen que vive aún en los días. Teatro que surge del NO, o más bien de la paradoja del engaño fingido. Y espejo.

Juan Claudio Burgos vive los días del que se sabe hijo del fascismo. Y escribe este texto redescubriendo la crueldad del saberlo. Anagnórisis del hijo, oh príncipe, encerrado en la torre de la ignorancia. Un país, ciudad de (des)aparecidos, sombras negras, siluetas, volando por sobre las cabezas con el hambre de la memoria, o Polonia siglo XVII. No me olvides, tú lo sabes, no te calles.

La referencia a la obra calderoniana –“La vida es sueño”, “El príncipe constante”- ni es gratuita ni deudora. Es necesaria. La historia equivocada se repite en los planos de la mente. Basilio, padre de Segismundo, encierra a su hijo por miedo a que los oráculos sean ciertos: tu hijo te devorará. En “Rebelión en la granja”, de G. Orwell, el cerdo encierra a los cachorros de perra para convertirlos en fieras, útiles para el poder. En “Tratado del Príncipe”, el hijo se encierra, se excluye, se obvia, por ser hijo, por ser hijo, por ser hijo… Historia reciente, como el pan. Crecer viendo tu país y luego leer los libros que advierten, pintan; la cultura de la prepotencia te obliga a no entender. Tantos años de historia para esto. Tantas metáforas, cuatrocientos años de Calderón, para que se repita la muerte. Y no saberlo. Y no perdonárselo por no saberlo. Y no perdonártelo. La pedagogía del energúmeno.

Somos hijos de la cita, parientes de la nota a pie de página. Somos la referencia de la repetición, y ni por esas cambiamos. La Virgen tiene cáncer, Dios no aparece ni en la maquinaria final, mi madre amputada, sin pechos, el discurso del padre cabrón se sabe, no se escucha, y no hay posibilidad de fundar el hombre nuevo: la mujer, o Rosaura, Hija del Aire, es bestia mitad caballo, lesbiana, nunca tendrás el poder. La utopía queda huérfana antes de haber nacido.

En esta desesperación, decorado de la angustia, el sueño confunde la realidad. El sueño, comodidad ante los monstruos antidisturbios, deja escapar la realidad con hilos del tiempo. La línea se agota, y en uno de sus puntos construye la columna salomónica rodeada de vides y racimos. La verticalidad del discurso nace para reconocer la realidad: materia. El tiempo, historia agotada, decide levantarse en un largo poema del Autor. El Autor vigilante, que se queda dormido, que construye con sus sueños, no de grandeza, sino de penas, pesadillas. En ese punto, el Autor, ya durmiente queda frente al espejo nefasto, despojado del término, del lenguaje, de la palabra. No hay vuelta atrás, el viaje del héroe comienza atravesando este arco iris de la sangre. Y ve al hijo encerrado, y al padre carcelero, y a la madre loca y puta y virgen. Y a la historia. El grafito va dibujando a los acusados que declaran en el juicio sumario. El Autor, ya moribundo, quemando su cuerpo, ofrece los símbolos y el espectador entiende y reconstruye su leve vida.

Ahora el espectador es el actor. La palabra, el paraíso perdido, toma el valor de la acción al pertenecerle. Y sin quererlo, despacio, se oye revolución. El poder es una palabra oculta. Estamos a mitad del camino y ya todos son héroes fragmentarios. Guernica de la sangre y la destrucción, al fin lo sabemos: mi padre no quiso. Y ya no hay nada que hacer. Ni revolución ni denuncia.

¿Ni revolución ni denuncia?

El aparte, la crítica apartada, no me oigas. Y extraigo...

"las palabras que no sirven tengo que dejarlas / se quedan en el aire acompañan como decorado / No digo lo que se tiene que TE QUIERO DECIR, HIJO"

"con todo esto después hay que armar una manera distinta de decir el discurso"

... aparece la Desaparecida, la Palabra, el Verbo, fénix ardida, la mujer, que tras el fuego, con chapines de rubí, atraviesa el arco de la sangre. El significado se volvió significante. Unos a un lado, otros al otro. Apareció el arco iris, en un extremo el relato, en el otro el contrarrelato. De una parte la sangre, de otra la mierda. Sólo decirlo me queda, ¿no me oirás?

Los des(aparecidos): en el mar. Tú: en el mar. Tú: en el mar. Tú: en la colina. Tú: en una fosa. Tú: en el mar. Y extraigo…

"la realidad está levemente corrida de las palabras"

"no se puede decir qué palabra designa qué objeto"

… cuando ya nada queda, ni el cuerpo aparece, cuando el dictador va a misa, qué bonito sería, o el amor. El concierto comienza. Los niños llevarán jazmines en la frente. El autor o director de orquesta muere. El círculo se ha querido cerrar.

Juan Claudio Burgos, del dolor al dolor, hace la historia reciente. La trae a las manos y a los oídos, nos ofrece la vergüenza ajena en un relato íntimo y extrovertido al mismo tiempo. Es el metadiscurso del país herido, ¿irrecuperable?, ¿irreconciliable? Sin afán quirúrgico, más infante cruel, muestra la brecha, el descalabro, la desolladura. Abre la puerta de la antigua muralla árabe toledana, para la entrada a la tragedia de la vida de los príncipes que no se saben héroes. Diferencia de los que, a bombo y platillo, hacen resonarse para sí, pero huecos, como marcha militar los sones de Lili Marlene. Poeta de la arruga, Burgos y la vejez, autor de su pueblo, ya no calla, aunque escucha. Sacúdete el polvo, levántate, toma asiento, aparece.

 

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