La escena iberoamericana. Puerto Rico


ARRESTAR AL DESNUDO
Censura, pornografía y teatro erótico

Por Roberto Ramos-Perea

Nunca creímos que el fantasma de la censura teatral volviera sobre nuestros teatros, que retornara a urgar entre nuestros telones y espacios en la búsqueda morbosa de un foro donde encaramarse y gritar su rancia moralidad convirtiendo al teatro en el enemigo público número uno de la sociedad.

Advertir de estos peligros en América no es tarea fácil, en primer lugar porque no es un tema erudito, ni profundamente intelectual, es un tema militante. Las cartas están repartidas cuando se habla de este tema y si se habla desde el espacio del teatro, lo que puede decirse está opinionado. No importa. Es suficientemente complejo para no dejarlo pasar en aras de la objetividad. Existe censura en el teatro de nuestros países. Una censura agitada, guerrillera, militante contra nuestra expresión. Me propongo apuntar algunas ideas muy personales del problema en el ámbito del teatro puertorriqueño, que como todos saben ostenta varios niveles de censura, en lo político, en el religioso y en el moral, acrecentados naturalmente por nuestra condición como colonia de Estados Unidos desde que ese Imperio nos invadió a cañonazos en 1898.

PARA EMPEZAR
Cuando Dan Quayle -aquel famoso Vicepresidente de Estados Unidos que lamentó no haber disfrutado más de Latinoamérica por no saber latín- se enfrascó en la discusión por aquella comedia que presentaba a una alta ejecutiva publicitaria teniendo un hijo siendo soltera, quedó sellado el tema de los “family and moral values”. Cogiendo aventón con esto, la validación de un sentido general de “political correctnes” que azotó la nación norteamericana, hasta que la hizo estallar con los cuentos de los cigarros y el sexo oral del presidente Clinton y Lewinsky.

Valores morales y familiares y corrección política. Dos criterios de los que hoy no podemos hablar sin que salten chispas. Sobre todo a la hora de que se busca estrenar obras de teatro en este país.

Los censores del teatro en Puerto Rico han ejercido su oficio desde la primera mitad del siglo XIX. El censor español Francisco Bécquer, (primo del aquel bien recordado romántico) uno de los más conocidos, se encargaba de leer concienzudamente las obras de nuestros dramaturgos puertorriqueños Alejandro Tapia y de Salvador Brau, en búsqueda de aquellos latiguillos políticos y morales que pudiesen escaparse. Tapia fue censurado por humanizar a los Reyes y Brau, sigilosamente chantajeado y perseguido por el impacto político de sus metáforas teatrales.

Más tarde la Iglesia perseguía toda manifestación cultural de carácter antirreligioso, como aquella vez, en 1893, que el párroco de la ciudad de Guayama pidió a la Guardia Civil que entrase, con todo y caballos, al teatro donde se ofrecía una obra de corte masónico. Y así se hizo, dejando a varias personas heridas.

Dando un salto para no alargar mucho la cosa, que de ello ya se está preparando un estudio a cargo del Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo; en 1959 se le exigió amablemente al dramaturgo René Marqués que retirase su obra “La Muerte no entrará en Palacio” de los ofrecimientos que haría el Primer Festival de Teatro Puertorriqueño auspiciado por el Gobierno, pues esta podía ofender la sensibilidad del Gobernador Luis Muñoz Marín.

Años más tarde, 1976, la Iglesia Católica “excomulgó” al dramaturgo Francisco Arriví porque la hermosa actriz Elia Enid Cadilla aparecía desnuda en su obra “María Soledad”. Algunos añitos después la Universidad Interamericana de San Juan ordenó la censura y cancelación del estreno de la obra “David y Jonatán” de René Marqués porque esta sugería una relación homosexual, y así fue, dejando actores contratados y publicidad comenzada. También la Universidad del Sagrado Corazón, hace unos ocho años, censuró y canceló el estreno de la obra “Hermelinda” de Angel Amaro Sánchez, porque en ella el actor Antonio Pantojas trabajaría vestido de mujer.

En 1982, el Departamento de Actividades Sociales y Culturales de la Universidad de Puerto Rico (UPR) censuró y no permitió el estreno, en el Centro de Estudiantes de la UPR de la obra “Los doscientos no”, del que esto cuenta, porque dicha obra hablaba del intercambio de calificaciones académicas por favores sexuales y según ellos que “esas cosas no pasaban en la UPR”.

Cercano a esas fechas, a la dramaturga Zora Moreno le fue negado el Teatrito del Patio del Instituto de Cultura Puertorriqueña porque su obra trataba sobre el desahucio y asesinato de Adolfina Villanueva. La obra ganadora del Premio René Marqués de Teatro del Ateneo de 1983, “Módulo 104”, del que esto escribe, le fue negado auspicio en el ICP porque esta “hablaba mal del Gobernador Carlos Romero Barceló”.

Teresa Marichal monta en 1984 en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico para la Segunda Muestra de Joven Dramaturgia Universitaria la obra “Mermelada para todos”, y todavía andamos discutiendo de quién vino la censura, pero lo cierto es que el rayo fulminante bajó con Guardia Universitaria hasta los camerinos del teatro impidiendo la segunda función, porque los espectadores se sintieron ofendidos por la “explícita sexualidad” de la pieza.

Seguimos hablando de censura cuando en el Teatro La Perla de Ponce, hasta hace apenas diez años, un comité leía los textos y decidía si estos pasaban los criterios de moralidad que debían prevalecer en ese teatro. Gracias a la presión del grupo de intelectuales presidido por el Lic. Enrique Ayoroa Santaliz, ese requisito fue eliminado y por las mismas presiones también fue eliminado del Teatro Tapia años después, pero solo bajo presión. Muchos de los directores de los teatros del país sentenciaban que en sus teatros solo “se montará calidad”.

Más adelante les comentaré otros ejemplos de un fichero que sobrepasan los setenta actos directos de censura desde 18OO hasta hoy. Solo para finalizar, éste inciso: cuando se publicó la antología Teatro Secreto con ocho obras teatrales del que esto escribe, entre ellas la que tuvo la dicha de Ganar el Premio Tirso de Molina en España, que es el más importante premio que se le da a un dramaturgo en Iberoamérica, al diseñador se le ocurrió poner en la portada algunas fotos eróticas de damiselas del siglo XIX en la que sólo senos y nalgas son visibles. El distribuidor llega un día y me dice, “no me compraron tu libro en una Universidad de Ponce, por la portada”. Es decir que las nalgas y los senos impactan más que un premio literario internacional.

¿QUIÉN DETERMINA?
En el debate del censurado libro de la novelista puertorriqueña contemporánea Olga Nola, “La segunda hija”, se ha traído a colación la obsolescencia de las obras del novelista Enrique Laguerre, perteneciente a la generación del 40, pero me parece que lo que habría que argumentar, es la pertinencia de esas obras en términos de las referencias del mundo real de sus lectores.

Es evidente que no podemos hablar ya del tema de la emigración a Estados Unidos como lo presenta René Marqués en “La Carreta” de 1953. Este es un proceso que ayer ocurrió de una manera, pero que hoy ocurre de otra.

Estamos hablando de formas y las formas inevitablemente cambian con los tiempos. Se hacen pertinentes. La droga, el sexo, el lenguaje soez son pertinentes a esta época y hay que verlos como eso, como elementos indispensables para armar un concepción integrada del mundo contemporáneo, o de una posmodernidad que envuelve entre todo ello, una convivencia con el caos.

Incluso la crítica termina por convertirse en censora cuando destierra o canoniza un texto. Legitima con esa cierta intolerancia una única forma de ver la literatura, sobre todo la crítica colonialista del teatro puertorriqueño.

Ileana Cidoncha, la crítico teatral de El Nuevo Día, es uno de los mejores ejemplos de esa censura colonialista institucionalizada. En innumerables ocasiones hemos leído columnas suyas donde urge a las agencias que alquilan teatros a que censuren tal o cual espectáculo. (Similiar a aquella convocatoria al abucheo del teatro nacional que hizo el fenecido crítico Ramón Figueroa Chapel hace unos años).

El caso más patético de Cidoncha fue su crítica al espectáculo “Puma”, en el Teatro del Patio del ICP, en el que urgió a Agustín Echevarría, Director del ICPR, una explicación puesto que esa obra, que ofendía su sensibilidad, se presentaba en un teatro del Estado.

Recientemente tenemos otro caso clarísimo cuando tras el estreno de la obra “Oldies” de la compañera dramaturga Aleyda Morales, Cidoncha la censuró por ser “ideológicamente inaceptable”, como si ella tuviese fuerza moral para decir eso y peor aún, decirlo desde El Nuevo Día, un periódico anexionista.

¿Quién determina; personas, un medio de comunicación, criterios, convenciones, un dogma, un partido, mujeres, hombres, blancos, negros, homosexuales, heterosexuales, burgueses, proletarios, la derecha, el centro o la izquierda?

¿Determina una revisora de currículo o algún dinosaurio de una oficina gubernamental? ¿Podemos vanagloriarnos de vivir en una democracia que supuestamente nos permite escribir lo que queramos y aun así nos permite la censura?

No pedimos compararnos con extremos, sólo pedimos matices, razones por las cuales pueden coexistir instituciones e individuos que pueden expresarse libremente mientras otras no. Razones por las cuales el Estado y la empresa privada tienen que colocar en estas decisiones difíciles y problemáticas de aprobación o desaprobación del arte, a individuos totalmente ineptos y mediocres. Porque lamentablemente en algunos casos alguien tiene que tomar una decisión con la que otros no estarán de acuerdo.

Tampoco podemos decir ingenuamente, -como pretendía la dramaturga Damaris Rodríguez recién- “que el público sea el mejor crítico” porque si fuera así, “No te duermas” y “El Supershow”, programas de televisión de altísima audiencia dedicados al vacilón y al juego sexual, serían los mejores modelos de hacer arte.

SOBRE LA PORNOGRAFÍA
Hablo desde mi espacio de dramaturgo e historiador del cine y del teatro. No soy abogado, aunque la ley me interesa sobremanera; ni mucho menos soy un hombre religioso y desde el punto de vista cristiano, sería un poco más que ateo. En tanto tengo que hablar como artista que ha sido de muchas maneras víctima de la censura, a quien se le ha coartado en muchas ocasiones su derecho a la libre expresión y que ha sido tildado por religiosos y cristianos fundamentalistas de "inmoral y pornógrafo”. Sostengo que ante todo hay que hablar de estos temas con toda la intención de combatir ideas y ni por asomo poner la otra mejilla a quienes han abofeteado los cachetes del arte por más de 2000 años.

Se ha descrito “pornografía” como el oficio de “escribir sobre el arte de las putas”, y esta palabra no aparece en ningún lugar del Artículo 112 (Sec. 4074 a 4081) de las Leyes de Puerto Rico. En tanto aparecen las frases “materia obscena” y “conducta obscena” con una larga definición de la que entresaco lo siguiente:

“Materia obscena” significa materia que considerada en su totalidad por una persona promedio y aplicando patrones comunitarios contemporáneos apela al interés lascivo, o sea, un interés morboso en la desnudez, sexualidad o funciones fisiológicas: y es materia que representa o describe en una forma patentemente ofensiva conducta sexual y considerado en su totalidad carece de serio valor literario, artístico, político, religioso, científico y educativo.”

Esta definición debe haber costado varios dolores de cabeza a constitucionalistas y defensores de los derechos civiles, pues tiene tales sustantivos ambiguos que sólo la buena inteligencia de un juez podría dilucidar. El que más me interesa discutir es el que dice “carece de serio valor literario, artístico, etc.”. Es decir que para catalogar de “obsceno” algún material, hay que pasar por cada una de estas valoraciones y me supongo que traer al banquillo a expertos en todos estos campos o los que competan para definirlo.

Este proceso legal hoy, interpretado por mí, como artista, sería bastante peregrino, porque en el arte, al momento que hablamos, no existe tal cosa como “serio valor literario o artístico”, porque tal cosa ya no tiene estándares para su mensura ante el cambio continuo de las formas de creación y ante la continua apertura del arte a formas de carácter popular, como el cómic, el video clip, el porno loop, el anime, etc.; y la desaparición de límites entre géneros, campos del saber humano y estilos artísticos.

El arte cambia con el tiempo y cambia según su contexto. Por lo tanto, lo que antes podía tener “serio valor literario”, hoy puede ser pura propaganda, o tal vez lo que antes, digamos en el siglo XII, se escribió para simplemente divertir y erotizar, hoy es un clásico de la literatura universal. Tomemos “El Decamerón” de Boccacio, escrito -entre muchos propósitos lúdicos y eróticos- para mostrar la libidinosa e hipócrita vida de monjes y monjas en los conventos del medioevo. ¿Quién en su sano juicio catalogaría “El Decamerón” como un libro pornográfico, y de paso condenar al 90 por ciento de las Universidades del mundo que lo enseñan como muestra de la mejor literatura del Renacimiento?

Nadie catalogaría a La Biblia como un libro pornográfico e indecente, aún cuando por sus páginas vemos desfilar los más escandalosos incestos, adulterios, seducciones, prostitución, exposiciones deshonestas, homofobias, estupros, sodomía y hasta fornicación con bestias e imágenes. Y La Biblia es materia de enseñanza en casi todas las escuelas privadas del país.

Lo mismo pasa con el criterio de lo que es obsceno. Así deben hacerlo también las definiciones de los delitos por los que somos juzgados, sobre todo esa “seriedad” de valores. Los religiosos dirán que los valores no cambian, pero de esos hablamos más adelante.

En tanto, las definiciones de obscenidad también deben ser revisadas y no llamadas a la ambigüedad, sobretodo cuando delegamos en “una persona promedio” y a “patrones comunitarios contemporáneos” tal definición.

La definición de “persona promedio” es totalmente ambigua, porque yo quisiera saber si Jorge Rashke, Milton Picón, Carlos Sánchez, líderes fundamentalistas cristianos, homofóbicos y antiabortistas o cualquier cristiano fundamentalista pueden ser tomados como personas promedio en un juicio por obscenidad. ¿Incluye ese promedio un promedio de ingreso económico, un promedio de educación, un promedio de raza, de clase social, un promedio de preferencia sexual... dada la homofobia que vive nuestro país, ¿los homosexuales y lesbianas no podrían ser considerados personas “promedios”?, ¿de qué “promedio” estamos hablando?

Los artistas desconocemos los procedimientos por los que se selecciona una persona “promedio” que pueda testificar en un juicio por obscenidad. Aunque estamos hablando de Puerto Rico, las leyes de Estados Unidos tienen fraseología muy parecida. Así que cuando hablamos de patrones comunitarios contemporáneos caemos también en ambigüedad cuando no podemos establecer a qué comunidad nos vamos a referir, cuando tenemos extremos tan opuestos como comunidades homosexuales en California y comunidades de Amish en el centro de Utah. En el caso de Puerto Rico, la exclusión de la comunidad gay dentro de los “patrones comunitarios contemporáneos” es digna de análisis.

Creo que las leyes de obscenidad son ambiguas, inciertas y llamadas a error, por lo que me supongo que para que se cumpla con el mayor grado de justicia hay que aplicarla caso a caso y que depende de la inteligencia de un juez -y de los caprichos del imperio que nos domina- el aplicarla con justicia y en el debido proceso de descubrimiento de prueba. Lamentablemente esta Ley es la única que hay y hay que bregar con ella por ahora, nos guste o no.

No se entienda con esto que estaríamos a favor de la diseminación de la obscenidad o de la pornografía. Pero estamos a favor de defender el derecho del que quiera disfrutarla en la privacidad de su hogar, porque nos defiende el derecho a la privacidad. Y nadie quiere que el Estado y la Iglesia anden husmeando lo que uno hace en su alcoba.

Los artistas y escritores más avanzados y liberales están en contra de la pornografía. Henry Miller y D.H. Lawrence se manifestaron abierta y severamente contra la pornografía, porque establecieron que existe una clara distinción entre lo que llamamos literatura erótica y pornografía. Y esta distinción costó sangre y fuego a escritores como Baudelaire, Flaubert, Stendhal, Defoe, y el autor de Fanny Hill, et al. Y los geniales escritores citados son escritores eróticos y adquirieron su fama dando a su literatura erótica un carácter eminentemente literario y poético. Porque estamos todos de acuerdo que la pornografía denigra. Y esta es la última instancia a considerarse en este asunto. En tanto la pornografía denigra la dignidad humana, debe ser cuestionada. Porque abogados y artistas y religiosos estamos de acuerdo que la dignidad humana tiene un carácter inviolable, está en la Constitución como mandamiento inamovible. Y la pornografía viola la dignidad de la mujer, del hombre, de los niños y hasta de los animales.

MORALIDAD
Entonces el asunto de la moralidad. Definimos moralidad como “el conjunto de normas de conducta propuesta por una doctrina o inherentes a determinada condición”. Es decir, ie. “moral cristiana”, “moral política”, “moral social hostosiana”, etc. La definición establece la palabra “propuesta”, pero también puede ser “impuesta”.

Y sabemos que Puerto Rico sufre una imposición continua de una moral, que podemos apellidar “cristiana”, bajo la premisa falsa de que “Puerto Rico es un pueblo cristiano”. Entiendo que la religión predominante de Puerto Rico es el cristianismo, pero la predominancia no da derecho a la imposición. En Puerto Rico hay muchas personas que no somos cristianos. Incluso el por ciento de budistas, judíos, hindúes, musulmanes y espiritistas es cada día mayor. Hasta las sectas satánicas van en aumento. Y cada una de ellas, incluso la satánica, está protegida por la libertad de culto de nuestra constitución. Y cada una de ellas sostiene un singular conjunto de normas que no concierne al orden jurídico, sino al fuero íntimo del hombre y al respeto que le deben al ser humano y a su libertad. Así, que es imprescindible que saquemos de la discusión lo que “moral cristiana” puede implicar como imposición de una moral generalizada a los habitantes del país. Sorprende y molesta cuando los detractores del arte utilizan la frase “moral cristiana”, o se llenan la boca al decir que Puerto Rico es un “pueblo cristiano” para adelantar sus causas de proselitismo moralista. En tanto exista alguien que no sea cristiano, ese alguien no sólo tiene derecho a expresar su opinión, sino a ser excluido de esa supuesta “mayoría hegemónica”.

Y pregunto, ¿tiene el artista que ser “moral”? ¿Está obligado el arte, como decían ciertos jueces censores en Estados Unidos, a tener “moral reediming values” (valores morales de redención), para no ser catalogado de obsceno? Y esto es muy importante porque se parte de la errónea premisa que todo arte tiene que profesar valores morales, y peor aún, escuchamos a los moralistas vociferar y exigir a gritos que todo arte tiene que ser “educativo”. ¿Dónde dice eso? ¿Cuándo se le impuso al arte una misión que es propia de maestros y religiosos? El arte no tiene ni que educar, ni redimir, ni privilegiar ningún valor como no sea los valores de su autor. Que enseñen los maestros, que rediman los religiosos, nosotros los artistas haremos arte, cosa que ya de por sí ya tiene suficientes exigencias y educar no es una de ellas.

Y surgirá la pregunta, ¿hasta dónde llega el derecho del artista? Pues llega hasta donde termina el derecho a la libertad de expresión, si es que ese derecho tiene término.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Entonces hablemos de ella como un derecho inalienable en la democracia. Dice el Juez Cardoso en una decisión de 1937: “la libertad de expresión es la condición indispensable de casi cualquier otra forma de libertad”

El Artículo I de la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos y la Sección IV de nuestra Carta de Derechos es más clara que el agua limpia. En tanto, queda prohibida legalmente cualquier forma de censura previa, al punto de que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha sido consistente en rechazar cualquier interdicto que pretenda establecerla, y la ha rechazado hasta en asuntos de seguridad nacional. Así, el propósito principal de la garantía constitucional de libertad de palabra y de prensa es prohibir toda clase de censura.

Si esto es así, ¿porque existe censura en Puerto Rico? Por absoluta ignorancia. Por contaminación con propaganda moralista, -mayormente cristiana-, por temor, por pavor, por culpa, por justificar espacios de poder y foros de expresión pública en nuestra sociedad, ¡por miles de razones! Ninguna de ellas más fuerte que el derecho a la libertad de expresión.

SOBRE LA CENSURA EN PUERTO RICO AHORA
Debemos dejar claro que en Puerto Rico existen para el arte cuatro motivos de censura previa: 1) por motivo de sexo, 2) por motivo religioso 3) por motivación política y 4) por motivos étnicos. Por razones de espacio sólo hablaré de las primeras dos.

Y cuando me refiero a censura hablo de casos juzgados o de la censura como manifestación pública de oposición a determinada forma de arte. Esta última es dable en nuestra democracia y permisible dentro de la ley como una manifestación de la libertad de expresión.

Nadie puede impedir que determinado grupo religioso o moralista se exprese o censure -de las maneras permitidas por la ley- contra la presentación de un acto artístico. La censura de la que hablamos es la ejercida dentro de los espacios de poder, en la que se coacciona, se persigue, se hostiga y se violenta la ley para impedir que un acto artístico se lleve a cabo. Sin embargo, las manifestaciones de censura pública también deben ser estudiadas como intención de hecho de parte de religiones constituidas, los grupos de fundamentalistas cristianos y moralistas organizados. Organizar un piquete y censurar en el foro público es absolutamente legal, pero organizar un piquete para impedir la entrada de la gente a un teatro e intimidar al público que va llegando a la sala, es altamente ilegal.

Para ejemplificarlo usaré ejemplos documentados en el Archivo Nacional de Teatro y Cine del Ateneo, sede de mi investigación, por ser el teatro -a excepción de los conciertos de música popular- una de las expresiones más públicas de arte en la que participa el mayor número de artistas y público en un tiempo y lugar determinado.

CENSURA POR MOTIVO DE SEXO
El mejor ejemplo por censura referente a sexo lo vivimos hace apenas cinco meses cuando el productor de la obra teatral “Sexo, pudor y lágrimas” del dramaturgo mexicano Antonio Serrano, se vio obligado a llevar al tribunal al Alcalde del Municipio de Aguada, Ángel “Yuyo” Román, por haber impedido la representación de esta obra porque la misma contenía escenas de nudismo. Públicamente el Alcalde señaló que no permitiría escenas de nudismo en el Centro de Bellas Artes de ese pueblo. Canceló el contrato, se enfureció, despotricó contra la indecencia del teatro y finalmente en sala, ante el Juez Héctor Conti Pérez, dijo que nunca había dicho lo que dijo.

¿Quién impulsó a este Alcalde a llevar hasta el Tribunal un sencillo asunto de libertad de expresión y de previa censura? En Aguada, el párroco de ese pueblo, José Luis Diez Gabela, y varios feligreses de su Iglesia entre los que se encuentra el maestro de artes teatrales Rolando Acevedo -quien dijo de sí mismo que antes que artista era católico- impulsaron un movimiento de repudio al teatro que se presenta en el recién inaugurado centro. Han amenazado con piquetes, han hecho llamadas amenazantes al teatro, han roto propaganda de la obra, y han instigado a la protesta pública en contra de lo que ellos consideran una afrenta a “los niños de ese pueblo”, como si a los niños se les estuviera invitando a un espectáculo de adultos. ¿Está esta censura motivada por un deber moral de defender a los niños? Es sospechoso que el nuevo mandatario Miguel Ruiz, haya expresado públicamente que constituirá un comité que evaluará las obras a presentarse en dicho teatro -al que él en un momento llamó “centro de prostitución”- y que en dicho comité habrá participación de “cristianos”, entiéndase en este caso “católicos”. Así se dejaría claro que obras como “Le pegué un cuernito” y “La chilla del Alcalde” y cualquier otra cuyo sólo título podría sonar sospechosamente “poco católico” tendrán que pasar el cedazo del párroco del pueblo.

En ese mismo momento se planificó llevar la obra al Teatro La Perla de Ponce y el Obispo Ricardo Suriñach dijo a la prensa que haría campaña conjuntamente con pastores de otras religiones para que las autoridades civiles no otorguen permiso para presentar la obra y desaprobó las obras que invitan a “la pasión y al relajo”.

Estas coacciones expresadas sin ningún disimulo saben a España fascista o a Santo Oficio.

CENSURA POR MOTIVO RELIGIOSO
En febrero y marzo de 1999 estrenaron en San Juan tres obras de teatro que cuestionaban de manera muy seria y vehemente la autoridad moral de la Iglesia Católica y la figura mitológica de Cristo. Estas fueron “La última tentación de Cristo”, adaptación de la novela de Nikos Kazantzakis, escrita por el dramaturgo puertorriqueño Gilberto Batiz; la segunda lo fue “Avatar: los años perdidos de Yeshua de Nazaret” del dramaturgo puertorriqueño Roberto Ramos-Perea; y “La Madonna del Corazón de Piedra” del dramaturgo puertorriqueño Abniel Marat. Desde que en 1809 el Obispo Juan Alejo de Arizmendi declaró a la dramaturgia “oficio de perversión”, nunca antes en Puerto Rico los fundamentalistas cristianos se habían ensañado tanto con el teatro como en ese momento.

En la obra “La última tentación...” -que ya traía su fama controvertible desde la exhibición de la película de Scorcese- el reverendo Jorge Rashke se armó de un contingente de seguidores y ocupó la acera y la calle frente al teatro Luis Vigoreaux, colocando altavoces con música cristiana a sobrevolumen para entorpecer con dicho ruido la función de la obra. En uno de los días de piquetes, los fundamentalistas cristianos impidieron con su cuerpo la entrada de gente al teatro e intimidaron con su presencia violenta a los que deseaban entrar. Aún cuando la policía delimitó su espacio de piquete, el ruido y la presencia amenazante minó por mucho la asistencia a la obra. No vale la pena argumentar lo dicho por Rashke en esa instancia.

La obra “Avatar: Los años perdidos de Yeshua”, no fue piqueteada, pero fue agriamente censurada por cristianos fundamentalistas que acusaron de todo lo inimaginable, aludiendo que la única historia de la vida de Jesús era la dicha por la Biblia. En dos ocasiones, una mujer llamó anónimamente por teléfono y dijo la siguiente frase reveladora: “Sr. Ramos-Perea, tenga mucho cuidado, porque ya sabemos quién es usted”. Sin contar las cartas de reprimenda y los escapularios que me fueron enviados para ayudar a mi conversión.

“La Madonna del Corazón de piedra” tampoco fue piqueteada, pero la imagen de sádico homosexual con que el autor presenta al Obispo Alonso Manso fue condenada por un intolerante sector de los que vieron la representación.

El Ateneo Puertorriqueño estrenó una versión libre de la novela de Kahlil Gibrán, “Jesús el Hijo del hombre”, donde un guerrillero latinoamericano, de nombre Jesús, entra con su banda de prostitutas y pobres a una Catedral Católica y rompe en pedazos el crucifijo cristiano, símbolo de la tiranía religiosa ejercida sobre su pueblo. Jesús en esta obra se enfrenta a militares, a obispos y al propio Cristo Crucificado. Las censuras y amenazas no se hicieron esperar.

Traigo a colación el caso del dramaturgo nuyorkino Terence Macnally, autor de la obra teatral “Corpus Christi”, en la que la figura de Jesús se nos presenta como un profeta homosexual sometido al escarnio de la intolerancia. La obra fue clausurada por los Obispos Católicos de Nueva York quienes tenían relaciones comerciales con los dueños del teatro.

¿No se encuentra acaso dentro del derecho a la libertad de expresión el juicio a esa “moral cristiana”, el juicio a la mitología cristiana? Sostengo que la intolerancia religiosa en Puerto Rico es un mal que crece y se agiganta. Es peligrosa, mafiosa y trapera. Estos fundamentalistas cristianos creen ser los únicos dueños de la figura de Jesús. Habría que pedirle permiso a ellos para hablar de él, porque Jesús es sólo de ellos y si por ellos fuera la blasfemia sería un delito.

Pero gracias a la inteligencia, no lo es. Nada hay de ilegal en cuestionar esa “moral cristiana”, esos valores gazmoños y de una beatería insoportable con los que se persigue el arte y se contamina de culpa a nuestros jóvenes y niños. Son estos mismos intolerantes religiosos los que a través de las ondas radiales hablan de perseguir y atacar con todos los medios a su alcance a los homosexuales y lesbianas de nuestro país.

No se cuestiona el derecho de toda religión a expresar lo que quiera sobre lo que quiera, pero sí es altamente condenable cuando la religión, abrogándose el derecho de ser la autoridad moral de un pueblo, usa esa misma moral para perseguir, censurar, reprimir y violentar las manifestaciones del libre pensamiento. La historia del cristianismo, tan criminal e hipócrita como la de cualquier dictadura asesina, no tiene ni tendrá nunca fuerza moral para representar el sentir espiritual de un país.

EL PRECIO DE LA LIBERTAD ES LA CONTINUA VIGILANCIA
Esta frase tan querida y apreciada por el mundo libre, me sirve de preámbulo para varias recomendaciones.

1) Vigilar la intromisión de párrocos, reverendos, pastores, monjas o monjes en cualquier junta de evaluación de obras de arte -para el propósito que sea-. Especialmente en las Juntas del Estado que toman decisión sobre fechas, subvenciones, permisos o cualesquiera otra que tenga relación directa con el uso de la libre expresión. Ahora más que nunca, la separación de la Iglesia y el Estado se hace perentoria ante el clima de intolerancia religiosa que vive el país.

2) Monitorear el origen de las querellas ante la Comisión Federal de Comunicaciones para que dichas querellas estén fundamentadas con verdaderos criterios en los que se evalúe las violaciones a las leyes de obscenidad. Y que en dichos criterios, “la moral cristiana” no intervenga como agente de coacción.

3) Que se oriente a los artistas, en conjunto con el Departamento de Policía, para garantizar que así como los religiosos puedan tener su espacio para sus piquetes, dichos piquetes no impidan la celebración del acto que se condena.

4) Que algún organismo capacitado, sea gubernamental o privado, oriente a los teatros, museos, cines, salas de concierto y cualquier otro foro público, sobre los derechos de la libertad de expresión del arte y los efectos y riesgos legales de la censura previa.

5) Que organizaciones como el Ilustre Colegio de Abogados y sus comisiones de Derechos Civiles y Humanos difundan material público sobre los derechos a la libre expresión y a cómo defenderse de la intolerancia y la censura.

El 7 de julio de 2001, los productores de teatro profesional enfrentaron la más grande crisis que ha sufrido el teatro puertorriqueño. La censura teatral forma parte del manifiesto que leyeron ante la prensa y el país el día de la histórica manifestación que fue convocada frente al Centro de Bellas Artes por los productores, dramaturgos y actores.

En el Manifiesto, el incisio de la censura reza como sigue:

“La censura teatral en Puerto Rico es un problema de nunca acabar y aún nos quedan en Puerto Rico salas teatrales en las que se solicita el libreto de la obra para poder solicitar las fechas. Esto constituye censura previa y una violación al derecho de libre expresión que garantiza nuestra constitución. Incluso la censura política, moral y religiosa ha logrado espacios en las juntas que otorgan fechas y subsidios. Contra esto tenemos que luchar hasta la muerte y denunciar públicamente estas situaciones para que no vuelvan a repetirse casos desgraciados como la reciente censura ocurrida en el Teatro de Aguada. Urgimos a todos los teatristas del país a que estén avisor de estos actos antidemocráticos y que los mismos, de ocurrir sean notificados de inmediato a la prensa y a las organizaciones de teatristas concernidas”

DEFENDER EL DERECHO A UN TEATRO ERÓTICO Y HERÉTICO
Puerto Rico tiene derecho a un teatro erótico. A un teatro donde la experiencia del cuerpo y sus emociones sean sujeto de estudio y experimentación.

Tenemos derecho a un teatro herético. Donde podamos cruzar los límites de todas las ideas consideradas “santas” o “sagradas”, porque sabemos que tras ese cruce hay un encuentro vital con lo humano.

La experiencia erótica no podía ser sólo una lasciva enumeración de síntomas. En la literatura, esa sencilla expresión de un éxtasis pequeño y detenido -como es en esencia el erotismo-, tiene necesariamente que acompañarla un tumulto de otras cosas. Entre ellas la honestidad del deseo y algo de pícara inhibición. Me remito como ejemplo de ello a una fresca experiencia ante el poema “Proposición Invertida” de Carmen Irrizary, -una de nuestras mejores escritoras puertorriqueñas que ha hecho innumerables incursiones exitosas en lo erótico-, cuando dice y cito...

“Y en mi cuerpo divaga
una grabación dispersa
y absurda como el silencio
de tu boca sin boca
de tu boca sin la mía
sin la paz de tu eje
sin el ojo de mi pez.
¿Te parece que arderán
las mil gravitaciones de tu tacto en mi espejo
de tu piel en mi sombra
de tus poros en mi tan sin nada risa
en bemoles rica, en sostenidos dispersa”.

Y de la Poesía al Teatro esta experiencia va llena de luces y oscuridades, de olores, sonidos, quejidos, música... y magia de la palabra.

Walter Kerr, uno de los más importantes críticos teatrales de Estados Unidos señaló una vez que en el teatro había dos cosas que nunca se podrían llevar a cabo “realmente”, el sexo y la muerte.

Pero muchísimo antes, (Kerr señaló esto en los años 50 de este siglo), en los siglos XVII y XVIII Francia hizo reventar la cultura con una epidemia de los llamados “teatros libertinos”, en los que el discurso de la galantería y la seducción corría todas las gamas de la emoción humana: desde el grotesco morbo, hasta la preromántica sutileza. Y en efecto, en aquellos teatros caseros el acto sexual formaba parte sustancial del hecho teatral.

Y aún mucho antes, cuando en la comedia romana, los actores entraban a escena con largos penes hechos de caucho, que introducían en los agujeros de aquellos representaban a las mujeres, en medio de una orgiástica fiesta teatral. En Grecia, Dionisios y Apolo señalaron la orgía como el primer pre-texto dramático, y Roma dio al sexo su lugar en el teatro. Y desde entonces, nosotros los occidentales -pues los Orientales tendrán también su historia- no nos hemos despegado de esa fascinación de hablar por la piel, el sexo, el corazón y la palabra que de ellos brota.

Lo teatral y lo erótico siempre han ido de la mano creando una fascinación sublime que ha engrandecido las más significativas etapas de la literatura dramática. Pensemos en el “Fausto” de Marlowe, cuando desea ardientemente a la Helena de Troya, o todas las sugerencias de acción amorosa entre “Romeo y Julieta”, o aquellas del amor insidioso de “La Celestina”, o la inacabable pero siempre maravillosa bellaquera de “Don Juan”, o la ya deshinibida y delirante de los surrealistas o la banal y desarraigada de los posmodernos.

Lo más interesante del erotismo con respecto al teatro es que nunca ha podido atrapársele en una convención o en un precepto aún teniendo todas la oportunidad del mundo de condenarse con él. No existe para el teatro una convención de lo erótico. Existe si acaso, el pequeño pudor de apagar la luz cuando se baja un ziper, o se descubre un seno... pero si vemos por qué se hace, nos daremos cuenta que en ocasiones obedece al prurito -algo sensato- de que hablaba Kerr.

Dos actores en la escena contemporánea no pueden fornicar, sea en primera instancia por una cuestión de estima personal. En segundo por una cuestión higiénica. En tercera instancia por una cuestión de tiempo: la obra teatral no puede detenerse en lo que alguno de los actores alcanza el orgasmo pues la escena duraría horrores. Cuarto, porque en tanto la acción misma no sea relevante al hecho que se quiere transmitir, esperar porque termine una escena de sexo puede resultar tan aburrido como narrarla si no hay en ella, en cada segundo de ella, un avance hacia una urgente revelación.

Este sentido de lo práctico con respecto a la fornicación escénica está ampliamente difundido entre los creadores dramáticos. Pero a lo erótico no lo atrapa convención alguna.

Mucha de la gloria que adquiere el teatro es precisamente ese poder de convocar al erotismo. El erotismo que va desde la falda que deja ver el tobillo, hasta la mano salvaje que desnuda un sexo.

El autor dramático construye la escena erótica desde el ambiente mismo, del efecto, del silencio que grita, busca en su memoria ese gesto mínimo, pero significativo de un alma tormentosa, esa mirada lánguida, el humo de un cigarrillo que flota sobre los ojos deseosos, una fuga de Bach tocada con los dedos rápidos sobre un horizonte de caderas desnudas, esa mano que pasa despacio por el pecho descubierto, el gemido que parece no querer decir nada, esa desnudez parcial de un muslo o un seno que lejos del exhibicionismo sin propósito termina por ser esencialmente sugerente.

Lo velado y sugerente es la fuerza motriz y vital de lo erótico.

La fornicación a veces termina siendo su antítesis.

La fornicación como acto de violentación es esencialmente dramática. También por su parte lo es la seducción, y es la densidad del motivo dramático de esa unión sexual lo que categoriza su pertinencia en la escena y por ende la finalidad de su erotismo.

Podríamos aventurarnos a señalar algunas de las más incitantes particularidades del erotismo posmoderno, que asocio naturalmente a nuestro regreso -rechazado y cuestionado por muchos- a actitudes eminentemente románticas.

Erotismo lúdico y erotismo romántico son dos categorías que me parecen fundamentales a la hora de definir el erotismo en el teatro.

Tenemos que evitar hablar de entrada de ese erotismo psicologista que nos estrujan los psiquiatras que han invadido los estantes. Desde las “Mujeres que aman demasiado”, a “Por qué los hombres no pueden ser fieles”, hasta “La Mujer Total”, “Hombres que aman hombres, Mujeres que aman mujeres”, o “Los hombres son de Marte y la mujeres son de Venus”, nos hemos saturado en el teatro de esta trivialización de lo erótico. Esta queda demostrada en obras teatrales en las que se discute a la saciedad y en círculos viciosos, los roles de la mujer y el hombre en el acto sexual, el amor en pareja, la tendencia de perpetuar roles machistas -como en cierta pieza teatral española cuyo discurso establece que las mujeres sólo quedan satisfechas si los hombres tienen el pene largo. O aquellas asociadas a la homosexualidad donde lo lúdico termina siendo peyorativo de la preferencia que se quiere defender. Esto no tiene nada que ver con lo erótico y hay que hacer la reclamación puesto que este comercialismo de lo sexual ejerce fuerte influencia en las corrientes teatrales actuales.

LO LÚDICO SEXUAL COMO UNA REBELIÓN
Lo lúdico como una rebelión de los valores resulta ser una tendencia necesaria para la reafirmación del teatro como un género transgresor. Lo lúdico reformula nuestra aceptada concepción del amor y el sexo. Cuando en el teatro alguien se burla del tamaño sexual de un pene o del olor de una vagina, no hace otra cosa que proponer un juicio sobre aquellas cosas que hemos aceptado como “estables” de una sociedad. Si la sociedad nos han impuesto que las vaginas deben ser olorosas, o que los penes deben ser inmensos, la comedia se convierte entonces en el único opositor de ese discurso eminentemente machista de convivencia sexual. No estamos hablando más que de la comedia como la vivieron los griegos y los romanos: como una rebelión... y como lo vieron los franceses, españoles e ingleses, como un juicio moral de una época.

Pero no trascender del discurso lúdico a una vivencia profunda de esa rebelión, me parece que es como reír ante un chiste rojo sin que cuestionemos al menos su mínima moraleja. Cuando escribía “Mistiblú”, planifiqué una escena en que el seductor Giacomo Casanova fornicaría a la cantante Madonna en una violenta escena sexual. ¿De qué me hubiese servido ese juego de lo soez, en el que lo escatológico y lo anatómico tienen absoluta preponderancia, si no descargo su violencia sobre el alma humana de mis personajes? En la escena Casanova logra su orgasmo y Madonna queda complacida. Pero mi Casanova tiene 70 años y mi Madonna es una ninfomaníaca que nunca ha conocido un verdadero orgasmo. Esta reflexión, ante ese hecho, dio a mi escena un propósito: descubrir. El silencio luego de la escena, esa pausa en la que ambos reflexionan sobre lo ocurrido, me pareció revelador y más importante. Eso me hizo considerar mi escena profundamente erótica, precisamente porque había partido de lo lúdico y no lo había tomado como finalidad.

Lo erótico romántico rescata lo bello que aún nos podría estimular un Byron, Goethe, Zorilla, Víctor Hugo, Poe, Bécquer, Asunción Silva, Costello Brianco.. Todos estos descarnados del amor nos legaron algo de lo que no nos hemos podido liberar: algo de “ennui”, el “spleen”, ese hastío que da el amor, que solo satisface la sexualidad sublime, el “sturm und drang” del arrebato sin pausa, de la revolución del beso, del azote del ansia. No hemos heredado sus malas mañas, pero si sus claros sentimientos. Esos sentimientos que Anäis Nin resumió en su genial frase: “No quiero erotismo sin amor”.

Todos estos egocéntricos y geniales escritores, habían descubierto el YO. Se tocaron la entrepierna y dijeron, “esto se mueve” y si esto se mueve, el corazón es el culpable.

Se dejaron ir por ese dulce vaivén y nos llevaron, aunque encadenados a su momento histórico, a un lugar donde pudimos -ellos y nosotros- desnudar el alma y vestirla de sutilezas rabiosas, que en el fondo eran tan eróticas que fueron confundidas con cierta poesía ñoña. Pero no creo que Byron o Víctor Hugo escribieran ñoñerías. Fueron tipos que amaron desde lo más hondo de si mismos. Y describieron en el teatro que hicieron, la intensidad de ese arrebato.

El romanticismo posmoderno ha heredado ese erotismo metafórico, que asociamos necesariamente a un misterio por descubrir, a cierta mágica incertidumbre del alma que busca el cuerpo para reencarnar en él la palabra del eterno deseo.

Lo que busca el erotismo dramático es actuar un yo liberado. Por eso preferimos la sutileza, porque ese yo es muy frágil.

En el Teatro Erótico Latinoamerciano destacan muchos nombres, pero hay uno que sobretodo impacta porque se concibe desde su inicio como tal. La dramaturga venezolana Thais Erminy (1947), descubre en sus piezas toda una gama de sensaciones eróticas asociadas a las tendencias que hablado, desde el erotismo lúdico que expresa en “Chismes nocturnos para señoras decentes” (1994) hasta el erotismo romántico que busca una verdadera liberación de los lastres convencionales en “Whisky y cocaína” (1984) y “La tercera mujer” (1986). Su fortaleza de dramaturga, como ella le llama, depende de la fiel expresión de una vivencia de riesgo y contradicción. Amor y erotismo terminar por asociarse indisolublemente, validando el discurso de Anäis Nin de manera casi canónica. Para Thais Erminy la pasión tiene un destino y un propósito, aunque ella no sepa cuál es.

Lo mejor de su trabajo es que no hay en ella arengas feministas en la condena de una política de opresión contra el hombre. Hay reafirmación en lo que se es y en lo que se disfruta sin dejar de lado el establecimiento de una condición de desigualdad que siempre ha estado vigente. Impulsada por esta expresión y esta vivencia de lo erótico, Thais ha sugerido la celebración de un certamen Internacional de Dramaturgia Erótica que emule el de la Sonrisa Vertical dedicado a la novela. Si se lleva a cabo tal empeño, será la primera vez en la historia que se eleva a rango de “Dramaturgia con D mayúscula” la siempre cuestionada y condenada inclusión del erotismo en el teatro.

Estamos hartos de las comedias de alcoba que pretenden decirnos como es o como debe ser la vida consensual. Estamos hartos de esas comedias que pretendiendo hablar del sexo “francamente”, lo que hacen es imponer un discurso que perpetúa los anquilosados valores machistas, las inhibiciones victorianas, la glorificación del pudor gazmoño y la opresión social. Abogo, y en esto la proposición de Thais Erminy me parece fundamental, por un teatro erótico que explore lo lúdico y lo romántico como expresiones de una necesidad de afirmación, que en el fondo también es una búsqueda de paz y armonía con lo que se es.

Me parece que si a esto añadimos ese misterio de lo inalcanzable que nos viene desde el “Arte de amar” de Ovidio, pasando por Boccacio, Aretino y Sade, hasta los surrealistas y desde allí a la literatura de la posmodernidad, hallaremos algo que nos satisface a todos. Una sutileza que nos excita, una sugerencia que nos hable de que aún quedan posibilidades para la magia y el misterio de encontrarse. Todavía creo en el amor de esa manera. Si pudiese escribir presa de tal amor por descubrir, no me sentiría tan hastiado de mí mismo como cuando pretendo que lo hago y finjo y termino por falsificarlo y vulgarizarlo todo porque es el camino más fácil.

Fornicar es un vano placer, lo sabemos todos. Pero la ilusión de lo erótico nos da un placer que la fornicación nunca ha podido igualar y cuando el teatro trata de expresarnos esta dualidad tan conocida, cae en las pueriles trampas del gusto y lo insincero.

El teatro anda en la búsqueda de ese misterio que lo erótico propone. Lúdico o romántico, los nuevos personajes del teatro latinoamericano, siento que se retratan en ese sentir. Un resurgimiento del amor como fuerza desbocada, del erotismo como angustia vital... asoma en el horizonte.

Reunido con amigos dramaturgos de mi generación de Europa y Latinoamérica muchas veces coincidimos en un mismo deseo que se nos desgaja del corazón: queremos escribir aunque sea una, pero que sea esa única historia de amor.

El humor y la pena del cuerpo desnudo van construyendo nuestra nueva historia ante el nuevo milenio. El erotismo y el amor nunca serán viejas manías. Por mantenerlos, por creer que aún perviven por encima de nuestras bajezas, los hemos convertido en teatro, que no es otra cosa que el espejo del alma. Hacer este amor erótico espejo del alma, es sentir que se asiste a la maravillosa función teatral que nuestro yo nos presenta. Ese yo muy sutil y delicado que siempre nos invitará a la orgía de la más tierna y disfrutable intimidad.


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