Editorial


LOS 70 AÑOS DEL TEATRO DEL PUEBLO
Por Roberto Perinelli

Ciertas fechas resultan adecuadas para los homenajes. Bienvenidos. Pero también pueden ser pretextos útiles para volcar hacia ese pasado una mirada crítica, de modo de proporcionar un análisis del fenómeno más abarcativo, ya que tenemos a nuestro favor la distancia, los tantos años que transcurrieron desde que ocurrieron los hechos. No parece haber ocurrido esto con el Teatro Independiente Argentino, detenido en cuanto el aporte de documentación y análisis, sin acaparar la excesiva atención de nuestros críticos y teóricos, siquiera cuando la modorra podría sacudirse porque, este año, se cumplen los 70 de la fundación del Teatro del Pueblo, la institución emblemática que inicia el movimiento gracias al empuje y la voluntad luchadora de Leonidas Barletta. No esperábamos una andanada, mucho menos de aquellos que están convencidos que el teatro comenzó cuando ellos pisaron por primera vez una sala teatral, pero fuimos demasiado ingenuos, faltaron los nuevos testimonios y, casi, los homenajes.

Todo contacto con el tema parece haberse detenido en la gratitud que merece la acción de ese hombre, Barletta, y de los militantes que, en el Teatro del Pueblo y en los otros conjuntos que nacieron teniéndolo como referente, forzaron el vuelco de campana de nuestro teatro, proponiendo una nueva conducta artística y, sobre todo, una nueva ética profesional. El contacto no pasa de ahí. Advertimos que el fenómeno parece deslizarse hacia el terreno de lo mítico, sin pasar por el tamiz de la historia. Sin duda, resulta más cómodo. Algo parecido amenaza a otro suceso similar, Teatro Abierto, más breve pero tan rotundo, del cual, dicho sea de paso, se cumplen en este 2001 los veinte años de su creación.

La cuestión fue encarada en el libro de José Marial, “El teatro Independiente”; en el minucioso y exhaustivo trabajo de Estela Obarrio sobre los doce años de existencia de uno de los grupos más destacados, el Teatro Fray Mocho; en tres capítulos en la “Historia del Teatro Argentino” de Luis Ordaz; y en algunos trabajos, donde con seguridad el GETEA es líder, que por su dispersión son difíciles de consultar. Por supuesto que obra como necesario documento el libro de Larra sobre Leonidas Barletta, “El hombre de la campana”, pero que incluye mucho más que la actuación teatral de este hombre de múltiples intereses militantes.

Ojalá nos hayamos olvidado de otros trabajos, o desconozcamos, por fortuna, el libro, siquiera ese artículo, que hundió el bisturí y dibujó, gracias a esa distancia histórica que mencionamos más arriba, un perfil más aproximado del fenómeno, tomando aquello que siempre ganó el aplauso y mencionando lo que fue inoperante y terminó por llevar al teatro independiente argentino a un callejón sin salida. No sería desmerecer el hecho, sino enaltecerlo, puesto que se lo aleja del mármol y se lo ubica en la dimensión de todo emprendimiento humano, con sus aciertos y sus lunares.

Porque junto a la magnífica tarea de reformular el repertorio escénico, un mérito que no se le discute, ofreciendo al público porteño una cartelera de ilustre calidad, habrá que agregar la prejuiciosa descalificación que todo el teatro independiente (o casi todo) hizo de la dramaturgia argentina que se había escrito hasta ese 20 de marzo de 1931 en que se firma el acta de constitución del Teatro del Pueblo (que no obstante ya tenía existencia real desde el mes de noviembre del año anterior). Es mérito del teatro independiente también la adopción de rigurosas normas de conducta que se le exigieron a todo militante, aplicable cuando se pisaba el escenario o se atendía la boletería, cuyos efectos beneficiosos aun perduran, transformados en saludables hábitos y costumbres que caracterizan la vida cotidiana de nuestro teatro, pero sin duda resulta cuestionable la oposición voluntarismo-profesionalización que, sostenida a ultranza, terminó por hundir el modelo, cuando el actor de teatro independiente decidió vivir de su trabajo. Es lícito dudar de la intención de “llevar a las masas el arte en general, con el objeto de propender a la salvación espiritual de nuestro pueblo” [1], ya que supone una pesada carga que el teatro ha sobrellevado, en este caso y en otros parecidos de la historia, con escasa fortuna. Vale preguntarse, haciendo un análisis de repertorios, modelos interpretativos, puestas en escena del teatro independiente, cuánto arte se ha sacrificado para desarrollar esta labor docente.

Cabe señalar, sin duda, que todo lo dicho sonaría de otra manera si lo ponemos en contexto. Que en el cuadro de situación de ese 1930 –cuando la nación se sacudía con el primer golpe militar del siglo XX -, fue más funcional que cualquier otra cosa esa convicción que se expresa en las fotografías de ese Leonidas Barletta cejijunto, inflexible, casi fundamentalista. Sabemos que su empecinamiento salvó obstáculo tras obstáculo, no obstante ponérsele delante fantásticas maquinarias gubernamentales, como la que manejaban los responsables del área de difusión del primer gobierno peronista. Simplemente no se busca poner en crisis todos los resultados, ya que muchos de ellos resisten hasta esta posmoderna contemporaneidad. Entre los mejores: el recinto del Teatro del Pueblo de Diagonal Norte 943, que tenemos el honor, hoy, junto con otros, de administrar artísticamente. Se trata de poner el escalpelo y descubrir el diseño de un teatro independiente en su verdadera dimensión histórica, que de ningún modo desmerece el homenaje, más bien les darían más fuerza, serían un mejor signo de gratitud.


NOTAS

1. De la declaración de principios del Teatro del Pueblo. Volver

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